“Dios resiste a los soberbios, y da gracia a
los humildes.” Santiago 4:6
Soberbio en griego es huperephanos: Que quiere
decir; Aquel que se siente superior a los demás. Si alguien se cree superior
entonces no escuchará, ni aceptara que alguien pueda hacer algo mejor que él y
mucho menos que alguien haya dado su vida por sus pecados, ni mucho menos podrá
en su mente concebir el llegar a ser siervo de Dios. Dios no es que no quiera
aceptar a los soberbios, Él quiere aceptar a todo ser humano, Él no hace
acepción de personas, es el soberbio quien se resiste a Dios.
Algunas personas piensan que el orgullo, es
parte de su carácter y por lo tanto es inevitable que vivan siempre con él. Sin
embargo, no se percatan cuán perverso y dañino es para nuestra vida permitir
que el orgullo anide en nuestro corazón. El estudio de la Biblia nos enseña que
esa fue la causa por la cual Lucero, el ángel más cercano a Dios y creado
perfecto, fracasó. Tuvo que ser echado del paraíso porque quiso ser independiente
de Dios, no quiso formar un equipo con los seres creados en el cielo. Leer:
Ezequiel 28:11…19. Isaías 14:12…15.
Era verdad que se trataba del ángel más
hermoso, estaba vestido de piedras preciosas, era el más poderoso y por ser
lleno de sabiduría, se le menciona como el sello de la perfección. Poseía lo
que todos quisieran tener: gloria, poder y sabiduría. También dice allí que
hasta su nacimiento fue espectacular, rodeado de flautas y tamboriles.
Su error, su más grande error que lo condenó a
convertirse en Satanás, fue no reconocer que todo lo que poseía, no le
pertenecía. Corrompido por el orgullo, cegado por la soberbia, no quiso
reconocer que todo le fue concedido por la gracia de Dios.
Cuando empezamos a tener dinero, cuando
asimilamos más conocimientos que otros, cuando tenemos poder o autoridad sobre
las demás personas y nos damos cuenta que tenemos ese poder y percibimos que se
nos hincha el pecho de satisfacción. Debemos de luchar contra la tentación de
pensar que eso es nuestro y que eso, nos hace más de lo que realmente somos.
Cuidado no menosprecie a otros.
La soberbia es fatuidad, la fatuidad es
vanidad, la vanidad es asumir lo que no se es. El orgullo es para repudiarlo,
es para no desearlo en lo más mínimo.
Satanás está tratando de inyectar la misma
soberbia, el mismo orgullo a nuestros primeros padres Adán y Eva. Leer: Génesis
3:4…5. Les indujo a la misma actitud de pecado, su mentira fue: "serán
como Dios". Y ellos, decidieron no depender de Dios, sino ser dioses de sí
mismos. Dios ya no podía retenerlos porque, Dios ya no era Dios de ellos, ellos
tenían que buscar su propio edén y fueron echados del cielo.
Sobre el orgullo no se puede levantar ninguna
virtud, pero todas las virtudes si se pueden cimentar sobre la humildad, que es
la raíz de todas las virtudes.
Por eso la persona que recibe la gracia de Dios
para tener humildad no la percibe como humildad, sino como una lucha contra el
rugiente orgullo en su corazón, la persona humilde es la que se dado cuenta que
tiene orgullo y pide a Dios ser quebrantado. La humildad se percibe como
profunda necesidad de Dios.
En ese mismo relato en la Biblia vamos a leer
la figura de la primera acción que hizo Dios para salvar al hombre de este
pecado. En Génesis 3:21 leemos que ellos quisieron cubrirse con sus propias
manos, hicieron su propia religión, pero fue en vano, sólo eran hojas de
higuera que no podían tapar su culpa y vergüenza, por primera vez se derramó la
sangre de un animal para arropar con esto al hombre. Y aquí está el simbolismo
de lo que muchos siglos después, Dios en un acto supremo de amor haría enviando
a Jesucristo como el cordero de Dios que quita el pecado del mundo, para morir
derramando su sangre en la Cruz por causa de nuestro pecado.
Jesucristo es la expresión de la humildad de
Dios, Lea Filipenses 2:5…11. Allí nos va a narrar la Biblia que Jesucristo no
se aferró a su deidad, sino que como hombre se humilló así mismo, hasta
entregar su vida en la Cruz cargando la humillación de llevar nuestros pecados
sobre sí mismo.
Cuando estuvo en la tierra le preguntaron
¿quién sería mayor en el reino de los cielos? y respondió: si no os hacéis como
niños no entrareis al reino de los cielos. Es la actitud de confianza como la
de un niño, de humildad, de dependencia de reconocer que lo necesitamos, lo que
nos traerá Bendición. Mateo 18:1…5.
No estamos hablando de pecados como el robo, el
asesinato, la mentira, la envidia, las violaciones, etc. Estamos hablando del
pecado de orgullo, de la soberbia, ya dijimos que la soberbia es fatuidad, la
fatuidad es vanidad y la vanidad es asumir lo que no se es. Pensar que lo que
somos nos pertenece y lo hemos logrado nosotros mismos. Eso no es verdad, la
salud, la profesión, el dinero, la inteligencia y las habilidades que podemos
desarrollar, son únicamente legados que recibimos por la gracia de Dios sin
merecerlo.
La soberbia, el orgullo de pensar que lo que
somos nos pertenece, que es producto de nuestro esfuerzo, que son nuestros
logros y lo merecemos; nos hace candidatos junto con Satanás a no alcanzar
nunca el cielo. Los demás pecados son una consecuencia de estar fuera de la
comunión con Dios y pueden ser perdonados.
Nos justificamos pensando: soy muy joven y debo
disfrutar la vida, no tengo tiempo mis estudios son lo primero, por ahora lo
más importante es mi trabajo, debo estar con mi familia, algún día cuando tenga
más edad lo buscare, son las excusas más frecuentes que esgrimimos para no
darle un tiempo a Dios, para no acudir a un lugar donde se estudie o predique
su palabra.
Esto refleja el tratar de vivir una vida
independiente de Dios, ése es el pecado del cual tenemos que arrepentirnos. Por
eso es necesario revisarnos y si hay que volver a la comunión con Dios,
volvamos a ella, basta ya de sentirnos o creernos autosuficientes.
Jesús es nuestro modelo, pero ¡cuán difícil es
seguir sus huellas! Una verdadera humildad debería distinguir a un cristiano
entre personas que buscan sus propios intereses, que quieren dominar a los
demás, engrandecerse y hacer valer sus derechos. Ésta necesita mucha fuerza
moral y una real cercanía al Señor. “Aprended de mí, que soy manso y humilde de
corazón”, dijo Jesús (Mateo 11:29). Y su fiel siervo, quien aprendió de él,
escribió: “Yo Pablo… soy humilde entre vosotros” (2 Corintios 10:1).
Permite que Jesucristo entre en tu corazón,
hazlo a solas cuando vuelvas a su casa y clama con tus propios labios el perdón
de tu pecado. Y luego busca un lugar, una familia o unos amigos que estudien la
Biblia. Es imposible ser cristiano sin conocer lo que Cristo vino a enseñar,
deja que Dios sea tu maestro a través de su palabra escrita en la Biblia.
Gálatas 4:4…7 y Efesios 2:1…10.
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