La
enseñanza más distintiva del cristianismo es que Dios se despojó
de sus atributos divinos para hacerse hombre y participar de lleno en
la experiencia humana. En este proceso, Jesús mostró al mundo que
los seres humanos pueden ser santos al practicar la compasión por el
pobre, el oprimido, el incapacitado, el paria y el extranjero.
Las
escrituras revelan la irrefutable verdad de que Jesús se conmovía
ante las necesidades humanas y respondía mediante actos de
misericordia.
A
menudo, llamó la atención a las necesidades y preocupaciones de los
pobres y despreciados; tenía un interés específico en relacionarse
con ellos y darles las buenas nuevas de salvación. Desafiaba a los
pudientes a responder a las necesidades de los pobres como su deber.
La
simpatía de Jesús por los pobres se demuestra en el Nuevo
Testamento. Cierta vez, Jesús contó la historia de un hombre rico
que creía estar en crisis por falta de graneros para sus cosechas.
La pregunta que se hacía dejaba entrever su gran ansiedad: "...¿Qué
haré, porque no tengo donde guardar mis frutos?" (Lucas 12:17).
Este hombre próspero, que contemplaba la posibilidad de construir
graneros más grandes para almacenar su abundante cosecha, demostraba
al mismo tiempo su insensibilidad hacia las necesidades de los
pobres. Sin embargo, Jesús señala la verdadera causa de la crisis
en su vida: el egoísmo y la avaricia, pues podría haber solucionado
sus problemas reconociendo su deber hacia los pobres. Debía aprender
la lección que Jesús enseñaba con mucha claridad: Somos
bendecidos para ser una bendición para otros
y que es un privilegio servir a los demás. Jesús llamó a este
hombre un necio y enseñó que la verdadera sabiduría se halla en
ayudar a los necesitados.
Otro
ejemplo es su diálogo con el joven rico, poderoso no sólo
económicamente, sino que gozaba de influencia religiosa y política.
Es evidente que su riqueza e influencia no satisfacían los deseos
más profundos de su corazón; por eso se acerca a Jesús en una
búsqueda sincera de la vida eterna. Jesús demuestra interés
genuino en él y contesta su pregunta diciéndole: "Anda, vende
todo lo que tienes, y dalo a los pobres... y ven y sígueme".
Sin embargo, este requisito le pareció que era demasiado grande.
Jesús
al iniciar su ministerio público, lo hace leyendo lo que el profeta
Isaías predijo del Mesías: "El Espíritu del Señor está
sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los
pobres... pregonar libertad a los cautivos, y vista a los ciegos; a
poner en libertad a los oprimidos; a predicar el año agradable del
Señor" (Lucas 4:18..19).
Jesús
era consciente que su ministerio incluía velar por los pobres y
necesitados. Por ejemplo, cuando Juan languidecía en la prisión y
dudando del mesianismo de Jesús, envió a algunos de sus discípulos
en busca de evidencia y éstos le preguntaron a Jesús: "¿Eres
tú aquel que había de venir, o esperaremos a otro?", La
respuesta de Cristo fue simple: "Id, y decidle a Juan las cosas
que oís y veis. Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos son
limpiados, los sordos oyen, los muertos son resucitados, y a los
pobres es anunciado el evangelio" (Mateo 11:3..5).
El
apóstol Juan dice: "Pero el que tiene bienes en este mundo y ve
a su hermano tener necesidad, y cierra contra él su corazón, ¿cómo
mora el amor de Dios en él? Hijitos míos, no amemos de palabra ni
de lengua, sino de hecho y en verdad" (1 Juan 3:17..18).
La
pobreza es el problema de nuestra época. Y entre los espectros de la
pobreza, pocos pueden igualar al ofrecido por las crecientes ciudades
del Tercer Mundo o Países en Desarrollo. La migración urbana es la
mayor migración masiva del mundo de hoy. Los habitantes rurales se
están volcando sobre estas ciudades, cuya población se duplica cada
diez años. Actualmente un tercio de la población mundial vive en
estas ciudades y el 40% se compone de habitantes ilegales residentes
en barrios pobres.
