Salmo 119:105 “Lámpara es a mis pies tu
palabra, y lumbrera a mi camino”.
En este mundo hay mucha confusión, egoísmo y
desesperación. Cada uno se hace su propia filosofía de la vida y sus propias
creencias, no quieren oír la Palabra de Dios. Así va el mundo. “… ya que
cambiaron la verdad de Dios por la mentira, honrando y dando culto a las
criaturas antes que, al Creador, el cual es bendito por los siglos de los
siglos. Amén” Romanos 1:25.
El cristianismo, es para conocerlo y vivirlo en
libertad. Es por eso que afecta a todas las dimensiones de la persona, interior
y exterior, individual y comunitaria. Justamente porque se refiere a un Dios,
absoluto y trascendente, es principio de sentido para todo; y aunque no puede
sustituir a nada, es necesario en el ejercicio de todas las demás áreas
mediante las cuales se articula la vida social, intelectual, moral y política.
Dios y su evangelio es para el ser humano, un
sentido total y principio de nuestro ser, el sentido de nuestra existencia y
dinamismo de nuestro futuro. Dios funda, inspira y sostiene toda la dinámica de
nuestra vida, pero no sustituye a ninguno de ellos en el orden material e
histórico. Dios nos entrega el mundo como materia de nuestra libertad; y en el
ejercicio de ésta consiste nuestra dignidad de seres creados a imagen y
semejanza de Dios.
El cristianismo evangélico es una historia
nueva, que no puede ser la repetición de la historia antes de su surgimiento.
Si se queda en un mero individualismo y en despreocupación por los grandes
valores comunes, está condenado a la incapacidad de proveer a la estructura
social lo necesario para lograr las metas de la sociedad.
El cristianismo evangélico es de trascendencia
y de encarnación. Dios es real y se ha manifestado en la historia y con su
reconocimiento se abre la fe y un trascenderse del hombre más allá de la
inmediatez de las cosas. Cuando decimos que es a la vez encarnación, en ese
sentido es visible, perceptible y verificable. Surge de la acción, de la
palabra y de las huellas y signos de Dios en Cristo; no es sólo conciencia o
palabra, sino también, historia y carne. Dios es real para el ser humano que es
carne y tiempo, porque Él se hizo carne y tiempo. Eso es lo que los cristianos
evangélicos confesamos al aceptarlo.
El cristianismo evangélico es la confesión de
un mundo abierto a la esperanza porque previamente el Creador se nos ha abierto
a nosotros, creándonos ojos nuevos para reconocerle Encarnado en un hombre
común.
Tenemos una fe que nos hace ver al Invisible,
extendernos al Infinito, vivir de una esperanza última que se revela eterna. El
cristiano no puede sucumbir a la provocación ni al silencio.
Como seguidores de un Dios viviente, que no se
quedó en una cruz, ni en una imagen, no le podemos callar, ocultar ni
trasmutar, porque Dios es mucho más que ética o cultura y no es reductible a
ellas. Dios tiene su lugar, lenguaje y signos apropiados. Discernir y ejercitar
los signos de esa visibilidad, haciendo justicia a la confesión cristiana a la
vez que al ordenamiento jurídico y a la realidad social es un doble imperativo
que tanto el cristiano como la Iglesia deben ejercitarlo el Estado reconocerlo.
Debemos preocuparnos cada uno en forma
individual por saber el lugar que ocupa Dios en la sociedad actual; Dios no
ocupa un único lugar, porque cada persona en la sociedad le dará un lugar
diferente. Cada grupo social le dará lugares distintos. El “lugar de Dios” no
debería ser el de una moral pendiente de recompensas o castigos, sino el de una
ética basada en relaciones humanas de compasión, respeto, celebración de las
diferencias, equidad, solidaridad… equivocadamente creemos que con “vivir como
si Dios no existiera”, haciéndonos los ciegos y sordos al mandato de construir
un mundo mejor, más justo, más feliz es darle a Dios su lugar.
Se dice ahora mucho que hay que adaptar el
Evangelio a la comprensión y a las exigencias del "hombre de hoy".
Deberíamos pensar que, más bien, se ha de presentar el Evangelio del modo más
entendible que se pueda; pero con el objetivo de adaptar el hombre de hoy a la
comprensión, vivencia y exigencias del Evangelio. El Evangelio no desecha el
recto pensar humano, sino que lo asume y lo complementa. Cristo hizo tan suya
la causa de los seres humanos, que su Evangelio es incompatible con todo lo que
atenta contra la naturaleza humana. El amor divino o cristiano del ser humano,
es más, pero no menos que el amor humano. Por eso, un amor deshumanizado no es
humano ni divino: es una falsificación del amor. Hemos de entender que Dios
asumió en Cristo al ser humano para humanizar el amor divino y divinizar el
humano. Esto es conocer el mundo que nos toca vivir y la imagen de Dios como
presencia suya.
Muchas personas consideran ser cristianas y no
saben lo que eso significa. A los cristianos de hoy nos toca vivir en un mundo
en el que muchos hombres han desplazado a Dios de su vida y viven como si Dios
no existiera, bastantes incluso niegan explícitamente su existencia.
La libertad es una cualidad inalienable de la
persona, el primero de los derechos fundamentales del hombre porque Dios nos ha
hecho libres. Pero el libertinaje actual, es una ruptura entre el Evangelio y
la cultura es, sin duda alguna, el drama de nuestro tiempo, que afecta al
sentido de Dios y al sentido del hombre.
Es necesario exponer, aunque sea brevemente,
los retos que la cultura contemporánea presenta a la fe cristiana. El
increencia, la indiferencia, el ateísmo, nos rodean y acechan nuestra vida de
fe. Como este fenómeno nos afecta también a los creyentes, que vivimos en la
misma sociedad y respiramos los mismos aires que todos, necesitamos
replantearnos los fundamentos de nuestro creer y afianzarlos para poder dar
razón de ellos ante todos los que nos rodean.
Los que entienden la libertad como una libertad
absoluta y sin límites, piensan que cualquier cosa atenta contra ella. Por ello
consideran que la libertad es incompatible con la existencia de Dios porque
pone límites a la libertad del hombre tales como:
·
Una
fe, experiencia personal
·
Una
fe compartida y celebrada en comunidad
·
Una
fe encarnada y vivida en el mundo
·
Una
fe testimonial
·
Una
fe que se vive en el amor
Vivir como cristianos no es tarea fácil en un
mundo secularizado, desunido y a veces enfrentado; en esa crisis de
civilización que afecta al mundo tecnológicamente desarrollado, pero
interiormente empobrecido por el olvido y la marginación de Dios.
En estas circunstancias ya no sirven las
motivaciones puramente sociológicas ni la ilusión que nace de los proyectos
humanos. Sólo la fuerza del amor que nace de la convicción de que Dios sigue
apostando por el hombre y precisamente por el hombre de hoy, es capaz de
superar complejos de minoría, persecuciones e indiferencias.
Con asombro y ternura estuvo Dios entre los
seres humanos; con asombro y ternura podemos estar los seres humanos ante Dios.
Ese es el primero y último fundamento de la gloria y alegría de todos los
mortales. Y es que Dios nos ayuda a pensar en Él como el amigo que nunca falla,
como el padre siempre dispuesto a perdonarnos, como el juez justo, pero también
totalmente misericordioso.
Esto es vivir el cristianismo evangélico en la
sociedad de todos los tiempos.
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