Hablemos de Humildad

Aparentemente en el mundo actual, la humildad es un valor que se esta quedando un poco anticuado, todo porque con nuestra ajetreada vida hemos descatalogado un término de tan alto nivel moral, hasta hacerlo caer en el más categórico anonimato. La humildad está pereciendo a causa del hedonismo y es pisoteada por botas de autosuficiencia y altivez. Ser humilde hoy, es sinónimo de persona débil y la debilidad es algo que en este nuevo y ególatra siglo no tiene cabida.

Poco a poco el depositar en las manos de quien mal te trata, unas respuestas generosas, aunque nunca lleguen a ser valoradas, va perdiendo su uso. Pero es nuestro deber considerar que no todos están capacitados para comprender las máximas de un don tan preciado como es el de la humildad. Que quienes lo desconocen, lo tratan con groseros modales, sin atribuirle más expresiones desentonadas y despectivas. Ser humilde, es ser manso, benigno. Es mirar al prójimo sin altivez, sin sentimientos de prepotencia. Es ser simplemente un imitador de Jesús, quien en su andar por la tierra, podría haber sometido a muchos bajo el poder de su fuerza y sin embargo, se hizo pobre junto al pobre, para regalarnos una generosa valija de dones preciosos. Siendo el mayor, se hizo como uno más para, así, prepararnos el camino hacia una vida más plena.

Para el entendimiento y reflexión leamos a Lucas 14:7..11, ¿qué hizo Jesús cuando nota que los convidados escogían los primeros puestos?... les propuso esta parábola: “Observando cómo escogían los primeros asientos a la mesa, refirió a los convidados una parábola, diciéndoles: Cuando fueres convidado por alguno a bodas, no te sientes en el primer lugar, no sea que otro más distinguido que tú estés convidado por él, y viniendo el que te convidó a ti y a él, te diga: Da lugar a éste; y entonces comiences con vergüenza a ocupar el último lugar. 10 Mas cuando fueres convidado, ve y siéntate en el último lugar, para que cuando venga el que te convidó, te diga: Amigo, sube más arriba; entonces tendrás gloria delante de los que se sientan contigo a la mesa. Porque cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla, será enaltecido.”

Lucas propone en esta parábola, la humildad, que es una virtud de valor imprescindible, para acceder al Reino que trae Jesucristo. La humildad es la verdad. No está en la falsa y ridícula humillación; reside en conocerse realmente y en aceptarse sin rodeos, en ponerse siempre en el sitio debido y cumplir la función personal, siempre, en la rectitud de la justicia y de la caridad, con proyección a la paz. El cristiano "ha de estar para servir y no para ser servido", como Jesús, que se inclina y lava los pies a sus comensales. Jesús, se entrega y se da a los demás, sin esperar nada a cambio, su martirio es un regalo gratuito para evitárnoslo a nosotros. Frente al despreciable mercantilismo y oportunismo que rige en la sociedad actual, el cristiano ha de dar sin mirar cómo, cuándo y cuánto da. Y ha de sentirse lleno y agradecido de poder hacerlo, de ser útil, cercano y solidario con los necesitados y abusados.

El valor del hombre no se calcula por las posesiones y cargos, sino por el monto de bienes interiores del alma, por los actos de amor y por la sabiduría con que vive y obra. Existe una evidente conexión entre humildad y sabiduría. De ahí el valor que tiene la sabiduría y el discernimiento en la vida del creyente. El que sabe oír y escuchar, demuestra sencillez y conocimiento de la realidad y de Dios. Jesús, en esta parábola enseña que es terminantemente ineludible doblegar la soberbia, la vanidad y el fingimiento. Para entrar en el Reino requiere sencillez, conciencia del propio ser y sentido de la propia precisión, "el que se ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado". El Reino y el amor de Dios son dones gratuitos; se ha de renunciar a pretensiones y rechazar toda excusa y subterfugio. No son los propios méritos, sino la dádiva clemente y graciosa de Dios, la que nos levantará de nuestra propia indigencia y nos dirá: Ahora, sube más arriba.

