Usaremos un testimonio guatemalteco para ilustrar este estudio: “Comencé
a trabajar en casa desde los doce años, allá en mi pueblito, la señora me daba
Q 200.00 La ayudaba a lavar ropa, hacer mandados, limpiar la casa. Cuando tenía
15 años le dije a mi mamá que me iba a ir a la capital para ganar más. Por
medio de una pariente me vine para acá. Tuve patrones buenos, pero también tuve
malos. A veces la señora me trataba bien, pero muchas veces me acostaba con
hambre, la comida se me daba medida, los niños eran desconsiderados; apenas
había pasado el trapeador y ellos se ponían a comer poporopos en sus camas y
dejaban todo lleno de migas, eso me obligaba a pasar limpiando una y otra vez.
No siempre me han pagado las prestaciones que según dicen tengo derecho, pero
es que yo no sabía, si me daban algo, que bueno, si no, lo dejaba en manos de
Dios como me había enseñado un Pastor amigo de los patrones. Hoy ya sé que
tengo derechos y no quiero que las jóvenes que trabajan en casa sigan siendo
maltratadas y enfrentándose a los abusos de los patrones”
Las condiciones en que se desarrolla el trabajo doméstico en Guatemala,
no difieren de la gran mayoría de los países del mundo; es un lastre que como
sociedad no queremos abordar. Las trabajadoras de casa particular son
contratadas sin establecer claramente las condiciones laborales. La mayoría de
patronas consideran que un favor les está haciendo al darles trabajo.
Las trabajadoras domésticas se enfrentan a la explotación laboral y toda
una serie de abusos graves, que incluyen el maltrato físico y sexual, el
confinamiento forzado, el impago de salarios, la negación de alimentos y
atención sanitaria, y el exceso de horas de trabajo sin días de descanso.
Los gobiernos excluyen habitualmente a las trabajadoras domésticas de
las protecciones laborales normales y no controlan las prácticas de
reclutamiento en las que se imponen fuertes cargas de trabajo o se desinforma a
las trabajadoras sobre sus empleos. “En lugar de garantizar que las empleadas
domésticas puedan trabajar con dignidad y libres de violencia, los gobiernos
les han negado sistemáticamente garantías laborales fundamentales que se
ofrecen a otros trabajadores”.
“Swept Under the Rug: Abuses against Domestic Workers Around the World”
(Oculto bajo la alfombra: Abusos contra trabajadoras domésticas en todo el
mundo), sintetiza la investigación de Human Rights Watch desde 2001 sobre
abusos contra las mujeres y las niñas trabajadoras domésticas que proceden o
trabajan en El Salvador, Guatemala, Indonesia, Malasia, Marruecos, Filipinas,
Arabia Saudita, Singapur, Sri Lanka, Togo, Emiratos Árabes Unidos y Estados
Unidos: “Millones de mujeres y niñas recurren al trabajo doméstico por ser una
de las pocas oportunidades económicas con las que cuentan”, señala que: “Los abusos
tienen lugar con frecuencia en hogares particulares y están totalmente ocultos
al público”. “Las trabajadoras domésticas son con frecuencia rehenes de agentes
laborales o empleadores”, señala. “Los gobiernos tienen que regular mejor las
condiciones de trabajo, detectar las violaciones e imponer sanciones civiles y
penales significativas”, agregó.
¿Y los cristianos?... ¿y las iglesias?
En una gran mayoría, ahí están, al igual que el mundo, abusando del
trabajo doméstico, pero asistiendo a las iglesias domingo a domingo.
El trabajo humano es especialmente importante en la Biblia, porque
refleja un aspecto básico del mundo entendido como creación de Dios (Génesis 1
y 2) y del ser humano como “imagen” divina entre todas las creaturas (Génesis 1:26).
En el capítulo 1 del libro del Génesis Dios es presentado como autor del
trabajo y del descanso. Esta tarea creadora del mundo, que incorpora en
perfecta armonía y equilibrio ambas dimensiones, continúa sin cesar,
sosteniendo la existencia del hombre y la mujer, a quienes ha destinado a una
vida plena.
Al contrario de lo que suele decirse, en estos pasajes iniciales de la
Biblia el trabajo es parte de la vida de plenitud que el Creador le regala a su
creatura predilecta en el mundo original concebido como un Jardín de Edén (Génesis
2, 5…6, 15). Y el mismo Dios Creador se nos presenta como un alfarero, al
momento de formar al hombre “con el polvo del suelo” e insuflando en él el
“aliento” de su propia vida divina (Génesis 2:7).
