El Abuso En La Iglesia Por Saúl Guevara (Estudio No. 861)

 

 

El abuso, independientemente de su naturaleza, constituye una transgresión moral para aquellos que lo perpetran y representa una carga significativa y onerosa para las víctimas. Las víctimas del abuso deben ser consolados en su sufrimiento, ayudados a superar la vergüenza injustificada y recibir la única esperanza verdadera que es Cristo.

 El debate actual sobre el abuso ante la existencia de las redes sociales se distorsiona y enreda rápidamente. Las redes sociales no se han caracterizado por fomentar un espíritu de caridad ni por cultivar un ambiente intelectual interesado en distinciones precisas y una deliberación paciente. Otra dificultad depende de diversos factores como: la personalidad, la posición, la experiencia o el contexto, aparte de que tendemos a percibir los peligros de maneras distintas. Para algunos, la preocupación más apremiante es que el abuso se perpetre, se minimice y se encubra dentro de la iglesia. Para otros, existe otra preocupación: que el abuso se esté convirtiendo en una categoría totalizadora.

 Me preocupa que la corrección de los errores de la iglesia en materia de abusos haya derivado en una corrección malsana manipulada por doctrina de hombres y que corregir un error puede generar otros nuevos.

 Comprendo que hay puntos que deben aclararse, por lo tanto, permítanme hacer todo lo posible por expresar la corrección con sinceridad:

 a)    El abuso existe en la iglesia.

A pesar de nuestros esfuerzos por distinguirnos del mundo secular, aún persisten elementos mundanos en el ámbito eclesiástico. Niños han sido abusados ​​por adultos. Esposas han sido abusadas por sus esposos y a veces viceversa. Lideres impositivos de sus propias normas personales. Empleados maltratados ​​por miembros del personal superior. La iglesia, no siempre ha hecho un buen trabajo protegiendo a los vulnerables ni exigiendo responsabilidades a los poderosos. Caza ingenuos, narcisistas y pecadores de toda índole han encontrado en la iglesia un lugar donde esconderse, y a veces un lugar donde prosperar, en sus actos oscuros.

 b)   La iglesia no siempre ha manejado bien el abuso.

Aun cuando los líderes no han sido culpables de conductas abusivas ni han intentado encubrir el abuso, a veces no han manejado las situaciones con fidelidad bíblica, sensibilidad pastoral y gracia cristiana. Estas fallas incluyen: no implementar medidas adecuadas, no actuar con prontitud, no guardar la privacidad según el tipo de abuso, no incluir a las mujeres en casos de violencia doméstica, aplicar Mateo 18 de forma rígida, tratar las situaciones de abuso como simples asuntos de reconciliación personal, tardar en escuchar e ignorar los procedimientos adecuados para denunciar.

 c)    La diversidad de maneras para ofender

Podemos sufrir profundamente tanto por palabras como por acciones, por dolor emocional como por daño físico, por líderes sutilmente manipuladores como por líderes abiertamente tiránicos.

 d)   Las víctimas necesitan ayuda.

Es crucial reconocer que las víctimas a menudo enfrentan una sensación de vergüenza injustificada y necesitan que se les reafirme su inocencia y la gracia de Dios. Sus clamores a veces no son escuchados; necesitan que las personas con influencia las escuchen y hablen por ellas y con ellas. Con frecuencia, necesitan que quienes ostentan el poder intervengan y las protejan.

 e)    Los líderes deben ayudar a las víctimas.

Los que ejercen puestos de autoridad a menudo ven a las víctimas de abuso como amenazas que deben ser neutralizadas, en lugar de verlas como personas que sufren y a quienes se debe ayudar y consolar. Los consejos directivos, presidentes y pastores no pueden dejar de ser líderes sabios y responsables. Ser buenos administradores no justifica que se trate el abuso como meros asuntos legales o como desastres de relaciones públicas que deben mitigarse. Debemos pensar en las víctimas antes de pensar en nuestras propias responsabilidades institucionales.

 Todos los puntos anteriores no deben subestimarse.

El tema del abuso se categoriza por sí solo, cualquier intento de matizar o analizar con objetividad está completamente fuera de lugar. Como resultado, la gente suele quedar polarizada: o lo entiendes y estás completamente del lado correcto o eres un opresor y parte del problema.

 Existe la expectativa irreal de que todo artículo en internet, comentario en podcast o sermón debe expresarse como en una sesión de terapia individual. No fomentamos el pensamiento equilibrado al convertir internet en un consultorio psicológico, ni ayudaremos a las víctimas a largo plazo haciéndoles creer que pueden encontrar la atención que necesitan en desconocidos en línea.

 Existe una tendencia o evasión a no distinguir o evadir la responsabilidad del abusador y de esta forma, la iglesia falla a las víctimas y encubre al abusador. Por otro lado, debemos ser cautelosos al acusar, una acusación puede a veces, ser imposible de probar o refutar, dañando al imputado. No debemos imputar culpa a cualquiera.

 Hay que tener cuidado de distinguir entre el pecado cometido con premeditación, el pecado involuntario, los errores honestos y la simple conexión con una persona pecadora o una situación trágica. Es demasiado fácil difamar a otros sin pruebas ni el debido proceso. La presunción de culpabilidad no es una forma cristiana de buscar justicia.

 Dado que abuso es un término explosivo, que avergüenza al acusado y empodera al ofendido, no debemos usarlo a la ligera. No hace mucho, al decir abuso, todos asumían un daño físico o una situación sexual. Como mencioné antes, es importante comprender que existen formas de sufrir graves injusticias sin que nadie nos toque.

 En los últimos años hemos oído hablar mucho del peligro de la autoridad y con razón. Hemos presenciado abusos de poder terribles en el mundo cristiano. Las dinámicas de poder son reales. Pero la respuesta a un incendio en la cocina no debe ser quemar toda la casa. El abuso de autoridad es una distorsión del carácter de Dios, pues Él es quien reina soberanamente sobre todas las cosas. En mi experiencia creo que la mayoría de los pastores merecen el beneficio de la duda. La mayoría se esfuerza, con sus imperfecciones, por guiar, servir y enseñar en tiempos cada vez más difíciles. Debemos corregir el abuso donde exista, sin exagerar el problema, sin cuestionar toda autoridad y sin dañar la reputación de quienes no merecen ser difamados.

S.A.G. - 09 – NOV – 2025 (Estudio No. 861)

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