La humildad exige el entregarse en amor generoso e ilimitado, en preferencia a los inválidos, a los excluidos y marginados de la sociedad que no pueden pagar ni ofrecer nada a cambio. En un banquete, signo del Reino de Dios, Jesús pide la humildad y el amor desinteresado al prójimo desechado y oprimido. Jesús propone una conducta que deje a un lado de una ves por todas el quedar bien, el interés económico o social o la espera de una recompensa. La vida cristiana y la identificación fundamental de los hijos de Dios se halla en el desinterés, en la generosidad y el amor ágape: "Y si prestáis a aquellos de quienes esperáis recibir, ¿qué mérito tenéis? Porque también los pecadores prestan a los pecadores, para recibir otro tanto. Amad, pues, a vuestros enemigos, y haced bien, y prestad, no esperando de ello nada; y será vuestro galardón grande, y seréis hijos del Altísimo; porque él es benigno para con los ingratos y malos. " Lucas 6:34..35. La humildad y el amor generoso fundamentan el espíritu del cristiano. La humildad lleva a la intimidad con Dios; el amor desinteresado y universal conduce al prójimo. El orgullo y el apego al lucro y a las riquezas, impiden sentarse en la mesa con Jesús y destruyen la libertad del desprendimiento y de la sencillez. Incapacitan para seguir el mensaje de Jesús.

Al verdadero cristiano, le basta con ser un invitado y no el puesto en la mesa; lo colma y realiza el amor que Dios le tiene y no ambiciona prestigio ni poder; invierte en bondad, en honra y caridad y lo hace con altruismo, a manos llenas. Desdeña la altivez, los dividendos y los triunfos, practica la buena voluntad y la indulgencia. El egoísmo y la ambición ciegan en la petulancia y ocultan la identidad y la dignidad del otro; llevan al menosprecio de los demás y al maltrato de los inferiores y corrompen la convivencia con la desigualdad y la injusticia. Los invitados de Jesucristo se consideran los "últimos", no tienen sinceramente pretensiones ni vanidades, viven la coherencia y humildad. La invitación llega no por merecimientos humanos, sino por gracia. La humildad cristiana no consiste en remilgos y gestos farsantes, sino en reconocernos pobres, débiles y pecadores y por ello, en acomodar el pensamiento y la voluntad a la Palabra de Cristo con la conversión, la sencillez y la bondad. "Amaos los unos a los otros, como yo os he amado" (Juan 13:34), es la norma esencial.

Humilde viene del latín humilis, palabra que, a su vez, se deriva de humus, tierra. En su esencia quiere decir: lo que permanece bajo y sin sobresalir. Desde esta definición ser humilde sería todo lo contrario de ser vanidoso, de mostrarse como engreído. El humilde es un individuo que no presume de sus virtudes, principios, valores, propiedades… Y algo más: no puede reconocer su condición porque inmediatamente la pierde. En otras palabras, el humilde no reconoce y muchas veces no sabe, que lo es. Algunas personas, por estrategia o por recomendación de algún asesor de imagen, fingen la humildad para obtener beneficios personales. Con lo cual cometen un error porque es más fácil descubrir la falsa humildad que un billete falso.

Por otro lado algunas personas dicen que ser humilde es ser pobre… humildad y pobreza no son sinónimas, por lo tanto una persona humilde puede o no ser pobre. Y un pobre puede elegir entre ser o no ser humilde. El mismo Dios, Creador del cielo y de la tierra, dueño y Señor de todo lo que existe, nos enseña la humildad. En el salmo 113 podemos leer: “¿Quién como el Señor, nuestro Dios, que tiene su trono en las alturas y se humilla a mirar en el cielo y en la tierra? ¡Dios Todopoderoso humillándose a mirar en el cielo y en la tierra! Es conmovedor saber que tenemos un Dios que no se engrandece a pesar de su poder, por lo tanto no hay nadie, ni en el cielo ni en la tierra para considerarse más grande que los demás. Ser pobre no es una condición normal para los seres humanos. Dios es el gran Proveedor y desea que sus hijos disfruten de los bienes que ha creado. Sin embargo, existe la injusticia y la inequidad, creada por los hombres y por lo tanto, algunos acumulan riquezas y otros carecen de lo necesario para vivir dignamente. Pero, está claro, humildad y pobreza, son conceptos diferentes. En todo caso entre ser humilde y no serlo, la elección es bien sencilla, entre otras cosas porque Dios resiste a los soberbios y da gracia a los humildes”. Y el propio Jesús, se autodefinió como humilde: “…y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas”

La humildad es, pues, un estado del amor. La persona cuyo corazón está lleno de amor por los demás, se conoce porque ha superado la soberbia y no le interesa vociferar acerca de sus bienes materiales y virtudes. Si alguien tiene el deseo sincero de agradar a Dios y de servir a los hombres debe despojarse del orgullo, la soberbia y la arrogancia y dedicar su vida a conquistar la cima del éxito, de la mano del Señor y abrazado a sus semejantes. Para él habrá sorprendentes gratificaciones, no solo en el cielo, sino durante su permanencia en el mundo de los mortales. De eso quedo convencido cada vez que me apropio de aquella bienaventuranza que dice: “Dichosos los humildes porque recibirán la tierra por herencia”.

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