Efesios
4:31 "Quítense de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritería y
maledicencia, y toda malicia"
Ciertamente
que una cosa es la que dicen y otra la que hacen. He observado días atrás, como
cristianos conocidos y no conocidos, unos de nuestra congregación, otros de
congregaciones amigas y así en general, utilizan las redes sociales para
descargar una buena dosis de amargura en forma constante. Al inicio me
preocupaba, pero en fin termino orando por su sanidad del alma y que Dios con
el fuego consumidor de su Espíritu Santo, consuma esas raíces de amargura.
En la
Biblia, la amargura se describe como una raíz venenosa que puede crecer y
causar problemas. La Biblia ofrece guía sobre cómo evitar y superar la
amargura, enfatizando la importancia del perdón y la gracia de Dios.
La
amargura es una desvergüenza o descaro en el mentir o en la defensa y práctica
de actitudes reprochables que se traduce en una intensa discordia o aversión
hacia los demás. La palabra amargo significa "afilado como una flecha o
picante al gusto, desagradable, venenoso". La idea es la del agua amarga
que se les dio a las mujeres sospechosas de haber cometido adulterio en Números
5:18. En su sentido figurado, la amargura se refiere a un estado mental o
emocional que corroe.
La
amargura puede afectar a alguien que experimenta una profunda tristeza o
cualquier cosa que actúa sobre la mente, de la misma forma como el veneno actúa
sobre el cuerpo. La amargura es ese estado mental que intencionalmente se
aferra a los sentimientos de enojo, listo para ofenderse, capaz de estallar en
ira en cualquier momento.
Como
resultado, la amargura conduce a la ira, que es la explosión externa de los
sentimientos internos. Esa ira y enojo desenfrenado, a menudo conducen a la
"riña", que es el egoísmo impulsivo de una persona furiosa que
necesita que todo el mundo escuche sus quejas.
Otro
mal provocado por la amargura, es la calumnia. Tal como se usa en Efesios 4, no
se está refiriendo a la blasfemia contra Dios, o simplemente una calumnia
contra los hombres, sino a cualquier comentario que brota de la ira, del enojo,
y está pensado para herir o lastimar a otros.
El
enojo es algo natural, alguien nos hace algo que no nos gusta, y nos enojamos,
pero llega un momento cuando el enojo se pasa de sus límites y se convierte en
pecado. Llega un momento cuando en vez de controlar uno su enojo, el enojo lo
controla a uno. Es en este momento que la persona se siente amargada, y nuestro
mundo hoy día está lleno de tales personas. Jesús se enojó, hubo un día cuando
iba para el templo y al entrar observó que la gente estaba haciendo negocio en
el día del Señor. El templo más bien parecía un mercado en vez de un lugar de
adoración. Había personas vendiendo bueyes, ovejas y palomas. Había personas
cambiando monedas. Al ver aquello, Jesús se enojó, hizo un azote de cuerdas y
sacó a todos volcando las mesas y diciendo “¿No está escrito, mi casa será
llamada casa de oración para todas las naciones? Más vosotros la habéis hecho
cueva de ladrones”. Al tomar esta acción, lo religiosos querían matarle, pero
no se atrevían por el momento, quizás porque sabían que Jesús tenía la razón.
Lo que
yo deseo que observemos hoy, es el hecho de que el enojo no es pecado sino
hasta el momento en que llega a controlarlo a uno y uno pierde la razón.
También es importante tomar en cuenta las razones por las cuales uno se enoja.
El enojo de Jesús en ese día no era con una persona en particular, no se enojó
por lo que le hacían a Él. Jesús se enojó porque observó cómo la gente se había
dejado influenciar por Satanás para convertir la casa de su Padre en un lugar
de negocio. Jesús se enojó con el pecado de las personas y los corrigió. ¿Tenía
derecho de hacerlo? Claro que sí.

La
amargura es meditada y lo peor es que no desea la reconciliación, sino que
desea la destrucción del considerado enemigo. Lo que la amargura busca es
venganza, y en realidad no importa con quién. La amargura siempre buscará el
desquite, pero un desquite a escala más grande. La amargura no busca ojo por
ojo, o diente por diente, la amargura quiere los dos ojos por uno, y quizás la
nariz y una oreja también. ¿Por qué? Porque la amargura es exagerada. ¿Nunca
has visto y oído una discusión entre dos personas amargadas? Al irse una de
ellas siempre la historia de la otra es totalmente exagerada. Quizás una de las
personas le regresa un libro a la otra, y al irse la persona amargada que tiene
el libro en sus manos dice “¿Te diste cuenta de cómo me lanzó el libro? Si no
pongo las manos, y lo agarro, me hubiera dado en la cara”. Lo que pasa es que
la amargura está en control de la persona, y eso es pecado. ¿Y qué debe hacer
uno cuando ha pecado? Pues confesarlo a Dios como nos lo dice 1 Juan 1:9,
debemos pedir perdón por nuestra amargura, y pedirle a Dios que nos quite la
amargura de nuestras vidas.
Nuestro
deber es ayudar a las demás personas, no hundirlas; al hacer esto, a veces
nosotros tenemos que humillarnos delante de otras personas para poderles
ayudar, y es aquí donde más nos cuesta debido a nuestro orgullo. Creo que lo
más difícil que he tenido que hacer, es pedirle perdón a una persona a quien no
le había hecho nada. Guardo de esa situación una cicatriz en mi corazón, pero
fue una buena lección para mí del tremendo amor de Dios.
Nosotros
le quebramos el corazón a Dios cuando nos alejamos de Él debido a pecado. Él
tenía todo derecho de dejarnos morir en nuestros pecados, sin embargo, Él tomó
la iniciativa, Él tomó el primer paso para la reconciliación: envió a su Hijo a
la cruz. Él hizo lo correcto, en vez de lastimarnos para enaltecerse. Nos
ayudó.
Debemos
aprender a practicar el perdón con quienes nos han herido, aun sin que ellos
nos pidan perdón. Esto es necesario para que no crezcan en nosotros
sentimientos de amargura. Efesios 4:32 nos dice: “Antes, sed benignos unos con
otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como también nos perdonó a
vosotros en Cristo”.
Y… ¿Qué
si la otra persona no quiere mi perdón? Bueno, eso es problema de la otra
persona. No podemos hacer que las personas reciban nuestro perdón. El asunto es
que, si nosotros no perdonamos, crecerá en nosotros el asunto de la amargura y
eso es dañino a nuestro propio bienestar.
Si has
dejado que tu enojo se convierta en amargura, puedes librarte de ello por medio
de reconocer que la amargura es pecado. Por medio de mostrar misericordia, y no
tratar de lastimar a otros desquitándote con ellos, y por medio de practicar el
perdón.
Pobres
quienes son controlados por la amargura. Vamos a orar: Padre, si algún problema
he tenido en mi vida, quizás este es el que más me ha molestado: la amargura.
La vida es demasiada corta y demasiada importante para que las personas la
pasemos con tan deprimente problema como lo es la amargura. Padre, te pido que
tengamos los instrumentos necesarios para alejarla de nosotros. Gracias te
damos por tu Palabra para equiparnos contra la amargura. En el nombre de Jesús
oramos. Amen.
S.A.G. -
13 – JUL – 2025
(Estudio
No. 844)
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deseas escribirnos, puedes hacerlo a:
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