En el verano de 2003, miles de personas
murieron en Europa a consecuencia de una de las peores olas de calor en los
últimos sesenta años. La mayoría eran ancianos. En algunos casos, sus
familiares los habían dejado solos al irse de vacaciones. Se informa que a
otros no se les atendió debidamente o incluso se les ignoró porque el personal
del hospital o del hogar de ancianos estaba demasiado ocupado. El periódico Le
Parisien dijo que, tan solo en París, quedaron sin reclamar 450 cadáveres. “¿En
qué clase de mundo vivimos que nos olvidamos de nuestros padres, madres y
abuelos?”,
En un mundo en el que la población de más de 65
años experimenta un crecimiento sin precedentes de 795.000 personas por mes, el
cuidado de los ancianos se ha convertido en una de las principales
preocupaciones.
Nuestro Creador también se interesa en las
personas de edad avanzada. De hecho, su Palabra, la Biblia, nos da pautas sobre
cómo deben ser tratadas. Las generaciones actuales enfrentan enormes desafíos
en cuanto a mantener intacto el hogar, atender las necesidades de los hijos y
cuidar de padres ancianos en medio de la alocada vida moderna. La relación con
los padres a veces sufre desproporcionalmente; hijos y padres a menudo viven
lejos, se comunican poco y llega el momento cuando lo único que los une son los
recuerdos de la niñez y la herencia.
Jesús entendía perfectamente el significado de
“honra a tu padre y a tu madre” (Éxodo 20:12). Él mismo inmortalizó en la cruz
su solicitud por María su madre, al pedirle a Juan que se encargase de ella.
Pero, ¿qué significa honrar a nuestros padres en nuestros días? Ayuda saber
que, en el idioma hebreo, la lengua original de este mandamiento, “honrar”
(Kabad) a nuestros padres es reconocer que son personas de peso, personas
enriquecidas de valor, personas de importancia.
En el Antiguo Testamento, honrar a los padres
se consideraba algo tan sagrado y solemne como la observancia misma del santo
sábado. Levítico 19:3 confirma: “Respeten todos ustedes a su madre y a su
padre, y observen mis sábados. Yo soy el SEÑOR su Dios” NVI. Así lo entendió y
practicó el rey Salomón, quien al recibir la visita de su madre en el palacio
“se inclinó ante ella” y la hizo sentar a la diestra de su trono (1 Reyes
2:19). Con mucha razón entonces escribió más tarde: ¡Que se alegren tu padre y
tu madre! ¡Que se regocije la que te dio la vida!” (Proverbios 23:25, NVI).
Para el sabio, no hay edad en la que los padres no sean objeto de honra. En
Proverbios 23:22 instruyó: “cuando tu madre envejeciere, no la menosprecies”.
Despreciar es cortar de tajo; en cambio, menospreciar es herir por partes como
lo hace el hijo malcriado. En cualquiera de los casos es despojarlos del valor
que Dios les concedió. Despreciar es lo opuesto de “honrar”. Toda deshonra a
los padres, según el pasaje del Antiguo Testamento, hace “maldito” al hijo que
lo comete: “Maldito sea quien deshonre a su padre o a su madre”. Y todo el
pueblo dirá: “¡Amén!”. Deuteronomio 27:16.
Antes que Jesús usara la cruz como su último
púlpito para respaldar la honra a los padres, ya había dedicado su atención a
explicar este quinto mandamiento del Decálogo (Mateo 15:4…6). Es uno de los
mandamientos que recibieron una explicación más detallada en las enseñanzas de
nuestro Señor Jesucristo. Veamos los principios que contienen este pasaje de la
Biblia: Honrar a padre y a madre significa obedecerles.
La orden de obedecer a los padres es tan
antigua como la paternidad. Pablo aconsejó a los “hijos” en Éfeso: “obedeced en
el Señor a vuestros padres” (Efesios 6:1). En el idioma griego, la lengua usada
originalmente en este pasaje, la palabra “obedeced” (en griego hupakouo),
significa “escuchar”. Esta palabra se usaba para describir al portero que se
aproxima a la puerta para escuchar cuidadosamente quién toca y se refiere
también a la capacidad para seguir estrictas instrucciones como las órdenes
militares.
Los hijos tienen tres obligaciones con sus
padres:
a)
Amor. El amor se demuestra con obras. Hay que orar por ellos, darles
satisfacciones y alegrías y ayudarles según las posibilidades, sobre todo si
están enfermos o son ancianos.
b)
Respeto y gratitud. El respeto a los padres se muestra en una sincera
veneración, y cuando se habla con ellos y de ellos con reverencia. Sería una
falta de respeto levantarles la mano, despreciarlos, insultarlos y ofenderlos
de cualquier modo y avergonzarse de ellos.
c)
Obediencia. Hay que obedecer a los padres con prontitud y diligencia, siempre
que no sea pecado lo que mandan.
Pablo aplicó a la congregación cristiana el principio
de ‘levantarse ante canas’. Le dijo a Timoteo: “No critiques severamente a un
hombre mayor. Por lo contrario, ínstale como a un padre… a las mujeres de más
edad como a madres” (1 Timoteo 5:1…2). Aunque el joven Timoteo tenía cierta
autoridad sobre los ancianos cristianos, se le dijo que no debía menospreciar a
un hombre mayor, sino más bien instarle con respeto como a un padre. Además,
debía mostrar la misma honra a las mujeres de más edad de la congregación. De
hecho, Pablo exhortó a Timoteo y por extensión, a todos los miembros de la
congregación, a que se ‘levantara ante canas’.
Claro está, las personas reverentes no
necesitan ninguna ley para tratar a los ancianos con dignidad y respeto. Piense
en el ejemplo bíblico de José, quien no escatimó recursos para llevar a Egipto
a su padre, Jacob, que tenía 130 años, salvándolo así de una hambruna muy
extendida. En cuanto vio a su padre por primera vez después de más de veinte
años, José “cayó al instante sobre su cuello y cedió a las lágrimas sobre su
cuello vez tras vez” (Génesis 46:29). Mucho antes de que tratar a las personas
mayores con compasión y profundo respeto se convirtiera en ley para los
israelitas, José reflejó el criterio divino al obrar de ese modo.
Jesús mostró interés por los de edad avanzada.
Condenó enérgicamente a los líderes religiosos que por sus tradiciones creían
tener justificación para desatender a sus padres ancianos (Mateo 15:3…9). Ya
apuntamos como se ocupó con amor de su madre, mientras él, sufría atrozmente en
el madero de tormento.
El salmista oró: “No me deseches en el tiempo
de la vejez; justamente cuando mi poder está fallando, no me dejes” (Salmo
71:9). Dios no “desecha” a sus siervos fieles ni siquiera cuando a ellos les
parece que ya no son útiles. El salmista no daba a entender que se sintiera
abandonado por Jehová; más bien, reconocía que al hacerse mayor necesitaba aún
más confiar en su Creador. Jehová responde a la lealtad de sus siervos
apoyándolos a lo largo de toda su vida (Salmo 18:25). A menudo lo hace mediante
otros hermanos cristianos.
En vista de lo anterior, está claro que todos
los que quieren honrar a Dios también tienen que honrar a los ancianos. Nuestro
Creador considera muy valiosas a las personas mayores. Dado que estamos hechos
a Su imagen, manifestemos siempre el punto de vista divino sobre la “canicie”
(Salmo 71:18).
Y recuerda: Te Guste O No Dios Dice Que Debes
Hacerlo
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