Dios
está llamando, está buscando a hombres y mujeres que escuchen su
voz y prediquen su mensaje a los habitantes de estas ciudades. Dios
quiere quebrantarnos para que lleguemos a ser granos de trigo que
mueran a sí mismos y que den sus vidas por los pobres.
Tengo
compasión de la gente... no tienen qué comer", dijo Jesús
(Marcos 8:2). El desafío constante que la pobreza les presenta a los
seguidores de Cristo es ir más allá de la mera proclamación de la
verdad acerca del amor, la compasión y el interés por los otros y
en cambio, vivir la verdad realizando actos de compasión y bondad.
Debemos descubrir maneras concretas de aliviar las cargas del pobre y
el necesitado.
Santiago
dijo: "Y si un hermano o una hermana están desnudos, y tienen
necesidad del mantenimiento de cada día, y alguno de vosotros les
dice: Id en paz, calentaos y saciaos, pero no les dais las cosas que
son necesarias para el cuerpo, ¿de qué aprovecha? Así también la
fe, si no tiene obras, es muerta en sí misma" (Santiago
2:15..17).
Un
seguidor y verdadero creyente de Cristo no puede tratar con
indiferencia las desigualdades materiales y la manifestación de
poder y privilegio que hiere a tantos y conduce al empobrecimiento
espiritual de otros. El evangelio invita a los seguidores de Cristo y
a la iglesia a solidarizarse con todos los que sufren, para que
juntos podamos recibir, incorporar y compartir las buenas nuevas de
Jesús y mejorar la vida de todos.
Ante
las terribles historias de hambre alrededor del mundo, el cristiano
no puede decir: "Esto no nos concierne". No podemos
tornarnos defensivos cuando tratamos con el desafío persistente de
la pobreza. No se trata de un programa o de un problema del gobierno.
Nuestra
sociedad ha tratado de despersonalizar la pobreza hablando en
términos de programas, organizaciones y estructuras. La pobreza es
personal. Los pobres son personas. Esta es la gente de la cual habló
Jesús vez tras vez en su enseñanza y en su predicación. Tuvo
compasión de ellos y nos desafió a asumir nuestro deber de
constituirnos en una bendición para ellos. Como tal, el seguidor de
Cristo no puede excluirse de involucrarse en esta situación humana.
No
podemos argumentar que no es nuestra culpa que estas personas sean
pobres. Podríamos inclusive descubrir que viven en la pobreza debido
a que algunos de nosotros vivimos con toda comodidad. La pobreza es
una crisis humana. Y para quienes son bendecidos y privilegiados,
ignorar a los pobres constituye una contradicción entre la confesión
de fe y la conducta.
La
iglesia y todos los cristianos debemos responder a la pregunta: "¿Soy
yo guarda de mi hermano o hermana?" El sufrimiento de nuestros
prójimos nos causa dolor. Podemos tratar de ocultarlo, negarlo,
cubrirlo o eliminarlo por razonamiento, pero aún así el sufrimiento
y el dolor de los demás no podrán dejarnos insensibles.
¿Cómo
puedo llamarme seguidor de Cristo cuando no cuido de mi prójimo?
¿Cómo puedo representar el reino de Dios y no ocuparme de manera
seria y práctica de las personas que están incluidas en su reino?
En
la Palabra de Dios, la responsabilidad social de los seguidores de
Cristo hacia el pobre y necesitado no es de menor importancia que la
predicación del evangelio, ni es opcional. Es una parte integrante
de la historia del evangelio. Porque verdaderamente vemos en el
rostro del pobre el rostro de Cristo: "En cuanto lo hicisteis a
uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis"
(Mateo 25:40).
No
necesitamos de iglesias suntuosas, tipo estadio algunas, cuando
nuestros hermanos mueren de hambre y para aquellos que pudiendo dar
no dan ni a sus papas pregunto ¿Para qué tus riquezas, si estas
perdiendo la vida eterna?
Reflexiona...
Dios te ha dado para dar.
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