Lo Que Deseare Tu Alma, Haré Por Ti

Hoy tengo la motivación de escribir algo que se relacione con la memoria. Con el recuerdo. Porque uno de los problemas más acuciantes que padece la humanidad hoy en día es el Alzheimer. Es una enfermedad que ataca las neuronas del cerebro y las destruye. Esta enfermedad es fácilmente detectable porque los primeros síntomas son la pérdida de la memoria reciente. Posteriormente se desarrolla hasta acabar con toda la memoria de la persona. Todos olvidamos las llaves. Pero, no recordar quién eres o cómo te llamas, quienes son tus seres queridos, o si has comido hace cinco minutos, es terrible. La desorientación es total. Los recuerdos se quedan en un simple y enorme vacío.

1 Samuel 20:4 "Y Jonatán dijo a David: Lo que deseare tu alma, haré por ti" Es posible que estén pensando en qué tiene que ver el texto de hoy con el Alzheimer.

El relato bíblico nos indica el contexto de esta frase. La profunda amistad entre Jonatán y David, nacida de un mutuo respeto derivando en un pacto entre ambos, que expresa, al
mismo tiempo el amor que se tenía el uno al otro.

Por amor o por temor, todos somos capaces hacer promesas como esta: Lo que deseare tu alma, haré por ti.

En este pacto (Jonatán/David) hay amor, pero también temor. No olvidemos que uno de ellos era hijo legítimo del rey y por consiguiente heredero de la corona; mientras que el otro, había sido ya apartado por Dios como futuro rey de Israel. Y ambos lo sabían.

Había entre ellos un conflicto de intereses. Ambos eran conscientes de que esta situación les llevaría a enfrentarse tarde o temprano, a menos que hicieran algo para evitarlo. Y lo hicieron a través de este pacto.

Podemos esperar a que nos lleguen las malas circunstancias que vemos venir o podemos hacer algo para cambiarlas. Ellos lo hicieron y ambos fueron beneficiados. Mateo 5.25 "Ponte de acuerdo con tu adversario pronto, entre tanto que estás con él en el camino, no sea que el adversario te entregue al juez, y el juez al alguacil, y seas echado en la cárcel".

Llama mi atención leyendo este pasaje de la historia de Israel y sus primeros reyes, mil años antes de Cristo, es que los hombres, somos capaces de promesas semejantes entre nosotros mismos; ¿Qué no debiéramos ser capaces de hacer en respuesta a un amor infinitamente más puro e incondicional, como el amor de Dios? Sin embargo, debemos reconocer ¡Cuánto nos cuesta arrancar del corazón humano una exclamación parecida dirigida hacia el Creador!

Aunque algunos hablan y prometen, sin la intención de cumplir. Son hipócritas que dicen amar a Dios, pero que con los hechos lo contradicen; de ellos están llenas las iglesias y algunos son hasta servidores.

En general, debiera resultar mucho más sencillo, debieran brotar de manera natural, ante cada manifestación del amor de Dios. Pero no es así. Tan solo en momentos muy puntuales por lo general de especial necesidad somos capaces de estas promesas a Dios. Y esto, para olvidarlas con toda rapidez.

¿Por qué, es esto así?

1. Porque nos cuesta reconocer el verdadero amor.
Como dementes seniles, que han perdido su capacidad cognitiva, nos cuesta reconocer si algo es bueno o malo. Si es genuino o falso. Algunos no pueden creer que alguien les ame de esa manera. Estamos tan acostumbrados a nuestro amor "imperfecto" y egoísta, que nos cuesta aceptar que el amor de Dios no sea como el nuestro. Es como si no acabásemos de creernos del todo que Dios sea capaz de hacer algo "por mí".
2. Porque aunque lo reconociéramos, tenemos una memoria frágil.
Como enfermos de Alzheimer, perdemos la memoria fácilmente. Nuestras neuronas espirituales se nos queman pronto; no duran. Aunque creyésemos en el amor incondicional de Dios, con frecuencia olvidamos las maravillas que Dios hace en nuestro favor. Israel tenía ese problema. Por esa razón Dios tenía que levantar profetas en medio de su pueblo que les recordase las muchas obras poderosas que Dios había hecho por amor de ellos.

Hoy, quiero exhortarles a reconocer el amor de Dios y a recordar sus maravillas.

Somos personas privilegiadas por muchas razones. Seamos obedientes y manifestemos nuestra gratitud a Dios, en todo. 1Tesalonicenses 5.18.

Reconozca que Dios lo ama y por esa razón debemos ser agradecidos. Porque quien no es agradecido no aprecia lo que tiene. Y si no lo aprecia, lo menosprecia.

Sabemos por la historia bíblica que aún cuando Jonatán murió muy pronto, David no olvidó la promesa que ambos hicieron. A nosotros puede ocurrirnos algo parecido. Es posible que recordemos las promesas que hicimos a lo largo de nuestra vida a una u otra persona. Pero... ¿Recordamos las que le hicimos a Dios?

¿Por qué no hacer un ejercicio de memoria hoy, y recordar aquellas promesas que en momentos de dificultad hicimos y nos reafirmamos en ellas?

Creo que debemos pedir perdón a Dios por no haberle sido fiel. Pero también podemos alabarle porque Él siempre permanece fiel. Seamos fieles el uno para el otro. Seamos fieles a las personas, pero seámoslo también a Dios.

Cumplamos nuestras promesas. Ahora que aún las recordamos. Sólo así, amaremos a Dios como Él quiere ser amado.

Sólo así, podremos decirle sin mentir: Lo que deseare tu alma, haré por ti.

Ama así a tu pareja, a tus hijos, tus hermanos en la fe. Pero sobre todo, ama así a Dios.
Porque así es como Él nos ama.

El te dice: Lo que deseare tu alma, haré por ti.

Recuerda que para Él nada es imposible. ¿Necesitas un milagro? Él puede hacerlo.


Ahora... Ya es el momento de volver y darle tu rostro a Dios... Oremos.

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