Debemos Trabajar En Lo Social Parte 3 de 3




Trabajar en lo social es una expresión del amor divino manifestado en el servicio

El reino de los cielos debemos verlo como el avance de los valores divinos sobre la vida individual y colectiva de los seres humanos en esta tierra. La fuerza de este reino no consiste en un poder militar, económico, doctrinal o intelectual, su secreto está en el amor. Estamos llamados a manifestar el reino en el lenguaje del amor.

El amor transforma los corazones, desarma las personas; una gota de amor sana y revierte todo problema, cambia toda conducta. Hoy más que nunca este mensaje está vigente porque las estadísticas nos muestran que estamos pastoreando una generación del desamor: hijos abandonados, no deseados y maltratados en todos los aspectos. Comunidades enteras has surgido dentro de las reglas y cobertura del mal, como lo son las pandillas, las maras.

Jesús se esforzó por cimentar en sus discípulos dos valores: el amor y el servicio, siendo el último inspirado por el primero. Esta misma preocupación se ve en Pablo a quien debemos en gran medida la sistematización de nuestra doctrina. El famoso 1 Corintios 13 plasma un principio: cualquier cosa que hagamos, independientemente de su resonancia humana, si no está inspirada por el amor, carece de todo sentido.

Lamentablemente hemos observado que el trabajar en lo social, para algunas comunidades cristianas, no es más que otro programa en su agenda de activismo. Y en ciertos casos lejos de responder al mandato bíblico de amor al prójimo, se convierte en un acto de prepotencia frente al necesitado.   

Nos olvidamos de un Jesús que siente como sus entrañas se conmueven frente al dolor de la humanidad. Un Jesús que no se siente “manchado” por la cercanía de mujeres pecadoras, funcionarios corruptos, subversivos, enfermos y mendigos, como sí se sienten algunos frente a los pobres y marginados. Por el contrario, El hace de esta gente su público predilecto. Pero lamentablemente muchos han hecho de la casa de Dios otra cosa, Marcos 11:17 “Y les enseñaba, diciendo: ¿No está escrito: Mi casa será llamada casa de oración para todas las naciones? Mas vosotros la habéis hecho cueva de ladrones”.  

Uno de los pilares del carácter del cristiano debe ser la compasión en imitación a Jesucristo: “Jesús siempre sentía compasión de la gente (Mateo 9:36; 4:14; 15:32; Marcos 6:34; 8:2).

Una apreciación similar hace el apóstol Juan: “Pero el que tiene bienes de este mundo y ve a su hermano tener necesidad, y cierra contra él su corazón, ¿cómo mora el amor de Dios en él? Hijitos míos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad” (1 Juan 3:17…18).

Un misionero nos exhortó a dolernos por la necesidad de nuestro entorno diciéndonos: “Vivimos en días aparentemente buenos, la tecnología nos ayuda, hay templos confortables, pastores llenos de la gracia de Dios. A veces, esta temperatura espiritual nos ha convertido en irresponsables porque nuestro corazón está colmado de bendición y siempre quiere más, olvidando la necesidad del vecino drogado, la adolescente embarazada, la madre con un hijo preso, la viuda que perdió a su esposo trágicamente. Pocos nos hemos detenido a pensar que éste también es un campo misionero que Dios en su infinito amor quiere conquistar”.

Alguien pudiese preguntar: ¿quiénes merecen nuestra compasión?

Asumiendo mi propia responsabilidad me atrevo a contestar: La merecen todos aquellos que, por motivos de las estructuras sociales, no tienen la posibilidad de superar su condición; pero también la merecen quienes por decisiones equivocadas han caído en un estado de carencia de defensa.

Jesús lo hace evidente cuando expresa su misión “El Espíritu del Señor está sobre mí, Por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; Me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; A pregonar libertad a los cautivos, Y vista a los ciegos;
A poner en libertad a los oprimidos; A predicar el año agradable del Señor” (Lucas 4:18…19).


