El
libre albedrío (potestad de obrar por reflexión y elección:), es uno de los
valiosos regalos dados por Dios al hombre a través de lo cual ejercemos la
voluntad para tomar nuestras propias decisiones. Aun cuando Dios es el dueño de
todas las almas, por cuanto Él las creó a su imagen y semejanza, jamás ha
coartado esa libertad.
Su
propósito no fue hacer títeres o robots a los que Él pudiera manejar a su
antojo. Él no consideró la creación del hombre como un juego; todo lo
contrario, sino como algo de mucha seriedad. "Y creó Dios al hombre a su
imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó." (Génesis1:27)
Su
propósito es que todas las criaturas, voluntariamente, le reconozcan como su
Creador, su Dueño y Señor, y le obedezcan en gratitud, para bendición de cada
uno. El libre albedrío nos fue dado para que cada cual tome la decisión, de su
propia voluntad, de seguirle a Él; solamente haciéndolo así podemos disfrutar
de la verdadera libertad.
Dios
sabía cuál sería el resultado de este privilegio. Él sabía que, desde las
primeras criaturas, todas le iban a fallar. "Y vio Jehová que la maldad de
los hombres era mucha en la tierra, y que todo designio de los pensamientos del
corazón de ellos era de continuo solamente el mal." (Génesis 6:5)
El
hombre, desde su caída en el paraíso terrenal se ha considerado
"autosuficiente y capacitado" para tomar sus decisiones sin consultar
a nadie y mucho menos a Dios. Así, el libre albedrío se vuelve un arma de doble
filo que si no aprendemos a usarlo adecuadamente estaremos enfrentando severas
consecuencias, siendo la peor de todas, la muerte eterna.
¡Se
ha confundido el término libertad (libre de la esclavitud) con libertinaje
(desenfreno en el uso de la libertad)!
"A
los cielos y a la tierra llamo por testigos hoy contra vosotros, que os he
puesto delante la vida y la muerte, la bendición y la maldición, escoge, pues,
la vida, para que vivas tú y tu descendencia; amando al Señor tu Dios,
atendiendo a su voz, y siguiéndole a Él; porque Él es vida para ti y prolongación
de tus días ..." (Deuteronomio30:19...20)
Solo
el temor de Dios puede hacer que ese libre albedrío no se salga nunca de su
cauce y vaya a convertirse en nuestro peor enemigo.
La
libertad es dada por Dios al ser humano y nadie, absolutamente nadie, tiene la
autoridad ni el derecho de enseñorearse de los demás, ni aún los padres de sus
hijos o los pastores con sus ovejas.
¡Si
Dios no lo hace, menos debemos de hacerlo nosotros!
Entiéndase
bien, no estoy en contra de la disciplina, la cual considero absolutamente
necesaria, siempre y cuando sea hecha con amor y sabiduría, ni de las leyes
creadas para el orden y beneficio de todos.
Me refiero a la soberbia manifestada en algunos, que intentan hacer de
los demás sus posesiones, tomando señorío y autoridad para manejarlos a su
gusto y antojo. Esto está en contra de lo establecido por Dios.
Si
Él que es Dios, respeta nuestra voluntad, así debemos de hacer nosotros para
con los demás y máxime si se trata de su intimidad.
Respeta
a tu prójimo si quieres que se te respete a ti. Aun advirtiendo tú, que la
decisión tomada por otro podría traerle serias consecuencias, no puedes tú
obligarlo a ver la situación como tú la ves, ni forzarlo a cambiar de
parecer.
Puedes
darle un consejo y puedes instruirle; también debes de orar por él o ella, pero
jamás nunca, empujarlo a pensar como tú. Eso es soberbia y altivez de espíritu,
lo cual es pecado y trae serias consecuencias al que lo practica.
No
podemos intentar hacer de los demás una copia de nosotros mismos. Aún las
diferencias hay que tratarlas con dignidad entendiendo que cada cual es
"único" y por lo tanto merece que se le respete.
Dios
es nuestro dueño y algún día cada uno tendremos que dar cuenta a Dios.
