Existe
una diferencia entre emociones y sentimientos, es nuestro deber el
valorarlos como parte de nuestra persona creada por Dios, aprender a
controlarlos y expresarlos; y conocer los sentimientos que el Señor
desea desarrollar en los cristianos.Todos los seres vivos tienen
emociones y estamos en una época del año en donde muchos de ellos
afloran. El ser humano ha sido creado con emociones y también con
sentimientos. Jesús, como humano, tuvo emociones y sentimientos:
lloró en la tumba de su amigo Lázaro; se alegró al compartir con
sus discípulos; se enojó con los mercaderes del templo y con la
torpeza de Pedro.
No
somos sólo racionalidad, también tenemos sentimientos. Una persona
sin sentimientos es alguien que no procede con misericordia, que es
malvado, daña a personas y a animales. Quienes valoran más la razón
que los sentimientos, llaman sentimentales e ingenuos a los que dejan
fluir sus emociones y los que prefieren el sentir a la razón, llaman
fríos a los que dan más relevancia a las razones. Ambos poseen
razón, emociones y sentimientos. Los llamados fríos, no es que no
tengan emociones, sino que no las dejan fluir, las controlan. Los
llamados emocionales también pueden ser razonables.
En
la vida de fe, en especial en el culto, hay distintas maneras de
vivir estos fenómenos como también diferentes grados de
emocionalismo. Una es la fe con expresión de la emoción y los
sentimientos; otra es aquella con un mayor control de las emociones.
Pero siempre habrá sentimientos. Ambas maneras tienen plena validez.
Veamos algunas definiciones para aclarar mejor este punto tan
importante en la vida humana y cristiana. Las emociones son
agitaciones del ánimo producidas por ideas, recuerdos, apetitos,
deseos, sentimientos o pasiones; son estados afectivos de mayor o
menor intensidad y de corta duración. Una emoción se puede definir
también como una conmoción afectiva de carácter intenso o
agitación del ánimo acompañada de fuerte conmoción somática.
Los
sentimientos son tendencias o impulsos, estados anímicos orgánicos.
Un sentimiento es un estado afectivo de baja intensidad y larga
duración. Son también estados de ánimo. Vienen de los sentidos.
Una pasión es un estado afectivo muy intenso y de larga duración.
En cambio el schock emocional es un estado afectivo intenso de muy
corta duración. El sentimentalismo es el carácter o cualidad del
que muestra demasiada sensiblería, es decir sensibilidad exagerada.
La sensibilidad es aquella capacidad propia de los seres vivos de
percibir sensaciones y de responder a muy pequeñas excitaciones,
estímulos o causas; es la capacidad de responder a estímulos
externos.
Por
otro lado las emociones ejercen una influencia enorme en nuestro modo
de pensar y actuar, a tal grado que llegan a convertirse en motor de
nuestra conducta. A veces nos abruman las emociones. Es parte del
proceso de madurar aprender a refrenar las emociones. Hoy hasta se
habla de una "inteligencia emocional". Las Escrituras dan
un gran valor al autodominio, autocontrol, dominio propio o
templanza. Son emociones muy fuertes en nosotros las siguientes:
Duelo, Depresión, Confusión, Decepción, Indignación,
Irritabilidad, Hostilidad, Cólera, Miedo, Pánico, Melancolía,
Decepción, Nerviosismo, Consternación, Terror, Fobia, Pesimismo,
Satisfacción, Euforia, Éxtasis, Placer, Gratificación, Felicidad,
Rabia, Furia, Resentimiento, Desesperación, Temor, Aprehensión,
Ansiedad
Pero
ahora nos referiremos a aquellos sentimientos positivos que Dios
desea desarrollar y afianzar en nosotros como Su pueblo. La Biblia
aconseja ciertos sentimientos en el cristiano, animados por la fe en
Jesús y el amor que ha sido derramado en nuestro espíritu. Estos
son sentimientos positivos que ayudan al crecimiento personal y de la
Iglesia. Los hombres que no tienen buenos sentimientos de amor,
misericordia, dulzura, hacia sus prójimos cosecharán daño para sí
mismos. Es lo que Job nos señala en Job 24:20: "Los olvidará
el seno materno; de ellos sentirán los gusanos dulzura; Nunca más
habrá de ellos memoria, Y como un árbol los impíos serán
quebrantados." . La vergüenza es una emoción y un sentimiento
que se tiene cuando uno se percata de que ha actuado mal ante Dios y
ante los hombres. También nos ocurre al darnos cuenta de una
debilidad nuestra.
