Lucas 18.9…14 "A algunos que, confiando en sí mismos, se creían
justos y que despreciaban a los demás, Jesús les contó esta parábola: Dos
hombres subieron al templo a orar; uno era fariseo, y el otro, recaudador de
impuestos. El fariseo se puso a orar consigo mismo: “Oh Dios, te doy gracias
porque no soy como otros hombres —ladrones, malhechores, adúlteros— ni mucho
menos como ese recaudador de impuestos. Ayuno dos veces a la semana y doy la
décima parte de todo lo que recibo”. En cambio, el recaudador de impuestos, que
se había quedado a cierta distancia, ni siquiera se atrevía a alzar la vista al
cielo, sino que se golpeaba el pecho y decía: “¡Oh Dios, ten compasión de mí,
que soy pecador!” Les digo que este, y no aquel, volvió a su casa justificado
ante Dios. Pues todo el que a sí mismo se enaltece será humillado, y el que se
humilla será enaltecido”.
Este pasaje muestra las dos caras de la moneda de la religión. La fe
es algo bueno. Todos tenemos fe, incluso los que se consideran ateos y creen
que Dios no existe, están creyendo, por lo tanto, tienen fe, aunque
errada.
La fe es una poderosa fuerza que nos sostiene en la adversidad y nos
consuela en el dolor; incluso nos ayuda a mirar cara a cara a la muerte con
esperanza.
Una de las razones por las cuales la gente rechaza a todo aquel que
habla de fe es por las posturas fanáticas. Los fanatismos son perjudiciales.
El fanatismo (Defensa apasionada de creencias, opiniones, ideologías,
etc.), es una forma extrema de fe que usa la sugestión, la manipulación, el
miedo y lo que haga falta, incluso la violencia, para conseguir sus propósitos
que generalmente nada tienen que ver con Dios, ni con Su Palabra.
Hay una manera sencilla de diferenciar la fe, del fanatismo. La
primera, la fe, llena el alma de bondad y paz; encamina a las gentes a una vida
mejor, las protege y bendice, nunca se sale de los diez mandamientos.
La segunda es el fanatismo, que todo cuanto hace, distorsiona la
verdadera imagen de Dios, lleva a acciones malvadas y perjudiciales que dañan a
sus víctimas. Que no son sólo los otros, sin que a veces también los propios
fanáticos.
Actualmente el fanatismo religioso es un verdadero problema a nivel mundial.
Por causa del fanatismo se han producido asesinatos, actos terroristas,
conflictos bélicos y genocidios. Todos sabemos, por ejemplo, lo que el
fanatismo islámico está produciendo actualmente: sembrando pánico, muerte y
destrucción.
No obstante, no sólo en el Islam encontramos fanáticos, también entre
los cristianos.
Durante la edad media, las cruzadas fueron una verdadera masacre, en
ambos bandos: tanto católicos como musulmanes se masacraron mutuamente.
Ni hablar de la “diabólica” Inquisición católico romana, que pretendía
descubrir y eliminar cualquier oposición a los intereses del Vaticano. Quemaron
libros, estatuas y personas; impidieron el avance del arte y de la ciencia;
llevaron a la tortura y a la muerte más cruel a miles de personas. Porque el
fanático ve, al que piensa diferente, como un enemigo al que destruir.
El resultado final del fanatismo siempre será crueldad, dolor y
muerte.
Una cosa es la fe, más o menos razonada o razonable, más o menos
inteligente y otra muy distinta son los fanatismos, sean del color que sean.
Los cristianos somos llamados a compartir la fe, pero no el fanatismo.
De hecho, en la Biblia podemos encontrar testimonios de cómo el Señor Jesús
llamó y sacó del fanatismo a unos para llevarlos a la fe más profunda y
respetuosa. Recuerden a Pablo, antes de ser apóstol, fue un fanático fariseo
que perseguía a los cristianos.
Debemos aprender a diferenciar entre una conducta realmente cristiana
de un comportamiento fanático religioso. Porque no son lo mismo. Dios produce
fe, los fanatismos son cosa humana.
Celebramos Cena del Señor, (para otros Santa Cena), un rito sagrado
que el mismo Señor Jesús instituyó. Sin embargo, es impresionante la cantidad
de posturas antagónicas, enfrentadas, que existen en cuanto algo tan sencillo.
También esta sencilla celebración está rodeada de posturas fanáticas
inconsistentes con la revelación Bíblica. Por ejemplo:
Al respecto de quienes pueden participar o no, de ella, unos afirman
que primero deben ser bautizados. Pero no hay base bíblica para tal mandato. Es
mandamiento humano.
Otros, dicen y enseñan, que, si no han celebrado una ceremonia
matrimonial, sino que vive en unión con su pareja, no puede acercarse a la mesa
del Señor. Aunque eso tampoco está en la Biblia.
En la Biblia está que cuando un hombre deja a su padre y a su madre y
se une a su mujer son los dos una sola carne. Génesis 2.24. Ahí no se habla
para nada de ceremonia.
También hay controversia al respecto si se debe celebrar con vino o si
por el contrario hay que usar zumo de uva sin fermentar.
Como vemos hay posturas para todos los gustos. Gracias a Dios tenemos
las Escrituras en la que se nos revela la verdad.
La labor de los pastores es la de escudriñar (examinar, indagar y
averiguar algo con cuidado y atención), para exponer a los santos la verdad de
Dios, sin modificar la verdad, sino manteniéndonos estrictamente en el
cumplimiento de la Palabra de Dios.
El fariseo confundía el ser religioso con ser espiritual. Este es un
error demasiado habitual. Hoy hay muchos fariseos que confunden lo mismo.
Personas que creen que sus opiniones o las del grupo al que pertenece, están
por encima de Dios mismo.
Los fanatismos, están en todos sitios. Los hallamos en la ciencia, la
política, la filosofía y también en la religión. No sólo las falsas religiones,
sino también en el movimiento cristiano.
Por ejemplo, los Papas católicos romanos dicen que sólo ellos están
capacitados para interpretar correctamente las Escrituras. Lo cual no sólo es
absurdo e infantil, sino una clara demostración de fanatismo religioso.
Como este fariseo, se consideraba superior, así los Papas se
consideran superiores a todos los demás. Pero no hay fundamento alguno, ni en
la Biblia, ni en la historia, para tal pretensión.
El error de los Papas católico romanos, a igual que el del fariseo, es
que confían en sí mismos como justos. Lo curioso es que el Señor Jesús no lo
justificó, sino al pecador arrepentido al que el fariseo criticaba. (CONTINUA PROXIMA SEMANA)
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