La
Biblia describe al Señor como alfarero. Esta es una metáfora en la
que raramente reflexionamos. Dice Isaías: "Ahora pues, Jehová,
tú eres nuestro padre; nosotros barro, y tú el que nos formaste;
así que obra de tus manos somos todos nosotros" (Isaías 64:8).
En Jeremías Dios les dice a sus hijos errantes: "...He aquí
que como el barro en la mano del alfarero, así sois vosotros en mi
mano, oh casa de Israel" (Jeremías 18:6).
Esta
figura literaria, que habló e ilustro con tanta claridad en la
antigüedad, también puede hablarnos e ilustrarnos hoy día, no
importa en que país vivamos.
Cuando
Dios manifiesta su restauración, lo expresa mediante la creación de
una vasija de barro. En Jeremías 18, Dios el Alfarero se muestra
constructivo y con un propósito. El, se encuentra en el torno,
fabricando una vasija.
Dios
dijo a Jeremías: "Levántate y vete a casa del alfarero, y allí
te haré oír mis palabras" (Jeremías 18:2).
Si
tomamos el mandato anterior como nuestro y vamos junto con Jeremías,
podríamos aprender algunas cosas que Dios anhela enseñarnos...
vayamos y aprendamos:
- La necesidad del Espíritu Santo
Cualquiera
que haya jugado o trabajado con barro habrá notado que la arcilla se
vuelve cada vez más pastosa y fácil de trabajar al agregarle agua,
y más rígida al secarse. Su naturaleza cambia cuando es combinada
con agua.
Las
partículas de arcilla no se unen sin agua, y si no se unen, el
alfarero no puede darles forma. El agua, ese agente suavizante y
unificador, representa al Espíritu Santo.
Cuando
Jesús dice en Juan 7:37..39: "Si alguien tiene sed, venga a mí
y beba", Juan nos dice que "esto dijo del Espíritu que
habían de recibir los que creyeran en él". Ese Espíritu,
según Pablo, produce la unidad del pueblo de Dios, por lo que
debemos "mantener la unidad del Espíritu que es el vínculo de
la paz" (Efesios 4:3). El Espíritu unifica.
Nuestra
primera enseñanza aprendida en la casa del alfarero es que
necesitamos el agua del Espíritu para volvernos maleables y así ser
utilizados por Dios.
- Aún no somos vasijas.
La
Biblia nos llama arcilla (barro). Y aunque existe una similitud
química entre la arcilla y la vasija, la Biblia realiza una clara
distinción entre ambas. La vasija es arcilla consolidada, pero la
arcilla misma es una vasija en proceso.
La
vasija en sí no es resistente ni reciclable. Si no se tiene cuidado
se quiebra fácilmente en fragmentos inútiles, digo fragmentos
porque no se desintegra. Los alfareros de la antigüedad los juntaban
y arrojaban los deshechos en lugares destinados a tal fin, como el
lugar donde se sentó Job mientras se rascaba la carne llagada (Job
2:8). Uno de esos sitios era el Valle de Hinón, cerca de Jerusalén,
donde la ciudad arrojaba sus deshechos, incluyendo las vasijas rotas.
Allí lleva Dios a Jeremías.
Como
lección para ellos y para nosotros, Dios no solo ordena arrojar,
sino también destruir la vasija de arcilla. Cuando Jeremías obedece
y la rompe, Dios explica: "De esta forma quebrantaré a este
pueblo y a esta ciudad, como quien quiebra una vasija de barro, que
no se puede restaurar más" (Jeremías 19:11). Dios decreta que
la vasija no será restaurada. Ya no puede ser reparada con ningún
adhesivo, pegamento o por medio de algún agente humano. La arcilla
es destruida. Su tiempo de prueba ha terminado.
Al
igual que la vasija de Jeremías, cada uno de nosotros enfrentará
uno de dos futuros. O somos quebrantados en el Valle de Hinón, o
seremos vasijas perfectas, reunidas para ser utilizadas en la Casa de
Dios: destrucción eterna o servicio eterno (Malaquías 4:1; Juan
14:2, 3). Estamos en el tiempo de prueba y Dios, el Alfarero, pronto
completará su obra en nosotros y entonces el período de prueba
habrá llegado a su fin.
