Una de las actitudes humanas más comunes o por lo
menos con la que más me he encontrado últimamente, es la crítica, ese anhelo de
las personas de despedazar la labor o acción de los demás, ese deseo constante
de destruir lo que otro hace, sin otra intención que dar a entender que lo que
ellos hacen es mucho mejor y diferente que lo que hacen los demás.
Cada ser nacido bajo el sol y que pisa esta tierra
es un ser individual, un ser único,
lleno de virtudes de las cuales otros carecen y lo que nos hace diferentes es
la manera en que encaramos las cosas, unos débiles, otros fuertes, humildes,
orgullosos , juiciosos, otros injustos, pero los que nos hace semejantes; es
que todos recibimos las mismas cosas envueltas en diferentes envolturas
pero en su interior recibimos la misma prueba, lo que nos hace diferentes es la
manera en que encaramos las cosas, la manera en que nos levantamos.
Es necesario recordar una de las enseñanzas de aquel
humilde carpintero de galilea “porque críticas la paja que tiene tu hermano en
el ojo y no miras la viga que tienes en el tuyo”.
Y es que de tanto caminar en la vida, han sido
muchos los momentos donde me he encontrado con personas que parecen recibir
cierto placer, al sacar a la luz pública los errores de los demás. Son muchas
las ocasiones donde veo personas que lo único que los inspira a seguir viviendo
es encontrar los defectos del otro.
Estas personas se encuentran hasta formas
coercitivas para presionar a débiles a guardar silencio de sus desvergonzadas
acciones; una de estas ultimas formas me las encontré entre la congregación en
días anteriores, personas que se habían dado a la tarea de criticar
malévolamente la autoridad y para callar a los escuchas utilizaban el
estribillo “y ya lo va a saber el pastor” o el conocido “se lo digo a Pedro
para que lo entienda Juan”
Tienen constantemente un afán de demostrar sus
conocimientos y capacidades o de mostrar su liderazgo, criticando lo que otro
hizo, lo que otro hace o por lo menos, a diferencia de ellos, intenta hacer.
Te los encuentras en diferentes ámbitos, nunca falta
el que no puede ver una película sin encontrar que criticar, en lugar de buscar
sobre que disfrutarla. Aquellos que en su vida no han hecho nada significativo,
pero cuando ven alguien que lo logra, siempre encuentran el comentario incisivo
de “quien sabe cómo lo logró”.
Y si nos vamos al ámbito laboral, pareciera que el
primer requisito para contratar algunas personas fuera el que tanto es capaz de
criticar al otro, que tan bueno es encontrando el error en el otro. Muchas
veces me he topado que su labor es mediocre, pero para lo único que son buenos
es para encontrar el defecto en los demás.
Algún lector podría pensar que crítico y estoy igual
a los que crítico. Y sí, en este caso y como alguien me lo pueda criticar, voy
a caer en ese espantoso defecto de criticar, pero como ladrón que roba a
ladrón… voy a criticar a los criticones, esperando tener 100 años de perdón.
Sermoneando sobre esto, una de las características
más evidentes de toda persona que vive en pos de juzgar a los demás, es una
profunda amargura, una frustración constante de no ser lo que le hubiera
gustado ser, está tan amargado con su lamentable situación, que la única forma
de encontrar un significado real para seguir viviendo, es buscar siempre en los
demás algo digno de poner en la picota pública.
Generalmente me he encontrado con personas que el
primer defecto o error que ponen en evidencia en los demás, es precisamente el
mismo que los distingue en su labor. Aquellas acciones que siempre marcan en la
labor de los demás, es precisamente en que con mayor frecuencia caen, pero como
son perfectos, nunca van a tener la capacidad de cambiarla.
Sin embargo, algo que es más representativo en este espécimen,
de la jungla de asfalto, no solo es su capacidad para criticar al otro, sino
capacidad para evitar al máximo tener que hacer algo. Obvio, a diferencia del
que sufre sus críticas, este evita al máximo hacer algo para no tener que
sufrir los mismos padecimientos. Generalmente los criticones no son capaces de
hacer, como solo pueden ver defectos, ni siquiera en ellos encuentran realmente
aciertos.
Su vida, se va llenando de amarguras, son cobardes,
incapaces de crear, de hacer y mucho menos de vivir o ser felices. Y es que
cuando se vive en pos de criticar a otros, se es imposible realmente vivir.
Además, siempre con el temor a vivir y caer en las garras de otro igual a él.
Antes de juzgar; mira mas allá de lo ocurrido, llega
a la esencia del acto, busca más allá de lo que los ojos pueden ver y sabrás
que no estas excepto a errar, porque a veces nos enfocamos tanto en ver la viga
del ojo de los demás, que no nos damos cuenta que en nuestro ojo, nuestra viga
no nos deja ver.
Desea a tu semejante las cosas que con todo tu
corazón desearías para ti, porque tus deseos son un boomerang, porque ley de
vida es; que todo vuelve a donde nace.
Quiero cerrar este estudio con algo que
habitualmente hago para iniciarlos y con una anécdota: “Una chica estaba aguardando su vuelo en una sala de espera de un
aeropuerto. Como debía esperar un largo rato, compro un libro y un paquete de
galletas. Se sentó para descansar y leer en paz. Asiento de por medio, se ubicó
un hombre que abrió una revista y empezó a leer. Entre ellos quedaron unas
galletitas.
Cuando ella
tomó la primera, el hombre también tomó una. Ella se sintió indignada pero no
dijo nada. Apenas pensó: ¡Qué descarado! ¡Si yo estuviera más dispuesta, hasta
le daría un golpe para que nunca más se olvide de la grosería!” … Cada vez que
ella tomaba una galletita el hombre también tomaba una. Aquello la indignaba
tanto que no conseguía concentrarse ni reaccionar. Cuando quedaba apenas una
galletita, pensó: “¿qué hará ahora este abusador?”. Entonces, el hombre dividió
la última galletita y dejó una mitad para ella.
¡Ah! ¡No!…
¡Aquello le pareció demasiado! ¡Se puso a bufar de la rabia! cerró su libro y
sus cosas y se dirigió al sector del embarque. Cuando se sentó en el interior
del avión, miró dentro del bolso y para su sorpresa, allí estaba su paquete de
galletitas… intacto, cerradito… ¡Sintió tanta vergüenza! Sólo entonces percibió
lo equivocada que estaba. ¡Había olvidado que sus galletitas estaban guardadas
dentro de su bolso!
El hombre
había compartido las suyas sin sentirse indignado, nervioso, consternado o
alterado, y ya no había más tiempo ni posibilidades de explicar o pedir
disculpas, aunque sí para razonar. ¿Cuántas veces en nuestra vida sacamos
conclusiones cuando debiéramos observar mejor? ¿Cuántas cosas no son
exactamente como pensamos acerca de las personas?”
Y recordó que existen cuatro cosas en la vida que no
se recuperan:
Una
piedra, después de haber sido lanzada.
Una
palabra, después de haber sido proferida.
Una oportunidad,
después de haberla perdido.
El tiempo,
después de haber pasado.
Cuidado con
tu viga…
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