Pero también amplía la dimensión de la ley, que, aunque protegía al débil, era implacable con el que sufría por cuenta de su pecado; para ello utiliza la parábola del hijo pródigo que exalta la actitud del padre amoroso que perdona y restaura, sobre la del hermano mayor que despiadadamente pide justicia; una justicia hipócrita que fue muchas veces recriminada por el Maestro a los líderes religiosos de su época.    

Ahora bien, no basta con hablar de compasión o amor, hay que hacerlo vida con acciones de servicio. Es un hecho que los cristianos del primer siglo entendieron la necesidad de mantener ligada la predicación con el trabajo social.

Un ejemplo que se destaca es el de Dorcas, quien no se conformó con sentir lástima por la gente necesitada y darle una limosna, sino que se daba a sí misma con su amor, tiempo y recursos (Hechos 9:36…42) lo cual le valió el aprecio de quienes la rodeaban y la conversión de muchas personas. Si la iglesia no se dedica a servir, pierde su identidad de ser el cuerpo de Cristo.

Existe el temor de que si nos involucramos demasiado en este tipo de servicio nos distraigamos de la evangelización. A esta inquietud hay que comentar que una de las grandes barreras para la evangelización ha sido el fracaso de los cristianos en tener relaciones significativas con los no cristianos, que el lugar donde están las almas a convertir.  

Siempre hemos planteado la necesidad de que los cristianos asuman no sólo un compromiso ético-social, como dimensión imprescindible del testimonio cristiano, sino que también posean una conciencia única y unitaria entre su vida pública y su vida cristiana como un deber de coherencia en su fe. Por eso se debe rechazar la tentación de una espiritualidad intimista e individualista, que poco tiene que ver con las exigencias de un mundo con acciones deshumanizantes, el mundo actual demanda de cristianos que comprendan que el cristianismo es un modo de vida, pero que no se queden en la comprensión, si no que pasen a la acción transformadora.

El desafío que nos presenta la cultura actual es el desafío de la verdad social encara desde los pulpitos. Para llegar a ella no basta una lectura sociológica, cultural y bíblica de la sociedad actual, es preciso un compromiso por la educación y la formación de las personas. No hay formación ni educación en la fe personal y en el compromiso social si no es mediante un proceso permanente de maduración, de discernimiento y transformación del entendimiento. Esto por lo menos en los siguientes campos:
- Educar para ser transformadores como miembros de una comunidad cristiana que discierne las opciones que debe asumir. Concretamente, educar para ser capaz de hacernos cargo de los problemas del propio tiempo y del propio ambiente. Poder tomar una responsabilidad activa que es fruto de un proceso de búsqueda que aboca a tomar opciones y protagonismo en la comunidad cristiana y en la sociedad.
- Educar para participar en una sociedad profundamente necesitada de construir tejido social. Uno de los retos históricos permanentes es la escasa consistencia de la sociedad civil, que en la vida real se traduce en el abandono de responsabilidades individuales en manos del Estado.
- Promover la formación de un creyente que participe en asociaciones, organismos, campañas, en favor de las cuestiones desafiantes de nuestro tiempo: la paz, la ecología, la solidaridad.
- Educar para que los hombres conduzcan su vida según los principios del Evangelio aplicados a la moral personal y social, y manifestado en un testimonio profundamente cristiano.

Para todo ello es imprescindible tener instrumentos de formación adecuados. Un recurso puede ser el pastor comprometido en Cristo, que promueve su comunidad ante los retos de la sociedad y de la Iglesia. Hay otros medios también que están en marcha y con resultados adecuados. Lo imprescindible es tomar conciencia de la necesidad, pues de esa forma encontraremos sentido a las distintas propuestas.

Hay que trabajar con la iglesia en la acción social como un vínculo que facilita la tarea evangelizadora, pues coloca a la Iglesia justo en el lugar donde debe trabajar, es decir en el mundo.





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