Y Dios Llamo A Uno Y Después Al Otro Por: Saúl Guevara


(En Memoria de los Hnos. Carlos y Milagros Rivas)


Con la muerte de ella, Dios llamo a un matrimonio a que le siguieran sirviendo en los cielos. Hace unos meses falleció él y meses después ella, eran hermanos buenos, con quienes tuvimos mi esposa y yo una relación especial, sorprendente y enriquecedora.

Él se llamaba Carlos y ella Milagros ambos comerciantes. Ellas, nuestras esposas, se conocían desde la infancia, yo desde hacía unos cuarenta años. Conocí a Carlos y su esposa en circunstancias muy especiales, sufrían en aquellos momentos la enfermedad de su hija, enfermedad de la que se valió Dios para llevarla con Él en plena juventud, Carlos y Milagro lo entendieron, lo asimilaron, lo aceptaron y un día la jovencita los llamo, los aconsejo, les conto como era el maravilloso lugar a donde iría y partió a su nueva morada. De ellos puedo resumir, su actitud fue alabar a Dios y agradecerle por los pocos años que se las presto y nunca la olvidaron, junto con su hijo varón Juan Carlos y dos más de crianza, siguieron afrontando la vida.

En una ocasión el diablo, utilizando un anciano desgobernante de una iglesia, sembró cizaña en sus corazones contra mi esposa y mi persona, aquel incidente me había dejado muy mal predispuesto y desconfiado para con ellos. Paso el tiempo y un día se aparecieron de nuevo, los miré con bastante cuidado, atento a cualquier señal que despertara mi preocupación.

Sin embargo, Carlos fue ganándose nuevamente mi respeto, mi confianza y mi amistad con sus actos, volvía hacer el hombre cariñoso para con mis hijas y respetuoso de mi esposa y quien en toda oportunidad trataba de aconsejarme.

Que tenían sus defectos, claro está que tenían sus defectos, no estoy hablando de una pareja perfecta, no la hay, eran igual a usted amigo lector y a mí.

¡Era un buen matrimonio! Pude ver cómo sus puntos de vista se daban con el fin de servir, de llenar sus almas y crecer en espíritu. Muchas veces en sus actos reflexioné sobre lo bueno que puede ser alguien haciendo su trabajo con amor, con entrega, con amor de Dios, a pesar de todo.

Y un día, queriendo en su tercera edad cumplir con los sueños de toda su vida, se retiró a un pueblo de El Salvador, (La Laguna, Chalatenango) y halla hizo vida como propietarios de un hotel. Ya después una tarde, sorpresivamente, me enteré de su fallecimiento y de igual manera, sorpresivamente, semanas después otra hermana en Cristo nos contaba del fallecimiento de ella.

Es interesante ver y pensar como unos de los escasamente buenos y existentes en este mundo, que viven en medio de tanta gente interesada y mezquina, son agraciados y recogidos por la mano de Dios para estar viviendo sus promesas de
la vida eterna. Se necesita mucha fe y amor por el Señor para aceptar y comprender estas cosas.

Hace ya más de veintiún años de fundada la Iglesia Cristiana el Renuevo, en Soyapango, San Salvador, El Salvador, a ese lugar nos mandó Dios a fundar, levantar y cuidar su obra, ahí fuimos con Silvia mi esposa y mis hijas y ahí estamos.

Recuerdo que haya por el mes de agosto del año dos mil siete, en el proceso de restablecimiento de nuestra amistad con ellos, Carlos y su esposa asistieron con unas hermanas estadounidense a la Iglesia, fue un día muy especial, ellos se habían liberado de las doctrinas de hombres de aquel anciano desgobernante, ahora entendían que la Iglesia de Cristo es una sola y no importa su denominación, basta con que sean de expresión cristocentrica, decía que llegaron y siguieron asistiendo cuando podían o Dios los enviaba a nuestros eventos, así, conocieron la Iglesia de aquel entonces en la Isla La Pirraya y se la gozaron. 

La verdad es que para Dios no aplican nuestros cortos pensamientos ni nuestros imperfectos sentimientos. Él trae a este mundo a las almas y las recoge a Su seno también, todo del modo que mejor se adapte a Su Plan. Ellos como todos pasaron sus pruebas y las enfrentaron tratando simplemente de ser unos buenos cristianos, nada más, ni nada menos. Sin dudas que Dios vio en su alma muchas cosas buenas, muchos esfuerzos y fracasos puestos al servicio de mantenerse en el camino del bien. Su ejemplo fue semilla para otros, como lo fue para mí, respecto de las actitudes que debemos adoptar en los simples pasos que caminamos en nuestro día a día.

Dios quiere que recibamos Su Gracia y que hagamos honor a ella, con cosas simples. El amor por las pequeñas cosas nos eleva espiritualmente. Lavar un plato con amor, es tan importante como el más grande gesto que podamos realizar, en términos humanos. Así es el camino de la santidad por la pequeñez, por el sendero de la perfección en las cosas simples de nuestra vida.

Mucha gente cree que la santidad es algo lejano, inalcanzable. La verdad es que hay muchos santos que nosotros no conocemos: madres abnegadas que enfrentan tribulaciones de todo tipo, hijos que sufren un hogar injusto y se mantienen buenos y dóciles a lo largo de toda su vida, abuelos abandonados por sus hijos y nietos, hombres y mujeres que dieron su vida trabajando con amor, devolviendo injusticias con verdad y esfuerzo.

Buscar la santidad es nuestra obligación: aunque sepamos que nunca la alcanzaremos en forma plena, es un camino que debemos recorrer. Y no pensemos que se requieren gestos grandilocuentes o hazañas de algún tipo, sólo es necesario poner amor en cada pequeño acto de nuestra vida, en cada pasito que damos desde que nos levantamos, hasta que nos dormimos cada noche. Y cuando caemos, sólo seamos capaces de verlo, de pedir perdón a nuestro amoroso Jesús, para empezar nuevamente. Este camino de la santidad está presente a nuestro alrededor, cada día. Y cuando uno de estos buenos fallece, debemos alegrarnos porque el Señor ha recogido un alma buena para Su Reino.

En términos humanos es difícil aceptar la muerte de alguien querido y este sentimiento se amplifica cuando es un alma buena la que se va. Pero debemos ser capaces de traspasar los ojos de nuestra naturaleza humana, para ver desde nuestro costado espiritual y comprender la alegría que estas almas poseen cuando el Rey las recibe con Sus Brazos abiertos. Como nuestros amigos Carlos y Milagros, que supieron llevar en su vida una conducta basada en la honradez, el esfuerzo, la sencillez, la verdad, en definitiva, el amor. Tristeza humana, sí, pero alegría espiritual también, porque ellos disfrutan ahora de las promesas de Jesús, de la perfección y armonía del Reino. Las promesas, para ellos, están ahora cumplidas.

Ya sus restos descansan y su espíritu se a vivificado en los cielos. Benditos son.
San Salvador, El Salvador, finales del mes de febrero de 2020.








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