En días recientes, he experimentado momentos de desmotivación.
Existe un flujo constante de noticias preocupantes que describen problemas en
diversas regiones del mundo. Es evidente que muchos cristianos se involucran en
asuntos intrascendentes, lo cual es lamentable. Aunque no se trata de un caso
aislado, la vida contemporánea presenta múltiples fuentes de estrés.
Al
emplear el término alegría en el contexto cristiano, es imperativo evitar su
confusión con cualquier emoción efímera o transitoria. Es importante comprender
que los sentimientos son variables y dependen de las circunstancias del
momento. La alegría cristiana presenta características distintas. Esta no es
temporal, sino permanente; no se basa en las circunstancias, sino en la certeza
del amor divino.
Todos
hemos experimentado alguna vez el enigmático poder de una sonrisa de un niño,
aun en la adversidad. Verla es símbolo de aliento y esperanza. Sin duda hay
muchas maneras de hacer las cosas: a la fuerza, a regañadientes, por
responsabilidad, por exhibicionismo o caridad… pero, cuando observamos que se
hacen con una sonrisa, encontramos un latente secreto que trasciende el espacio
físico entre las comisuras de los labios. Una sonrisa es como un secreto a
voces, se trata de algo muy sencillo, pero que trasluce una fuerza interior
capaz de cambiar la existencia.
Una
sonrisa es símbolo de alegría. Y la alegría es capaz de transformarlo todo. Es
como un tesoro inacabable que, mientras más da, más se llena. Quien muestra una
sonrisa transpira alegría, atrae y nunca deja las cosas igual. Todos queremos,
es más, buscamos, estar con quien nos anima y estimula. Puede ser que la vida
nos trate mal, pero el estar con personas alegres es siempre un tesoro de la
vida. Y cuando esas personas se apartan, dejan un hueco profundo en el alma y
se van de la historia dejando en herencia un mundo mejor.
La
alegría no es tampoco mero optimismo de que las cosas irán mejor. La persona
alegre no niega sus limitaciones ni se tapa los ojos ante las dificultades de
la vida; las acepta, las afronta, las sufre, pero jamás, se traiciona a sí
misma: siempre tiene esperanza.
Y de
aquí que la alegría sea una virtud tan cristiana, porque, si es verdadera, no
puede tener otra fuente que Dios, y la fuerza y el poder de aquella simple
sonrisa se encuentran fundados en Él. El cristiano, si es sincero, no puede ni
debe ser un hombre triste: es como una contradicción. Sabemos que Cristo estuvo
triste en Getsemaní, pero fue precisamente cuando sentía que su Padre estaba
lejos. En cambio, pasó su vida pública transmitiendo alegría los cojos, a los
ciegos, a los endemoniados y a las pecadoras. Los únicos que no la recibieron
fueron quienes no la aceptaron.
"Regocijaos
en el Señor siempre. Otra vez digo: ¡Regocijaos!" Filipenses 4:4, aquí
esta Pablo exhortando a los cristianos de Filipo para recordarles que son “ciudadanos
del cielo” Filipenses 3:20 y que han de llevar “una vida digna del Evangelio de
Cristo” Filipenses 1:27), “con humildad (…) buscando no el propio interés sino
el de los demás” Filipenses 2:3…4. Pablo habla de alegría mientras él se
encuentra entre cadenas. Para los cristianos, la alegría no es, por tanto, el
resultado de una vida fácil y sin dificultades, o algo sujeto a los cambios de
circunstancias o estado de ánimo, sino una profunda y constante actitud que
nace de la fe en Cristo. El mensaje que se nos ha transmitido tiene como
finalidad entrar en comunión con Dios “para que nuestra alegría sea completa”
1Juan 1:4. Sólo el encuentro del joven rico con Jesús no desembocó en alegría,
pues no supo usar su libertad para seguir al Maestro. Lucas 18:23
A
menudo, cuando alguien pierde la alegría en su vida, es porque su atención está
en cosas de la vida que no tienen ningún valor duradero. Uno de los principales
objetivos de la vida cristiana es vivir de tal manera que Dios sea
profundamente honrado por ella. Cuando vivimos de esa manera, el Espíritu Santo
produce alegría en nuestra vida. Usted puede llegar a una etapa en su vida en
la que se regocije cuando le sucedan cosas difíciles.
Dios
nos llama a apartar nuestros ojos de las cosas visibles y temporales, y a
enfocarnos en lo que es invisible y eterno: "no mirando nosotros las cosas
que se ven, sino las que no se ven; pues las cosas que se ven son temporales,
pero las que no se ven son eternas" 2 Corintios 4:18. El Espíritu Santo
infunde este tipo de vida con alegría, y es este tipo de vida el que trae
gloria y honor a Dios.
Yo,
puedo recordar muchas ocasiones en mi vida, cuando la gente me trató
vergonzosamente, pero tomé la decisión de no tratarles de la misma forma. ¡El
resultado fue que Dios me dio mucha alegría! Yo estaba alegre porque sabía que
mi respuesta a una dificultad era de agradado a mi Padre celestial y que Él,
pelearía mi batalla.
Santiago
1:2 dice: "Hermanos míos, tened por sumo gozo cuando os halléis en
diversas pruebas". ¿Por qué Santiago puede decir eso? Porque él sabía que
Dios tenía el control total de todo lo que le sucedería. Él sabía que nada
podría separarle del amor de Dios que él tenía por tener a Cristo su Salvador.
La
Palabra de Dios nos enseña que “el gozo del Señor es nuestra fortaleza”
Nehemías 8:10. Es decir, que tu verdadera fuerza no proviene de lo que posees
ni de las circunstancias que te rodean, sino de esa alegría profunda que se
arraiga en la certeza de que Dios está contigo y que nada sucede fuera de Su
control.
Por
eso, cuida tu alegría como un tesoro. No permitas que la crítica, la traición,
la pérdida, la escasez o la ansiedad la apaguen. El gozo en el Señor es más
fuerte que las lágrimas, más alto que las montañas de problemas y más estable
que los cambios de la vida.
Recuerda:
la alegría en Cristo no depende de lo que tienes, sino de lo que eres en Él.
Aunque la noche sea oscura, la promesa de un nuevo amanecer debe mantener tu
corazón firme. Aunque el camino sea largo, el gozo de saber que no caminas solo
debe sostener tu esperanza.
Así
que a partir de este día decide: que nada ni nadie robe tu alegría.
S.A.G. - 19 – OCT – 2025 (Estudio
No. 858)
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