Según Éxodo 16, el maná es el alimento que Dios
provee desde los cielos para alimentar a los israelitas y no mueran de hambre
mientras atraviesan el desierto del Sinaí guiados por Moisés. Los pequeños
copos blancos, parecidos a la semilla de cilantro y degustando como
"obleas hechas con miel", cubrieron milagrosamente el suelo después
del primer rocío de la mañana. La gente podía reunir todo lo que necesitaban
por un día y confiar en que más aparecería a la mañana siguiente. Aquellos que
eran codiciosos encontraron que su maná en exceso se pudrió y sembró gusanos
durante la noche.
Hay muchas explicaciones naturales sobre esta
comida misteriosa, la más popular que viene del Sinaí, donde los pequeños
árboles llamados tamariscos, que se encuentran cerca de los oasis, secretan un
glóbulo blanco resinoso que, sí, sabe a miel.
Su origen natural no es tan importante como su
significado divino. Los judíos que habían logrado su libertad se lamentaban de
que vivían mejor como esclavos. Todos murmuraban contra Moisés y Aarón. Los
judíos decían: "en Egipto, nos sentábamos alrededor de ollas de carne y
comimos todo el alimento que queríamos, pero nos habéis llevado a este desierto
a morir de hambre"
Moisés les dice que Dios proveerá
"maná" para ellos cada día. Como signo de Su amor y fidelidad, Dios
sostiene al pueblo con esta substancia misteriosa durante cuarenta años. Se les
daba suficiente para un solo día a la vez. El maná es realmente un mensaje
acerca de confiar en Dios.
En nuestra cultura actual, somos saturados con
mensajes que necesitamos acumular, guardar, almacenar y protegernos para la
vejez. Surgen cuestiones como: "¿Qué voy a hacer si...?" ¿Tendré suficiente para vivir en el retiro?
¿Cómo voy a comprar mi medicina? ¿Qué pasa con las facturas de servicios
públicos? Etc.
Mientras temamos y nos preocupemos por las
circunstancias, somos tan esclavos como los israelitas. Declara tu libertad y
confía en que por la mañana Dios "manda el pan del cielo". Salga y recójalo.
Haz lo que puedas hoy y deja totalmente el resto a Dios. Nuestra libertad
depende del nivel de confianza en Dios. Confiar en Dios fiel y amoroso es lo
que nos da la verdadera libertad. Dios espera para ayudarnos de muchas maneras.
Muchos de nosotros hemos pasado toda una vida
de autosuficiencia. Hemos sentido que necesitábamos ser fuertes fuimos fuertes.
Algunos de nosotros en la iglesia incluso desarrollamos una noción de que la
duda o la debilidad demuestran una falta de fe.
A veces, algunos de nosotros podríamos haber
cantado algo como: "Sendas Dios hará, donde piensas que no hay… ".
Confianza como esa, a veces, puede ser algo
bueno. La creatividad brota de ella. Las naciones se construyen sobre ella. Las
sociedades fuertes están hechas de gente creativa y autosuficiente como esta. La
fortaleza social se sustenta, basa y fortalece en ellas.
Pero una vida vivida sólo en la autosuficiencia
parece también contraria a la enseñanza cristiana. Y es una forma muy poco
saludable de vivir.
Todos necesitamos ayuda de Dios y de los demás.
Ningún hombre es una isla, aunque a menudo vivimos así. Una vida vivida sólo en
la autosuficiencia puede convertirse en una existencia solitaria y temible. Lamentablemente
muchos no se percatan y viven así, separados de la ayuda de sus padres, de sus
hijos, tíos, cuñados, suegros… ellos creen en sus fuerzas y no se percatan de
su soledad, de su proximidad a ser viejos.
Los fuertes saben que pueden ser débiles y esconden
lo asustados que están. Incluso saben que tienen limitaciones y, sin embargo,
dudan en hacerles frente compartiéndolas con quienes les rodean y aman.
A medida que envejecemos, algunas de estas
limitaciones pueden llegar a ser mucho más evidentes. Una vida vivida con seres
queridos puede convertirse repentinamente en una solitaria.
Esa salud espectacular que tal vez hoy posees
puede comenzar a mostrar signos de desgaste. Las finanzas pueden declinar y
tememos por nuestra capacidad de llegar a fin de mes.
Los que hemos estado acostumbrados a ser cuidadores
de las vidas de muchos que nos rodean, empezamos a preguntarnos qué nos está
pasando. Nosotros, que hemos satisfecho las necesidades de nosotros mismos y de
los demás, podemos comenzar a sentirnos necesitados.
Y, sin embargo, muchos se niegan a decirle a
nadie cómo nos sentimos. Estos sentimientos son normales, pero una vida de
autosuficiencia nos lleva a quedar solos y llenos de temores y con ellos llega
la frustración.
Días pasados mi esposa estuvo postrada, con
tendinitis producto de un mal movimiento; la podía entender, desde enero del
pasado año sufri un bloqueo severamente doloroso de una rodilla. La entiendo
perfectamente bien…
Se de ese dolor, principalmente en lo frio de
la madrugada, sé que debo cuidarla y no dejarla pasar mi experiencia en donde
por presuntuoso calle y sin pedir ayuda cargue con mi problema. Cuando solo me
sobaba la rodilla, no recuerdo haber estado nunca tan indefenso y sentirme tan impotente...
ella no pasara por eso, porque ella es más inteligente y pide ayuda.
A más de un año, mi rodilla mejoró. Y de todo
lo que pase con mi dolor, entiendo que fue mi problema, porque a veces a igual
que cuando predicamos, cuando escribimos, escribimos para nosotros mismos,
tenía clara mi confianza en Dios, pero menosprecie la ayuda de los otros.
Comprendamos que el pan nuestro de cada día, lo
da Dios, tan solo con pedírselo. Pero que tal si no nos podemos agachar a
recogerlo… necesitamos de otro.
¿Qué necesidad o temor tiene hoy? Compartirlo
con Dios y con otros, aliviará la carga.
¿No eres miembro de una iglesia? Llama a un familiar
o amigo cercano, incluso si no tienes una iglesia, un buen pastor aun no siendo
su oveja, hará tiempo para oírte.
Comparte tus necesidades o temores. Dios está
esperando para ayudarte a través de ellos.
Aun
ahora, en nuestros días, Dios sigue dando el maná cada mañana.
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