Juan 11:35 “Jesús lloro”
¿Por qué lloran los pastores? Es una pregunta que quise responderme a mí mismo y todas las escudriñadas me llevaban siempre a otra pregunta, más relevante: ¿Por qué lloró Jesús?
Los pastores lloramos por muchas razones. Lloramos por las personas que aún no han encontrado descanso y esperanza para sus vidas; por esas personas que se sienten desesperadas, abandonadas y sin pastor; porque se sienten solos; por las ovejas malcriadas y las descarriadas; por los muertos y enfermos en esta pandemia; por las criticas mal sanas; etc. y estoy seguro que esas lágrimas también las lloró Jesús. (Mateo 9:36). Otra faceta muy importante que provoca las lágrimas en un pastor es “estar viviendo en un estado de agotamiento continuo”.
Hay cuatro cosas que todo pastor necesita cuando se encuentra en un estado de agotamiento.
· En primer lugar, tenemos que reconocer que necesita a alguien en quien confiar.
· En segundo lugar, necesita confesar y/o hacer frente al problema.
· En tercer lugar, necesita saber que otros se preocupan por él.
· En cuarto lugar, el pastor agotado necesita saber que él “está bien”.
Las lágrimas de un pastor por el sufrimiento de la gente son lágrimas conocidas y deseables. Y todos nos sentimos demandados a mostrar ese tipo de lágrimas, tal como lo hizo Job (Job 30:25). Esas lagrimas son el fruto espiritual de la semilla de amor al prójimo que Dios depositó en nosotros.
Pero los pastores lloran mucho a escondidas y en silencio. Lo confieso abiertamente. Y no es solo uno o dos, son todos los pastores los que derraman lágrimas silenciosas mientras continúan animando a otros incansablemente. Lloran como Jesús, por la ingratitud de la gente que hace daño al ministerio (Mateo 12:1…12), lloran por esa gente que está dentro de su iglesia y que le hiere constantemente (Josué 7).
Los pastores lloran de alegría cuando ven el resultado de la obra de Dios en la vida de las personas a través de su Palabra (Nehemías 8:1…10). Los pastores lloran por las críticas despiadadas, las divisiones de la iglesia, las luchas de poder, la falta de compromiso, la deslealtad, la falta de recursos y sobre todo por la soledad.
En el inicio de mi ministerio, escondía las lágrimas, solo Jesús sabe cuántas veces las dejé en la profundidad del sueño orando y buscando de Él. Y la verdad es que no estaba mostrando lo que realmente había en mi corazón. Estaba devastado, no estaba siendo sincero con la gente. Me sentía enojado, sin saber a quién endosarle mi furia y sin sentir el derecho a mostrarme débil.
Un día, en la Ciudad de Guatemala escuchando la predicación de un pastor al que sobre nombraban como el llorón, entendí que Dios nos manda que mostremos las lágrimas y de ahí el ejemplo en Jesús que también lloro.
En su prédica el pastor decía: “Enséñale a tu iglesia que los pastores se sienten solos, muy solos. Enséñales que los pastores se sienten abandonados y se deprimen. Enséñale a tu iglesia que los pastores siguen a Jesús, pero no son Cristo; Muestra tu corazón tal como es, enséñales que los pastores también se asustan, tienen miedo, se esconden y quieren salir huyendo. Quiero que tu iglesia sea diferente, que todos se vean como humanos. Enséñales que los pastores también vuelven a ver a su alrededor y se preguntan lo mismo que ellos: ¿Quién puede ayudarme?”
Desde entonces he perdido la pena a llorar en público. Seguramente la gente me habrá visto llorar muchas veces, sin preguntar nada. Y he aprendido a matar mi orgullo mientras recuerdo y pienso en la porción bíblica que dice: “Hay un tiempo para llorar, un tiempo para reír; un tiempo para estar de luto y un tiempo para saltar de gusto” (Eclesiastés 3:4).
No intentes mostrar una vida perfecta. No la tienes. No mientas. Muestra lo que tienes, nada más que eso. Dios se encargará de mostrar el resto.
Al igual que Jesús, Él y yo también lloramos. Hay momentos y situaciones que nos han llevado a derramar lágrimas como ríos enteros, pero al final siempre llega la paz. Hoy a casi un año de la muerte de mi único hermano carnal, quien como siempre he dicho fue como un padre, recuerdo aquel día con la fatídica llamada y la voz que decía, “acaba de morir…”, aquel no fue un buen día, no me pude despedir y estar ahí para orar con él, no pude estar en el sepelio, etc., tan solo pude y aun a veces lo hago, llorar y dar gracias a Dios, “Él dio y Él quito”, hágase en mí, su voluntad; pero ahora casi a un año de aquello, he podido ir a su tumba y ver que ahí duerme junto a mi padre, mi madre y su esposa, he podido llorar y hay paz en mi corazón, bendito sea el Señor.
Así Dios, una y otra vez, Él se ha encargado de mostrar el resto. Su amor, su fidelidad, su gracia, su poder. Me ha hecho entender que llorar abiertamente realmente nos hace bien (Eclesiastés 7:3) y que las lágrimas sinceras son semillas que germinan en primaveras de alegría (Salmo 126:6). He aprendido que somos dichosos los que lloramos (también en público) porque recibimos consuelo (Mateo 5:4) como también he experimentado que el sembrar con llanto, me fructifica en alegría.
Cuando llora el pastor, cuando lloras tú, cuando lloramos todos, suceden muchas cosas buenas. En nuestras vidas, en nuestras familias y en nuestras iglesias. Que a Él sea toda la Gloria, la Honra y el Poder, por Su Misericordia con nosotros
Tan solo me animo con la porción bíblica que dice; ·Ve y di a Ezequías: Jehová Dios de David tu padre dice así: He oído tu oración, y visto tus lágrimas; he aquí que yo añado a tus días quince años” Isaías 38:5
Pero amigo lector, recuerde siempre, que sus pastores… también lloran.
S.A.G. – 05 – JUL – 2021
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