Sabido es que la obediencia a la autoridad está
basada en el principio de Jerarquía que ha sido exaltado, prioritaria y
constantemente, en nuestra cultura cristiana porque es uno de sus pilares. Si
no se respetase este principio sería difícil que funcionase una iglesia
entendida como eficiente según los parámetros bíblicos. Esto en un plano
general, pero también a un nivel más concreto, el de los individuos, es la
obediencia a la autoridad la que permite una buena protección al sujeto.
Queremos muchas cosas, pero no las conquistamos
porque nos falta estar sujetos a la autoridad. Una vez que estemos sujetos a
esa autoridad, las cosas van a ir dándose. Digo esto porque Jesús dijo que, si
buscamos el Reino de Dios y su justicia, todas las demás cosas vendrán por
añadidura. Y buscar el reino de Dios es buscar estar sujetos a la autoridad de
Dios y en consecuencia a su autoridad delegada. Una vez que verdaderamente
estemos sujetos a esa voluntad, las añadiduras vendrán.
La idea de autoridad se presenta problemática
en nuestra época, por la dificultad práctica para aceptar el ejercicio de la
autoridad con la correlativa obediencia.
Para quienes han de servir a Dios, la sujeción
a la autoridad es una necesidad absoluta e incondicionante.
La obediencia transciende a lo que hacemos.
David por ello detuvo su mano de tocar al “ungido de Jehová” Ser lleno de
Cristo es ser lleno de obediencia.
El Cuerpo está bajo la autoridad de la Cabeza,
no puede el cuerpo proponer algo por su propia iniciativa. La Cabeza tiene el
poder para dirigir al Cuerpo. Allí donde hay vida, hay autoridad.
Moisés no podía supervisar por sí solo a los
varios millones de israelitas que viajaban con él por el peligroso desierto.
Necesitaba adoptar con urgencia algún sistema de organización. ¿Qué hizo?
“Procedió a escoger a hombres capaces de entre todo Israel ... como cabezas
sobre el pueblo, como jefes de millares, jefes de centenas, jefes de
cincuentenas y jefes de decenas.” (Éxodo 18:25.)
Hoy en día, también es necesario que la
congregación cristiana esté bien organizada. De menor a mayor, un orden que
bien pudiera ser como el siguiente: cada grupo para el servicio del campo dirigido
por un anciano; cada congregación, por un cuerpo de ancianos; cada grupo de
congregaciones, por un superintendente de circuito, y cada país, por un Comité
del País. Esta unidad está haciendo falta en la iglesia cristiana territorial. Gracias
a esta organización, todos los pastores espirituales pueden atender bien a las
ovejas que Jehová ha puesto a su cuidado, conscientes de que tendrán que rendir
cuentas ante Jehová y Jesucristo (Hechos 20:28).
Ahora bien, este sistema requiere que todos
mostremos obediencia y sumisión. Nunca querríamos ser como Diótrefes, que no
tenía ningún respeto por quienes dirigían la obra (3 Juan 9, 10).
Hacemos bien en seguir el consejo de Pablo de
ser obedientes y sumisos a los que están al frente de las congregaciones. ¿Por
qué?... “Porque ellos están velando por las almas de ustedes como los que han
de rendir cuenta; para que ellos lo hagan con gozo y no con suspiros, por
cuanto esto les sería gravemente dañoso a ustedes.” (Hebreos 13:17.)
Algunas personas están dispuestas a obedecer,
pero únicamente si concuerdan con las instrucciones que ellos quieren recibir o
si se hace lo que ellos quieren hacer. No obstante, no olvidemos que los
cristianos también tenemos que ser sumisos, y eso implica obedecer, aunque no
deseemos hacerlo. Por consiguiente, sería bueno preguntarnos:
“¿Soy obediente y sumiso a quienes tienen
autoridad sobre mí?”.
La Biblia no indica con lujo de detalles cómo
debe efectuarse cada tarea en la congregación. Lo que sí exige es que todo se
efectúe de forma decente y ordenada (1 Corintios 14:40).
El Cuerpo Gobernante obedece ese principio al
establecer pautas y procedimientos para que todo marche bien. Por su parte, los
responsables de la congregación velan por esa decencia y por qué exista un
orden; por su parte las ovejas dan el ejemplo obedeciendo dichas instrucciones.
Adoptan una actitud razonable y están listos para obedecer a quienes supervisan
su labor (Santiago 3:17). De esta forma, todos los grupos disfrutan de ser
parte de una hermandad que está unida y bien organizada, como es propio de los
siervos del Dios feliz (1 Corintios 14:33; 1 Timoteo 1:11).
Hebreos 13:17 también destaca por qué sería
perjudicial que fuéramos desobedientes: porque llevaría a que los responsables
de la congregación trabajaran con apuros.
Aunque ser pastor espiritual es todo un
privilegio, puede convertirse en una carga si el rebaño es rebelde o se resiste
a colaborar. Pero, como leímos, eso “sería gravemente dañoso al rebelde” que
podría arrastrar a toda la congregación.
La persona que, por orgullo, se niega a
someterse al orden teocrático sufre además otro tipo de daño: su espiritualidad
se resiente, lo que la aleja de su Padre celestial (Salmo 138:6).
La rebeldía es mucho más que simplemente desobedecer.
La rebeldía es un asunto del corazón. Se revela en nuestras actitudes, en
nuestras emociones y en nuestros sentimientos. Tal vez otros no lo puedan
detectar siempre, pero Dios puede ver todo. Y el diablo también conoce cuando
estamos de acuerdo con uno de sus demonios. La rebelión, en todas sus formas,
provoca sordera y ceguera espiritual en cuanto a la Voz de Dios.
¡Cuántas razones tenemos para ser obedientes y
sumisos!
Respetemos nuestras autoridades, estemos con
ellos y no olvidemos que ellos han sido puestos por Dios.
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