Cuando Jesús nos encomendó su misión, sus
instrucciones fueron: “Sanad a los enfermos… y decidles: Se ha acercado a
vosotros el Reino de Dios” (Lucas 9:2, 10:9; Mateo 10:7…8). Esta característica
es de su propia misión (Mateo 9:35), su verdadera compasión por el sufrimiento
físico es la evidencia de que es el agente del Reino de Dios: “… Pero si yo por
el Espíritu de Dios echo fuera los demonios, ciertamente ha llegado a vosotros
el reino de Dios” (Mateo 12:28), y cuando Juan Bautista preguntó sobre su
identidad como Mesías sus respuestas fueron actos de sanidad (Lucas 7:21…22).
Que el Reino de los Cielos, es capaz de
satisfacer las más profundas necesidades y cambiar vidas entre nosotros, es la
buena nueva que la Iglesia debe anunciar.
El evangelio devuelve a la persona la dignidad
con la que fue creada y borra las diferencias entre los seres humanos; tenemos
incontables casos de personas que siendo desechados por la sociedad se
convirtieron en hombres y mujeres respetables y aun ministros de la palabra.
Afortunadamente el viejo concepto de que el evangelio era sinónimo de pobreza
ha sido revaluado y ha caído en desuso.
Pero aun cuando Dios hace gran parte del
trabajo en esta transformación, no podemos delegar en Él lo que nos corresponde…
¿Y qué nos corresponde?
- Unir en el pregonar
del evangelio, la voz que se levanta para defender al débil, la mano extendida
al que sufre, los pies que van para socorrer al necesitado… en fin, la plena
disposición para dar la vida cada día para que otros lleguen a ser ciudadanos
del Reino de los Cielos.
Al respecto Lucas en la parábola del buen
samaritano (10:25…37), confrontado por el Señor, tiene que admitir que su amor
a Dios y al prójimo se encuentran estancados en la esfera intelectual, pero se
excusa detrás de la pregunta: “¿Quién es mi prójimo”? (vs. 27…29). Pero Jesús
le replica: “¿Quién, pues, de estos tres te parece que fue el prójimo…?” Y de
pronto ya no es la necesidad del otro que está en cuestión sino la necesidad
nuestra de mostrar compasión que nos define como prójimo: “Ve, y haz tú lo
mismo -concluyó Jesús-” (vs. 37).
En Latinoamérica, la realidad nos demuestra que
no somos lo suficientemente conscientes de la gran oportunidad que tiene la
Iglesia actualmente en este servicio social. Pocas experiencias reales existen
de acciones consientes a luz de las enseñanzas evangélicas, nuestras iglesias
se han acomodado al sistema económico injusto para sobrevivir y lo más grave
muchos de sus pastores se han acobijado a la sombra de los políticos y/o
gobernantes de turno, como otros predican a la clase dominante lo que ellos
quieren oír. En río revuelto, ganancia de pecadores; tenemos la ocasión precisa
para sembrar y cultivar los valores del Reino de los Cielos en estos
desesperados náufragos, pero ¿Lo hacemos?... conteste en Cristo cada líder.
A la Iglesia le corresponde demostrar con su
proclamación y trabajo, enseñar el pensamiento cristiano evangélico y
practicarlo, propiciar que sea utilizable y se manifiesta en una nueva calidad
de vida, no sólo en lo personal sino en la sociedad, de tal manera que cada
vida transformada sea un modelo de lo que Dios quiere hacer en toda la
sociedad.
En el crecimiento de la Iglesia se debe tener en
cuenta el modelo de Iglesia de Hechos, crecimiento en cuatro dimensiones: 1- Crecimiento
Orgánico, 2- Servicio Diaconal, 3- Conceptual y 4- Numérico (Hechos 1 al 8). Si
la Iglesia refuerza una de estas dimensiones en detrimento de las otras
comenzará a desintegrarse.
Algunos sectores no han comprendido este
principio y subvaloran dimensiones como el ejercicio del Servicio Diaconal, es
decir el servicio que la iglesia presta a sus miembros y al mundo, como prueba
concreta del amor de Dios.
El Servicio Diaconal incide directamente en el
Crecimiento Numérico. La Iglesia Primitiva es un ejemplo, es una comunidad que
se propaga extraordinariamente gracias a la predicación del evangelio, pero
también a su preocupación por atender las necesidades de los nuevos
convertidos: la gente era sanada, liberada y las viudas y los pobres eran atendidos
porque tenían un fondo solidario para ello (Hechos 2:43…47). “Y sobrevino temor
a toda persona; y muchas maravillas y señales eran hechas por los apóstoles.
Todos los que habían creído estaban juntos, y tenían en común todas las cosas;
y vendían sus propiedades y sus bienes, y lo repartían a todos según la
necesidad de cada uno. Y perseverando unánimes cada día en el templo, y
partiendo el pan en las casas, comían juntos con alegría y sencillez de
corazón, alabando a Dios, y teniendo favor con todo el pueblo. Y el Señor
añadía cada día a la iglesia los que habían de ser salvos”
La iglesia saltó luego a Judea y a Samaria
(Hechos 8:13); vino la conversión de Saulo quien junto a Bernabé partieron a
Antioquía, ciudad que se convirtió en un centro para levantar misioneros,
enviarlos y sostenerlos. Resulta interesante observar que esta iglesia entendió
su dimensión global pues no sólo se preocupó por el sostenimiento del ministerio,
sino que su primera ofrenda fue para los pobres de Jerusalén (Hechos 11:27…30).
Es necesario resaltar que el ministerio social
y el testimonio evangélico existen lado a lado en las Escrituras sin ningún
conflicto. El interés por las necesidades materiales de otros conduce a la
alabanza a Dios: “Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean
vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que están los cielos”
(Mateo 5:16).
La gente siempre nos mira y cuestiona, pero si
la Iglesia está cumpliendo con sus miembros la atención necesaria y aún sirve a
los de afuera cuando vienen en busca de auxilio, todos tendrán que reconocer la
autenticidad del mensaje de salvación, de plenitud, que proclamamos.
La iglesia evangélica a experimentado un
crecimiento significativo en todo el continente, existen amplios estudios al
respecto y debemos reconocer que el fenómeno se debe en parte a que el mensaje
cristiano se ha contextualizado a las necesidades de las personas. Sin embargo,
también hay una pregunta en el ambiente ¿Por qué ese crecimiento no se
evidencia en la transformación de nuestros pueblos donde predominan la
corrupción, la miseria, la violencia y el abuso a los débiles?
Estudiosos del tema, lo explican como una
tendencia de la iglesia a encerrarse en las paredes eclesiales, en el confort
de los movimientos de alabanza y la adoración, y de eventos que se han centrado
más en el bienestar personal que en la transformación social.
Alguien preguntará; ¿y qué tiene que ver esto
con el trabajar en lo social?
Tiene que ver todo, afortunadamente, el concepto
asistencial de la ayuda a los más necesitados ha sido superado y todas las
organizaciones, tanto seculares como eclesiales, que trabajan en este campo son
conscientes de que una verdadera ayuda en esta área sólo se podrá dar si se
afectan las raíces del problema. De aquí se desprende otra gran oportunidad
para el evangelio, pues en la medida que nos involucramos en lo social,
tendremos la oportunidad de llevar los valores del reino a todas las
instancias.
Hay que trabajar entonces por un crecimiento integral
de la Iglesia. Alegrémonos por las almas que llegan cada día a los pies de
Jesucristo, no hay problema con la cantidad como piensan algunos, el desafío es
crecer con calidad y pasar ahora a la etapa de transformar la sociedad con los
valores del reino.
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