Los Primeros Cristianos, Su Expresión En La Vestimenta, La Modestia Y La Creyente




Romanos 12:2 RV “No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta”

El cristianismo primitivo fue un proceso revolucionario que inflamo el mundo de entonces como el fuego cuando incendia un bosque seco. Fue un movimiento que desafiaba las instituciones culturales de la sociedad romana.

Por qué entonces, la iglesia actual sostiene que los cristianos de los primeros siglos solamente enseñaban y practicaban la cultura de su día. Esta mentira se hace más aguda cuando nos damos cuenta de que los romanos acusaban a los cristianos de precisamente lo contrario: de no seguir las normas culturales de entonces.      

Pero la relación de los primeros cristianos a su cultura es algo que debe interesarnos profundamente hoy en día, porque si observamos bien, muchos de los problemas culturales a que hacemos frente hoy, son los mismos problemas que enfrentaban a la iglesia primitiva. No obstante, nuestras respuestas a estos problemas, por lo general, han sido muy diferentes de las de ellos.


Hablemos para el caso de una moda con poca modestia, Pedro había instruido a las mujeres: “Vuestro atavío no sea el externo de peinados ostentosos, de adornos de oro o de vestidos lujosos,” 1 Pedro 3.3. Pablo escribió palabras parecidas: 1 Timoteo 2:9…10 “Asimismo que las mujeres se atavíen de ropa decorosa, con pudor y modestia; no con peinado ostentoso, ni oro, ni perlas, ni vestidos costosos, sino con buenas obras, como corresponde a mujeres que profesan piedad” Al dar estas exhortaciones, los apóstoles no repetían las normas culturales de entonces. Hacían todo lo contrario.      

Una mujer de moda en la Roma antigua usaba los mismos cosméticos que usan las mujeres de hoy.

Iniciaba el día arreglándose el cabello y aplicándose su maquillaje. Se pintaba los labios, usaba pintura alrededor de sus ojos, se ponía pestañas falsificadas, se pintaba la cara con polvos blancos y las mejillas con colorete. Las que eran esposas llevaban un peinado conocido como las sex crines con seis trenzas, al igual que las vestales y las sacerdotisas. El cabello lo podían llevar teñido de rojo o negro, siendo algo posterior el tinte rubio. Algunas damas con menos cabellos emplearon pelucas negras importadas de la India y más tarde las rubias de Alemania.      

Un romano comentó a una amiga: “Cuando tú estás en la casa, . . . tu cabello está con el peluquero. Te quitas los dientes cada noche, y los guardas en un centenar de estuches para cosméticos. ¡Ni siquiera tu cara duerme contigo! Y luego guiñas con el ojo a los hombres por debajo de una ceja que sacaste de la gaveta por la mañana.” (Charles Panati, “Extraordinarios orígenes de las cosas cotidianas” 1987)     

Las mujeres romanas adornaban el cuerpo de la misma manera que adornaban la cara. Cuando salían de la casa, se engalanaban de muchas joyas, hasta llevaban anillos en todos los dedos. Las damas de moda insistían en vestirse de vestidos de seda importada, aunque, gramo por gramo, la seda valía tanto como el oro. Clemente comentó un poco caprichosamente: “El cuerpo de tales damas no vale siquiera mil dracmas (moneda de poco valor), pero pagan diez mil talentos que es más de lo que un jornalero ganaba en toda la vida, por un solo vestido. De esta manera ¡su vestido vale más que ellas mismas!” (Clemente de Alejandría 180 d.C) Y aun los hombres romanos usaban cosméticos y se vestían con tanta ostentación como las mujeres.       

En ese entonces muy por el contrario a la costumbre social y política, la iglesia desaprobaba el uso de cosméticos. Exhortaba a hombres y a mujeres que se contentaran con ropa sencilla. No sólo costaba menos la ropa sencilla, también era más modesta. Los vestidos lujosos muchas veces eran semitransparentes y se ajustaban a la forma femenina de modo sensual. Clemente comentó: “Los vestidos lujosos que no ocultan el talle del cuerpo en realidad no son vestidos. Tales vestidos, ajustándose al cuerpo, toman la forma del cuerpo y se adhieren a la figura. Así destacan la figura femenina, de manera que su figura entera se revela al que la ve, aunque no ve su mismo cuerpo. Tales vestidos están diseñados para exhibir, no para cubrir.” (Clemente de Alejandría; “en latín, Titus Flavius Clemens, fue el primer miembro de la Iglesia de Alejandría en recibir notoriedad además de ser uno de los más destacados maestros de dicha ciudad. Nació a mediados del siglo II y se estima que murió entre los años 211 y 216.”)       

