Padre Que Todos Seamos Uno Por Saúl Guevara


Inicio de año y nos parece oportuno reflexionar sobre el asunto de la unidad de los creyentes y de forma muy especial, sobre todos los que profesamos la fe de Jesús.

La fragmentación del cuerpo de Cristo, en cuanto no ha sido por ideas teológicas recibidas con intolerancia, ha sido por cuestiones políticas o culturales; cuando no se ha tratado de malentendidos que podían haberse solucionado con un diálogo civilizado, han aparecido en el horizonte intereses demasiado personales. Y esta situación, sigue viviéndose hoy. De ahí la relevancia que toma la cita de Juan 17:21...22 RV "para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste. La gloria que me diste, yo les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno."

Por ello debamos indagar sobre todo aquello que nos une a todos los creyentes cristianos. Si nos preguntamos qué puede ser, la respuesta la da Efesios 4:5…6a, NVI: “Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo; un solo Dios y Padre”

“Un solo Señor”, es decir, Cristo, pues no puede haber otro. La fe cristiana universal se cimienta en Él. Al confesar a Cristo como Señor, los creyentes reconocemos en Él a alguien más que humano, alguien en quien se cumple el propósito eterno de Dios para con los hombres, al subir voluntariamente a la cruz del Calvario, evidenció con toda su crudeza el horror del pecado y de la condición caída del hombre y al resucitar al tercer día, venció a la muerte para siempre y nos abrió las puertas de la vida eterna. Como cristianos, estamos llamados a manifestar nuestra adhesión total a la persona y a la obra de Cristo nuestro Señor, haciendo de Él el centro indiscutible de nuestro testimonio. Cuando damos una ojeada a la triste historia del cristianismo, desde prácticamente sus comienzos hasta este momento en que escribimos estas líneas, descubrimos para desgracia nuestra, que este fundamento de fe, que hoy vemos tan claro, no lo ha estado siempre, ni lo está para muchos de nuestros contemporáneos. Al leer sobre ciertas disputas teológicas o expresiones vivenciales podemos perfectamente cuestionarnos si estamos tratando con cristianos o más bien nos las vemos con grupos sectarios de religiones en ocasiones extrañas o comerciantes religiosos. Lo primero y lo básico que nos ha de unir es la persona y la obra de Cristo nuestro Señor.

El segundo elemento enuncia “una sola fe”, es decir, no una fe cualquiera, no cada uno la propia. Y es lógico, si el primer elemento es un solo Señor, la única fe que nos puede unir a los cristianos es la fe de Cristo, vale decir, aquélla que se cimienta en lo que Él es, lo que Él ha hecho por nosotros y lo que Él ha enseñado, tal como se recoge en el Nuevo Testamento. Esta fe no puede desligarse de Él ni depositarse en ningún otro y debe hacer que toda la vida y la praxis de la Iglesia gire en torno a Él. De ahí la conveniencia de que, en todas las iglesias y denominaciones cristianas, cada una con sus peculiaridades, sus enfoques y sus tradiciones respectivas, se pueda seguir un mismo calendario litúrgico que nos recuerde cada año a los creyentes los hechos capitales de la vida de nuestro Señor tal como nos los transmite la Biblia. En este sentido, el calendario no puede ser únicamente una reliquia de siglos pasados conservada por tradición, sino una actualización permanente, todos los años, de los eventos que constituyen el centro y eje de la Historia de la Salvación. También es importante que la celebración de la Cena del Señor, Santa Cena, Eucaristía o Sagrada Comunión, llámesele como se le llame, según la particularidad de cada denominación, para que pueda ser celebrado con la máxima reverencia como una plasmación y un recordatorio de la entrega de Cristo el Señor por todos nosotros. Sin una fe única en Cristo, es imposible una unión real de los creyentes cristianos.

El tercero “un solo bautismo”, como decíamos anteriormente, el fundamento ha de ser el mismo Señor Jesucristo. Un bautismo que no significara una unión real con Él, carecería por completo de sentido. Por desgracia y por razones históricas, el Bautismo es un punto de mayor controversia y casi fricción, entre los creyentes cristianos. Sin embargo, el texto paulino afirma claramente “un solo bautismo”, no muchos, ni, por supuesto, enfrentados. Nadie que estudie hoy con seriedad, lejos de todo apasionamiento denominacional la cuestión del bautismo, dejará de reconocer que, desde el primer momento, la Iglesia vivió formas múltiples de bautismos, conforme a las circunstancias de quienes debían recibirlo y administrarlo. Las mismas alusiones en los escritos neotestamentarios apuntan a diferentes maneras o modos de efectuarlo, lo que indica que los antiguos eran menos radicales de lo que podríamos ser nosotros hoy. Cuando el texto de Efesios nos menciona “un solo bautismo”, no nos está imponiendo, por tanto, una única forma de entender o administrar el rito, sino un mismo espíritu. Ello significa que, como cristiano, yo no debo jamás poner en duda, ni mucho menos rechazar, la manera de bautizar que tengan mis hermanos de una denominación diferente de la mía, siempre y cuando se trate de un bautismo efectuado con las normas dictadas por esa única fe que a todos nos ha de unir, es decir, un bautismo que vincule al creyente con nuestro Señor Jesucristo. Es de esperar que, en este asunto, los cristianos del siglo XXI mostremos la madurez para que un sacramento instituido por el Señor como un signo de la Gracia Redentora no se vuelva una piedra de tropiezo.

Y por último habla de “un solo Dios y Padre”, algo que sería imposible de entenderse si no partimos de Cristo el Señor. Cuando la fe cristiana nos exige la creencia en un solo Dios, no se contenta con una simple aprobación intelectual a la idea de un Ser Supremo, creador y origen de todo cuanto existe. Ese tipo de fe puede ser judía o incluso musulmana, que son monoteístas también, pero no cristiana. El cristianismo ha aportado al pensamiento de la humanidad, la idea de la paternidad de Dios. El Dios que muestra Jesús y al que dirige sus plegarias y las nuestras, es el Dios Padre. El interés que muestra el Dios de Jesús para con nosotros va mucho más allá que el de un dios creador que se preocupe por sus criaturas, o el de un dios señor que vigile y controle a sus siervos. Al llamarlo Padre Nuestro, Jesús apunta a una relación vital entre Dios y el hombre que no puede existir en ningún otro sistema religioso. La creencia en la paternidad de Dios basa la idea de la fraternidad humana y muy especialmente, de la fraternidad cristiana. No puedo llamar a Dios “Padre” si no soy capaz de llamar “hermano” al creyente cristiano de otra denominación diferente de la mía o sencillamente, no quiero hacerlo. La oración “Padrenuestro”, nos fue dada por el mismo Jesús como una guía del como orar, como vínculo de unión con Dios Padre, a quien reconocemos como fuente absoluta de todo bien que recibimos en esta vida y en la futura.

En conclusión, es posible una unión de los cristianos, no precisamente administrativa (al menos, por ahora), pero sí en el Espíritu Santo, que es quien nos guía a ello. Y esa unidad debe cimentarse en aquello que todos podemos compartir; las diferencias, sobre todo cuando tienen una justificación histórica clara, pueden llegar a enriquecernos a todos, pero sólo si se edifica en la unidad y en una iglesia libre de resquebrajamientos y tensiones.

No hay comentarios:

Publicar un comentario