En
el Nuevo Testamento, Pablo espera que todos los cristianos sintamos
de una misma forma, con respecto a Dios, nosotros mismos, la vida y
el prójimo: "Pero el Dios de la paciencia y de la consolación
os dé entre vosotros un mismo sentir según Cristo Jesús, para que
unánimes, a una voz, glorifiquéis al Dios y Padre de nuestro Señor
Jesucristo" (Romanos 15:5,6). La unanimidad en el sentir es
deseable para el progreso de la obra de Dios: "Ruego a Evodia y
a Síntique, que sean de un mismo sentir en el Señor"
(Filipenses 4:2). El regocijo, la alegría en el servicio, debe ser
un signo de nuestro caminar como iglesia (Filipenses 4:4). Pedro
también recalca la importancia de tener todos un mismo sentimiento,
caracterizado por la compasión, el afecto fraternal, la
misericordia, la amistad, la mutua bendición y la convivencia
pacífica: "Finalmente, sed todos de un mismo sentir,
compasivos, amándoos fraternalmente, misericordiosos, amigables"
1 Pedro 3:8..11.
Hay
una diferencia entre emociones y sentimientos. Como humanos tenemos
ambos. El Señor desea que aprendamos a controlar nuestras emociones,
pero que a la vez desarrollemos sentimientos positivos de amor y
unidad. En ese sentido de amor y unidad, aprovechando la época de
fin de año, es que quiero compartir este delicado cuento titulado
“La Asamblea de Regalos de Fin de Año”: Aquel
año la asamblea estaba llena. A ella habían acudido todos los
jugueteros del mundo y muchos que no eran jugueteros pero que
últimamente solían asistir y los que no podían faltar nunca, los
repartidores: Santa Claus y los Tres Reyes Magos. Como todos los
años, las discusiones tratarían sobre qué tipo de juguetes eran
más educativos o divertidos y sobre el tamaño de los juguetes. Sí,
sí, sobre el tamaño discutían siempre, porque los Reyes y Papá
Noel se quejaban de que cada año hacían juguetes más grandes y les
daba muchos problemas transportar todo aquello...Pero
algo ocurrió... se coló un niño.
Nunca jamás había habido ningún
niño durante aquellas reuniones y para cuando se dieron cuenta, un
niño estaba sentado justo al lado de los reyes magos, sin que nadie
fuera capaz de decir cuánto tiempo llevaba allí. Y mientras Santa
Claus discutía con un importante juguetero sobre el tamaño de una
muñeca muy de moda y éste le gritaba acaloradamente "¡gordinflón,
si estuvieras más delgado más cosas te cabrían en el trineo!",
el niño se puso en pie y dijo:
-
Está bien, no discutáis. Yo entregaré todo lo que no puedan llevar
ni los Reyes ni papá Noel. Los asistentes rieron a carcajadas
durante un buen rato sin hacerle ningún caso. Mientras reían, el
niño se levantó, dejó escapar una lagrimita y se fue de allí
cabizbajo. Aquel fin de año fue como casi todos, pero algo más
frío. En la calle todo el mundo continuaba con sus vidas y no se oía
hablar de todas las historias y cosas preciosas que ocurren en fin de
año. Y cuando los niños recibieron sus regalos, apenas les hizo
ilusión y parecía que ya a nadie le importase aquella fiesta.
En la
conferencia de regalos del año siguiente, todos estaban preocupados
ante la creciente falta de ilusión con se afrontaba aquella época.
Nuevamente comenzaron las discusiones de siempre, hasta que de pronto
apareció por la puerta el niño de quien tanto se habían reído el
año anterior, triste y cabizbajo. Esta vez iba acompañado de su
padre. Al verlo, los tres Reyes dieron un brinco: José... y
corriendo fueron a abrazarlo. Luego, el hombre se acercó al estrado,
tomó la palabra y dijo:
-
Todos los años, mi hijo celebraba su cumpleaños con una gran
fiesta, la mayor del mundo y lo llenaba todo con sus mejores regalos
para grandes y pequeños. Ahora dice que no quiere celebrarlo, que a
ninguno de ustedes en realidad le gusta su fiesta, que sólo quieren
otras cosas... ¿se puede saber qué le han hecho?. La mayoría de
los presentes empezaron a darse cuenta de la que habían liado.
Entonces, un anciano juguetero, uno que nunca había hablado en
aquellas reuniones, se acercó al niño, se puso de rodillas y dijo:
-
Perdón, mi Dios; yo no quiero ningún otro regalo que no sean los
tuyos. Aunque no lo sabía, tú siempre habías estado entregando
aquello que no pueden regalar ni los Reyes, ni Santa Claus, ni nadie
más: el amor, la paz, y la alegría. Y el año pasado los eché
tanto de menos... perdóname.
Uno
tras otro, todos fueron pidiendo perdón al niño, reconociendo que
eran suyos los mejores regalos, esos que colman el corazón de las
personas de buenos sentimientos y hacen que cada fin de año el mundo
sea un poquito mejor...
Ahora
respóndete sin emociones, sino con tus sentimientos:
¿No habrás
dejado a Dios de lado?
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