Sin embargo, la iglesia primitiva no imponía el tipo de vestido que el cristiano debía ponerse. La iglesia hacía hincapié en los fundamentos de ropa sencilla y modesta, 1 Corintios 14:40 RV “pero hágase todo decentemente y con orden”, pero la aplicación específica de estos fundamentos quedaba con cada persona.      

Además de la ropa, las normas de modestia para hombres y mujeres cristianos difería mucho de las normas de la sociedad romana. Esto se hacía patente especialmente en los baños públicos y privados de entonces. Ningún otro pueblo, excepto quizás los japoneses, ha tenido tanta afición a los baños calientes como los romanos. El bañarse constituía el pasatiempo nacional, y los baños públicos servían como el punto de reunión de la sociedad romana. En los primeros años de la república romana, los baños de los hombres y los de las mujeres estaban estrictamente separados. Pero para el segundo siglo de nuestra época, era la costumbre que los hombres y las mujeres se bañaran juntos completamente desnudos.       

En una clara rebeldía al statu quo social, los cristianos enseñaban que los hombres y las mujeres no debían bañarse en presencia el uno del otro. Su actitud en cuanto a la modestia no reflejaba la cultura romana, sino la cultura piadosa.

Esto enseñaban y practicaban los primeros cristianos en cuanto a la ropa sencilla y modesta y la actitud santa entre el hombre y la mujer, muy contrario a la cultura de su época. Así fue durante los primeros 300 años. Hoy muchos cristianos siguen las normas culturales del mundo en cuanto a la vestimenta y la modestia.

En cuanto a la mujer, en ocasiones se oye que ellas estaban discriminadas entre los primeros cristianos. Esta acusación no es consistente ya que más bien lo que ocurre es lo contrario, sobre todo teniendo en cuenta el rol que tenía la mujer en aquellos momentos en la sociedad y en el imperio romano.

Cabe destacar las numerosas menciones que Pablo hace en sus cartas a diversas mujeres, citando incluso sus nombres, para destacar sus esfuerzos en la labor de predicación del Evangelio o agradecerles algún servicio prestado a él o a la comunidad: Claudia, Cloe, Apfia, Evodia, Síntique,Ninfas...


Al ser preguntado por la cuestión del papel de la mujer en el cristianismo primitivo, el profesor Domingo Ramos-Lissón (profesor emérito de la Facultad de Teología Domingo Ramos-Lissón falleció el 27 de noviembre de 2016 en Pamplona. Había nacido en Madrid en 1930, donde estudió Derecho en la Universidad Central de Madrid. Posteriormente se trasladó a Roma y allí se doctoró. Experto en Historia Antigua de la Iglesia, mantuvo una intensa actividad investigadora con más de ochenta libros y artículos publicados en revistas especializadas. Entre sus numerosas publicaciones destacan “Compendio de Historia de la Iglesia Antigua”) explica lo siguiente:
"Se puede decir que el trabajo apostólico de las mujeres en la Antigüedad cristiana tuvo una importancia extraordinaria. Un índice de la relevancia que tuvieron es la crítica que manifestaron por este motivo algunos paganos ilustres, como Plinio, Celso y Porfirio, que hacen un derroche de ironía contra el cristianismo, al reconocer la rápida profusión de conversiones entre las mujeres. Desde los orígenes cristianos, la mujer desempeña un papel insustituible en la difusión evangélica. Un ejemplo, podía ser el de Priscila, que evangeliza a Apolo, según nos narra Lucas (Hechos 18, 26)”

Clemente de Alejandría describe el papel de estas cristianas, que ayudaban a los primeros Apóstoles y que son las únicas que pueden entrar en los gineceos, servir de intermediarias y llevar a esas estancias la doctrina liberadora del Señor (Stromata, III, 6, 53).      

Estos datos nos ayudan a poner de manifiesto unas cuantas realidades concernientes a la evolución del contenido y práctica de los ministerios en las primitivas comunidades, así como en la estructura e instituciones de la misma Iglesia. Esto, es de suma importancia, para permitirnos ver a las mujeres mucho más cercanas al Ministerio de lo que normalmente se les ha venido concediendo.

En otras palabras, encontrémonos con el ser de un verdadero cristiano y hagamos de nuestro cristianismo un estilo de vida como lo peleaba la iglesia primitiva.  



No hay comentarios:

Publicar un comentario