Nunca
olvidarán este estudio. Aunque quieran no podrán olvidarlo. Esta
verdad les saldrá al paso una y otra, y otra vez, hasta formar parte
de sus vidas para bien, si lo tienen en cuenta; para mal, si no le
hacen caso. 2 Samuel 17.23: “Pero Ahitofel, viendo que no se había
seguido su consejo, enalbardó su asno, y se levantó y se fue a su
casa a su ciudad; y después de poner su casa en orden, se ahorcó, y
así murió, y fue sepultado en el sepulcro de su padre” RV
- Las ofensas son peligrosas
La
ofensa es más peligrosa que cualquier criminal sanguinario. Porque
al igual que él, las ofensas, pueden provocar la muerte.
Una
de las experiencias más duras de la vida, que vemos repetida al
estudiar los escritos de Samuel, es la traición. David fue
traicionado y no por cualquiera sino por aquellos que estaban más
cerca de él. Le traicionó su propio primogénito y le traicionó su
consejero Ahitofel.
Estas
cosas pasan también en las familias y las iglesias. Las parejas se
traicionan entre ellos; los hijos traicionan a los padres, los
hermanos entre sí; los creyentes traicionan a los pastores y los
pastores a los creyentes... y todo ¿Por qué? Porque se sienten
ofendidos. Las ofensas hacen daño y nos impulsan a actuar mal.
Jesús
pasó por esa misma dura experiencia de la ofensa y la traición. Uno
de sus discípulos más cercanos. A quien había confiado la
administración de las ofrendas, su tesorero, Judas. Uno de su
círculo más íntimo, que comía y andaba con él. Le traicionó por
el precio de un esclavo.
¿Alguna
vez te has sentido ofendido o traicionado? Todos sabemos por
experiencia lo que es la ofensa. Es cuando alguien nos humilla o
menosprecia. Cuando consideramos que alguien atenta contra nuestra
dignidad con palabras o acciones. Cuando nos sentimos mal tratados.
Esto
pasa con más frecuencia cuanto más susceptibles seamos. Es un
sentimiento poderosísimo que produce angustia, dolor, enojo, ira. Y
aquí es donde aparece el problema. Porque cuando nos enojamos,
solemos actuar mal. Cuando nos sentimos ofendidos solemos reaccionar
contra quienes consideramos causantes de la ofensa.
Ahitofel
traicionó a David porque se sintió profundamente ofendido por Él.
Ahitofel fue Padre de Eliam (2 Samuel 23:34). Este es a su vez padre
de Betsabé (2 Samuel 11:3). Por tanto Ahitofel era abuelo de
Betsabé. Como consejero y asesor de David, fue testigo y estuvo al
tanto de todo lo que le sucedió a su nieta y a su marido. En este
punto se produce un antes y un después en la vida de Ahitofel.
David
se arrepintió y Dios le perdonó la vida. Esto no le gustó a
Ahitofel. Él pensaba que David debía pagar por su pecado. Ahitofel
no sabía que ya lo estaba pagando. Dios estaba tratando con la vida
de David, pero él no lo sabía. Ahitofel, a pesar de su sabiduría,
no entendía la gracia de Dios para con el pecador. Lo que le puso en
el camino sin retorno. Se sentía profundamente ofendido. Ahitofel
dejó el camino de la integridad y se volvió hacia el mal camino que
lo llevó a la traición.
El
rencor, el resentimiento, y el deseo de venganza, le estaban
amargando la vida. Por esta razón, cuando Absalón se rebeló contra
su padre, Ahitofel le siguió en la traición. Lo peor es que creía
tener motivos válidos. Pensaba que Dios estaría de su parte. Pero
no fue así.
Debemos
aprender a manejar las ofensas. De lo contrario ellas nos manejarán
a nosotros. Las ofensas pueden producir un terrible daño. Nos
robarán los frutos del Espíritu Santo y distorsionarán nuestra
visión.
Ahitofel
era consejero real. Estimado y respetado por todos. Cuando aconsejó
a Absalón y éste no siguió su consejo. Se sintió tremendamente
ofendido. Al punto de decidir acabar con su vida. Consideró que al
rechazar su consejo Absalón le estaba rechazando a él y no lo
soportó. En todo esto vemos que Ahitofel era una persona orgullosa.