Esta
segunda enseñanza nos clarifica que aún no somos vasijas, sino
arcilla en las manos de Dios. Mientras dure el período de prueba,
Dios aún trabaja con nosotros y en nosotros, moldeándonos y
dándonos forma según a El, le parece. (Jeremías 18:4).
- Tenemos que pasar por el fuego.
Para
poder producir un buen recipiente, el alfarero de la antigüedad
tomaba la arcilla de la tierra y la pisoteaba (Isaías 41:25). Luego
suavizaba la arcilla con agua y formaba una pasta. Entonces la
colocaba en el centro del torno de alfarería, que consistía en un
disco plano montado en forma horizontal sobre una barra vertical y al
sostener la arcilla en movimiento giratorio y darle forma con sus
dedos y manos, el alfarero creaba la vasija.
Una
vez dada la forma, ya podía secarse al sol, pero de esa forma podía
combarse y abrirse al incorporarle líquidos. Es por eso que todos
los alfareros de la antigüedad cocinaban las vasijas en un horno
especial que fácilmente podía alcanzar 1.500 grados centígrados.
Después de ser pisoteada, amasada, golpeada, pinchada y girada a
velocidades vertiginosas, la arcilla era colocada finalmente en un
horno abrasador.
No es
una experiencia de deleite. Pero eso es lo que nos espera como
arcilla. Las pruebas de la vida, las deudas, el maltrato, la
decadencia, los trastornos, el dolor, la muerte, etc. nos alcanzan a
todos.
Sin
embargo tenemos el consuelo que detrás de todo hay un propósito
eterno. Somos llamados a soportar pruebas lo que demuestra que el
Señor ve en nosotros algo precioso que quiere desarrollar. Lo que él
refina es mineral precioso". Por medio del fuego de la prueba
compartimos los padecimientos de Cristo "para que también en la
revelación de su gloria" nos gocemos "con gran alegría"
(1 Pedro 4:12, 13).
- Cuanto más calor, mejor la vasija.
El
barro cocido, por más que luzca con bonitos colores y apariencia
vidriada, se quiebra con facilidad si es cocido a bajas temperaturas;
esas vasijas no poseen la fortaleza interior necesaria para soportar
la presión y el servicio vigoroso. Las vasijas de cerámica
esmaltada, que son más fuertes y resistentes, se cuecen al doble de
temperatura y la porcelana, que soporta entre 1.300 y 1.500 grados,
es la mejor y más costosa clase de alfarería.
Aun
así, el alfarero no somete sus vasijas a cantidades desmesuradas de
resistencia. De hecho, cada clase de vasija requiere una dosis
diferente de calor y en la casa del Alfarero ninguna vasija recibe
más calor que el necesario.
Sin
embargo, se necesita el fuego de la prueba para producir buenas
vasijas, y el producto del mayor dolor es la porcelana, una de cuyas
características es que "canta" al ser golpeada. Al igual
que Hus y Jerónimo, que cantaron en la hoguera o que Pablo y Silas,
que cantaron en la cárcel de Filipos, los cristianos son la
porcelana humana. Por medio del Espíritu, día a día los creyentes
desarrollan esa capacidad de resonancia, ese rechazo total a la
venganza, esa capacidad de amar bajo presión.
La
porcelana posee una segunda característica: cuando está cerca de la
luz, se vuelve traslúcida. De la misma manera, al haber pasado por
el fuego, nos volvemos traslúcidos a la luz de Cristo para alumbrar
al mundo en tinieblas (Mateo 5:16).
En su torno de alfarería y por medio de su
Espíritu, el Alfarero puede darnos forma. No nos ve como arcilla
estropeada, sino como fina porcelana. Promete restaurarnos. Sabemos
que él es fiel, y que lo hará " (1 Tesalonicenses 5:24).
Ahora
¿entendemos esas pruebas que estamos pasando?... Dios el Alfarero
nos espera en su casa para restaurarnos... ¿Qué
estamos esperando? Vamos a la Iglesia
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