Es indiscutible que a Dios le gusta y demanda orden. Dios es un Dios de
orden, no de desorden y Él quiere que en la vida de cada uno de nosotros
tengamos orden, para poder bendecirnos.
Los armarios y los garajes no son los únicos que necesitan una buena
limpieza, ni tampoco son los más importantes. En alguna ocasión se ha
preguntado ¿Qué tienen en común editores, cirujanos, entrenadores, pastores y
padres de familia?
Todos ellos enfrentan una tarea difícil; ya sea de quitar palabras
innecesarias, de la obstrucción de una arteria, del exceso de peso, del
revoltijo que hacen las ovejas, o el dormitorio de los hijos, estas personas
deben deshacerse de lo malo para en orden hacer espacio para lo bueno y
necesario.
En nuestras sociedades de consumo, es común el materialismo y las
personas invierten mucho acumulando cosas que no pueden disfrutar por falta de
tiempo. Entonces la limpieza se convierte en una actividad repetitiva para
quienes no son organizados. Un montón de libros prometen ayudar a la gente a
organizarse y aun así el problema persiste, porque como bien apunta 2 Timoteo
20:20…21 “Pero en una casa grande, no solamente hay utensilios de oro y de
plata, sino también de madera y de barro; y unos son para usos honrosos, y
otros para usos viles. Así que, si alguno se limpia de estas cosas, será
instrumento para honra, santificado, útil al Señor, y dispuesto para toda buena
obra”
A lo que se reduce todo esto es a la necesidad de hacer un ordenamiento
de las cosas. Lo primero que Dios hizo para crear algo nuevo en la tierra fue
poner orden en el desorden, Dios no puede crear cosas nuevas en medio del
desorden.
Adquirir el valor del orden va mucho más que acomodar cosas y objetos,
es poner todas las cosas de nuestra vida en su lugar. Por ejemplo, nadie sale
del trabajo a media mañana para ir a jugar un partido de algún deporte con los
amigos, tampoco a nadie se le ocurre amar perdidamente a su mascota y
desatender a sus hijos.
Sin embargo, el desorden puede estar disfrazado muy sutilmente y es
fácil darle tres o cuatro horas más al trabajo y no estar con la familia y uno
puede sentirse muy tranquilo porque "está poniendo en orden sus
prioridades".
Si bien, el trabajo es importante, este tiene su espacio y sus límites.
Igualmente ocurre con aquella persona que decide no tomar una oportunidad única
de trabajo porque le implica sacrificar un poco de su familia. El valor del
orden debe ayudarnos a darle a cada cosa su peso, a cada actividad su
prioridad. A cada afecto el espacio que le corresponde.
Lo primero que Dios necesita hacer en nuestra vida es poner orden, pues
de nada serviría que Él nos de todo lo que le estamos suplicando en nuestra
oración, si lo vamos a perder por el desorden que reina en nuestra vida. Y esto
incluye todos los ámbitos de nuestras vidas: hogares, iglesia, trabajo, etc.
La acumulación y el desorden pueden hacernos perder tiempo y dinero; al
mismo tiempo crear tensión innecesaria con quienes interactuamos. Además, da la
imagen falsa o verdadera, de una persona materialista, confundida o
desorganizada.
Las consecuencias del desorden espiritual son mucho peores. Cuando no se
le hace frente a este desorden, se generan preocupaciones, pecados o
resentimientos y amarguras que se anidan en el corazón y pueden:
- Silenciar la voz de Dios.
- Robarle la alegría.
- Dañar su testimonio.
- Atrofiar su crecimiento espiritual.
- Destruir sus relaciones.
Usted tiene que hacer el esfuerzo y salir de ese desorden pidiendo de la
ayuda de Dios. Esto no quiere decir que usted no tenga que hacer algo al
respecto. Dios no es el servicio doméstico que pone en orden nuestra casa por
nosotros. El Señor espera que sus hijos participemos en el mantenimiento
regular de nuestra vida.
¿A quién no le gusta la idea de tener una casa limpia y ordenada? Lo que
a la mayoría de nosotros no nos gusta es el esfuerzo que eso requiere. Sin
embargo, limpiar y organizar la casa no es una tarea imposible. Todos tenemos
las habilidades necesarias para desempolvar una superficie o para poner las
cosas donde deben estar. Solo que desearíamos no tener que hacerlo porque no
acomodamos al desorden.
Muchos cristianos quieren estar bien con Dios y ser efectivos en el
ministerio, pero pocos quieren hacer lo necesario para lograr esos objetivos.
Sin embargo, así como limpiar la casa es algo que toda persona puede hacer,
mantener su vida espiritual en orden también es posible. Lo único necesario es
compromiso y disciplina.
Lea Josué 24.14…15 y hágase estas preguntas: ¿Temo al Señor y lo adoro y
le sirvo con sinceridad y verdad? ¿O hago mi parte en el trabajo del reino solo
por compromiso o para ganar la admiración de los demás? ¿Ha renunciado usted o
está dispuesto a renunciar a los “dioses” que le impiden dar toda su atención a
Dios?
Deje que Dios le hable mientras reflexiona en que muchos de los
principios básicos de la limpieza general pueden aplicarse fácilmente a la vida
espiritual. He aquí unas sugerencias para ponerse en acción:
- Ore. Comience pidiendo a Dios discernimiento en cuanto a lo que debe limpiar de su vida y en los ámbitos que se desempeña, pida también valentía para alejarse de esas cosas.
- Pida ayuda. Mientras se encuentra en este proceso es posible que necesite la orientación de una autoridad en su vida o de un amigo de confianza, no dude en pedir apoyo en oración de seres queridos y a la congregación.
- Haga una revisión completa. Identifique actividades, relaciones, actitudes, e incluso cosas que dificultan su caminar con Dios. Después, confiese esas áreas que no están a la altura de lo mejor que Dios da (1 Juan 1.9), y elimínelas de su vida.
- Ocúpese de una cosa a la vez. No trate de revolucionar toda su vida en un solo día. Nadie puede servir a dos dioses a la vez. Comience por el asunto más urgente que debe enfrentar, antes de pasar al siguiente.
- Tenga una estrategia. Determine cómo va a mantener su vida y ámbitos de ella en orden. Fije un tiempo para estar a solas con el Señor. Determine cómo va a responder a las demandas, criticas y a las presiones ante el ordenamiento y tome decisiones definitivas en cuanto a lo ordenado.
El orden es un valor que se aprende en el hogar y nos acompaña para toda
la vida. Hay quienes son ordenados por naturaleza, pero para otros el orden es
un valor que se debe adquirir. De cualquier forma, el orden es indispensable
para triunfar en la vida y de ahí la importancia de educar a los hijos desde
muy pequeños en este valor.
Cuando hablamos de orden, no nos referimos solamente a la organización
de las cosas materiales en nuestro hogar o espacio de trabajo. Somos también
ordenados en la forma en que conducimos nuestra vida, en la forma de organizar
nuestras ideas y hasta en nuestra presentación personal.
Para adquirir este valor es necesario poner en marcha la fuerza de
voluntad en pequeños detalles, que, en su conjunto, forman hábitos de orden.
Así cuando se les enseña a los niños a ser organizados en su pequeño mundo,
aprenderán a ser adultos estructurados y al mando de su propia vida.
El orden, solo necesita compromiso y disciplina.
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