Jesús, el trabajador humilde y sencillo de Nazaret es conocido como un
trabajador manual (Marcos 6:3), lo mismo que su familia (Mateo 13:55). Jesús
estuvo 30 años en silencio, en el silencio de lo cotidiano y del trabajo. Esta
fue una de sus mayores opciones. ¿Qué hizo durante ese tiempo? Estuvo en
Nazaret al norte de Galilea, ciudad romana, tierra de latifundio greco-romano,
viviendo como un artesano cualquiera, laborando con sus manos, para enseñarnos
que ese también es el lugar de Dios. Dedicó así la mayor parte de su vida al trabajo
manual, en medio de desempleados que perdieron sus tierras y fueron obligados a
quedarse en las plazas esperando a alguien que los llamara a su servicio (Mateo
20:1…16). Su grupo estaba compuesto por trabajadores y él mismo conoció la
dureza del trabajo físico (Mateo 13:3). Por eso, Jesús puede comparar el Reino
de los cielos con los trabajadores enviados a la viña (Mateo 20:1…16). Buscó
para su grupo no solo a los pobres, sino también a los que estaban marginados
económica y socialmente, como los publicanos. A todos los llamó a ser
pescadores de hombres, a salvar al prójimo de todo lo que mata y oprime (Marcos
2:13…14).
Habiéndonos enterado de esa pobreza expresada en la vida de Jesús,
debemos entender que la pobreza tiene que motivarnos a una llamada fuerte a la
solidaridad, al menos para nosotros los cristianos esto tiene que ser
fundamental. Más allá de las consideraciones que se puedan hacer de tipo
político y que se deben hacer, porque estos fenómenos son complejos y presentan
muchas perspectivas. De todos modos, nuestra actitud tiene que ser: En cada una
de estas personas y sobre todo en los más débiles y vulnerables tenemos que ver
el rostro del Señor.
Los patrones tienen la mayor responsabilidad en propiciar que el trabajo
que dan, proporcione una manera que la gente pueda vivir, pueda tener una vida
digna en el presente y también en el futuro.
Nosotros los cristianos aun cuando decimos respetar y creer en la persona
humana, debemos reconocer como hijo o hija de Dios a quien nos vende su fuerza
laboral, como lo hace una empleada doméstica, ella tiene una dignidad que la hace
sujeto de unos derechos y deberes, que se fundamentan en su propia persona. El
centro de las cuestiones sociales y económicas son las personas, todas, sus
relaciones, sus contratos y su dignidad.
Hay una concepción cristiana del salario, que es parte de la Buena
Noticia que representa nuestra fe.
El salario es una cuestión antigua que ya podemos encontrar en las Escrituras,
pero hay aun en los cristianos empleadores mañas que persisten como estas dos:
a)
Deuteronomio 24:15 “En su día
le darás su jornal, y no se pondrá el sol sin dárselo; pues es pobre, y con él
sustenta su vida; para que no clame contra ti a Jehová, y sea en ti pecado”
Paga el salario de tu empleada domestica en su tiempo pactado, ella también a
igual que tu tienes necesidades, empezando por las de su familia.
b) Jeremías 22:13 “¡Ay del que edifica su casa sin justicia, y sus salas sin equidad, sirviéndose de su prójimo de balde, ¡y no dándole el salario de su trabajo!” Dar el salario es pagar los tiempos justos incluyendo las horas extras.
b) Jeremías 22:13 “¡Ay del que edifica su casa sin justicia, y sus salas sin equidad, sirviéndose de su prójimo de balde, ¡y no dándole el salario de su trabajo!” Dar el salario es pagar los tiempos justos incluyendo las horas extras.
También lo encontramos en los muchos comentarios de los escritores de
la Iglesia de los cuatro primeros siglos de nuestra era y en numerosos tratados
de moral del pensamiento teológico.
La enseñanza social de la Iglesia sobre el salario tiene, profundas
raíces en las Escrituras y en los comentarios que hicieron los difusores de los
primeros siglos del cristianismo. Aunque el contexto social y económico era muy
diferente al de los tiempos actuales, los fundamentos para indicar lo que el
salario tenía que ser en justicia a nuestros días no han cambiado, así que no está
por demás exhortarte:
Paga a tu empleada
el salario justo y “En
su día le darás su jornal, y no se pondrá el sol sin dárselo; pues es pobre, y
con él sustenta su vida; para que no clame contra ti a Jehová, y sea en ti
pecado”
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