Se quitó la vida por causa de las ofensas. ¿Alguna vez te has
sentido tan ofendido que deseaste morirte?
Debemos
reconocer que las relaciones personales no son fáciles. Lo que es
fácil es ofendernos los unos a los otros. Por eso debemos estar
atentos y relacionarnos con amor y respeto, y aprender a tratar con
las ofensas.
- ¿Cómo tratar las ofensas?
Como
en todo, Jesús es nuestro modelo a seguir. Porque él fue ofendido y
traicionado. ¿Qué hacía Jesús para superar sus ofensas?
Encomendaba su causa al que juzga justamente. Es decir, Pasaba
orando, conversando con el Padre. Echaba sobre Él su ansiedad,
sabiendo que Él le cuidaba. Nosotros debemos aprender a hacer lo
mismo. 1Pedro 2.21..23 NVI: “Para
esto fueron llamados, porque Cristo sufrió por ustedes, dándoles
ejemplo para que sigan sus pasos. Él
no cometió ningún pecado, ni hubo engaño en su boca. Cuando
proferían insultos contra él, no replicaba con insultos; cuando
padecía, no amenazaba, sino que se entregaba a aquel que juzga con
justicia”
Cuando
te sientas ofendido, que tu primera reacción sea buscar a Dios.
Encomienda al Señor tu camino, y confía en Él; y Él hará. Salmo
37.5. Cuando Jesús nos dijo que amáramos a nuestros enemigos,
primero nos dio ejemplo. Su trato con Judas es un verdadero manual de
vida. ¿Cómo le trató antes y durante su ofensa y traición?
Por
mucho que nos moleste lo que hizo Judas, debemos reconocer que no es
el único que ofendió y traicionó a Jesús, tú y yo también le
ofendemos y traicionamos. Cuando tentados hemos cedido, y escogido el
mal. No podemos excusarnos. Él conoce nuestras tentaciones. Las
padeció en su mayor grado, sin pecar. Por eso podemos echar nuestra
ansiedad sobre Él, porque sabemos que sufrió nuestros dolores y
puede identificarse con nosotros en cada situación.
Pocas
ofensas y traiciones duelen tanto como las de un amigo íntimo. Las
relaciones humanas requieren de confianza y fidelidad. Sin confianza
no hay relaciones profundas, sin fidelidad tampoco. Cuando surge la
duda, comienza la desconfianza y ésta lleva a la ofensa y la
traición. Debemos estar atentos.
- Ahora que sabemos esto, bienaventurados seréis si lo hiciereis
Las
palabras del Maestro en Mateo 18.15 nos exhortan a arreglar nuestras
ofensas. Porque no se arreglan solas. Debemos reconocer que sin la
ayuda de Dios no podremos hacerlo. Él perdonó a Pedro su ofensa.
Habría perdonado la de Judas. Perdonará la tuya, así como perdonó
la mía.
Ahora
bien, no podremos arreglar nuestros asuntos en la carne, sino en el
Espíritu. Como cristianos no podemos actuar como Ahitofel o Judas,
ellos terminaron suicidándose y esa no es la voluntad de Dios. Dios
quiere que arreglemos nuestras cuentas con los demás. Y por supuesto
con Él.
¿Te
has reconciliado ya con tu Creador? El arrepentimiento y la confesión
sincera, puede ser un buen comienzo. Para que el pecado no haga mella
en nuestros corazones y nos amarguen la vida y acabe haciendo daño a
alguien o a nosotros mismos.
Acudamos
a Jesús en este día y pidámosle que nos ayude a ser íntegros. A
perdonarnos los unos a los otros, antes de que nos hagamos más daño.
Busca
a aquellos que te ofendieron o aquellos a los que ofendiste y arregla
cuentas con ellos. Podemos comenzar hoy aquí y ahora. No tienes
porqué terminar como Ahitofel, ni como Judas. Debes hacer lo que
hizo Pedro. Se arrepintió y lloró amargamente y Dios le perdonó.
Esta
verdad les saldrá al paso una y otra, y otra vez, hasta formar parte
de sus vidas para bien, si lo tienen en cuenta; para mal, si no le
hacen caso. Al final... TU DECIDES.
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