Ahora
bien, si lo reflexionamos desde el área del “Cesar”, los que trabajamos
religiosa o seglarmente con personas debemos de tener presente la existencia
del derecho a la intimidad, el cual consiste en la defensa de la persona en su
totalidad a través de un muro que prohíbe publicar o dar a conocer datos sobre
temas como la religión, la política o la vida íntima. Todo el ser humano tiene
derecho absoluto a mantener su vida privada y bajo ningún concepto, esto no
puede ser revelado ni siquiera a una persona muy cercana, ni al tutor legal, en
caso de que sea menor de edad.
En
ese marco, debe entenderse el derecho a la inviolabilidad de correspondencia no
solo en el ámbito de la correspondencia escrita (es decir, la carta postal),
sino que también se extiende a cualquier medio o sistema de comunicación
privada de las personas, dado que, con el desarrollo y avance de la tecnología,
actualmente se cuenta con múltiples formas y sistemas de comunicación privada
como son la telefonía fija, telefonía móvil, el correo electrónico y las redes
sociales.
La
intimidad es la parte de la vida de una persona que no ha de ser observada
desde el exterior y afecta sólo a la propia persona. Se incluye dentro del
“ámbito privado” de un individuo cualquier información que se refiera a sus
datos personales, relaciones de cualquier índole, salud, correo, comunicaciones
electrónicas privadas, etc.
Las
personas tienen el derecho de poder excluir a las demás personas del
conocimiento de su vida privada, es decir, de sus sentimientos y
comportamientos. Una persona tiene el derecho a controlar cuándo y quién accede
a diferentes aspectos de su vida particular.
De
manera general, la privacidad puede ser definida como aquel ámbito de la vida
personal de un individuo, que (según su voluntad) se desarrolla en un espacio
reservado y debe mantenerse con carácter confidencial. Por otro lado, y según
el Diccionario de la lengua española de la Real Academia Española, la «privacidad»
se define como el «ámbito de la vida privada que se tiene derecho a proteger de
cualquier intromisión» e «intimidad» se define como «zona espiritual íntima y
reservada de una persona o de un grupo, especialmente de una familia».
En
este sentido, el artículo 12 de la Declaración Universal de los Derechos
Humanos, adoptada por la Asamblea General de las Naciones Unidas, establece que
el derecho a la vida privada es un derecho humano, y que: “Nadie será objeto de
injerencias arbitrarias en su vida privada, ni su familia, ni cualquier
entidad, ni de ataques a su honra o su reputación. Toda persona tiene derecho a
la protección de la ley contra tales injerencias o ataques”
En cuanto
respecta a la iglesia, hemos elevado tanto la
figura del pastor, que podría decirse que muchos “idolatran” al pastor, lo
tratan como si fuera un personaje semi-divino.
Este síndrome es conocido como “diotrefismo” (de Diótrefes).
Es un síndrome tan antiguo como la iglesia misma. De hecho, es tan
importante detectar tales abusos que el apóstol Juan, inspirado por el
Espíritu, denuncia públicamente a tales pastores (3 Juan 1:9…10). Sin embargo,
el diotrefismo, con el inexorable paso del tiempo, ha pasado de ser una
anomalía en la iglesia de Cristo, a la norma predominante en muchas iglesias.
Tanto es así que, muchos cristianos, ven este “abuso de autoridad disfrazado”
como algo normal y bíblico.
El pastor no tiene autoridad por su posición de liderazgo, ni
por el cargo de pastor, ni por hacer alarde de su peso eclesiástico; sino,
únicamente, por cuanto es un don dado por Dios (Efesios 4), expositor de la
Palabra de Verdad.
Nótese que la autoridad de Jesús venía por su mensaje y no por
su posición: “porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los
escribas” (Mateo 7:29).
Los escribas tenían una posición elevada ante los ojos del
pueblo judío, pero no la autoridad que Jesús presentaba. Así mismo, los
pastores no tienen autoridad por cuanto son pastores (por lo que no vale el
argumento de: «yo soy el pastor y punto»), sino por cuanto son voceros fieles
al Evangelio de Jesucristo que buscan cuidar y edificar al cuerpo de Cristo: “conforme
a la autoridad que el Señor me ha dado para edificación, y no para destrucción”
(2 Corintios 13:10).
Nuevamente
es valedera la reflexión hecha antes: “Si Él que es Dios, respeta nuestra
voluntad, así debemos de hacer nosotros para con los demás y máxime si se trata
de su intimidad.”
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