Eclesiastés
12: 1 y 7 "1 Acuérdate de tu Creador en los días de tu juventud, antes que
vengan los días malos, y lleguen los años de los cuales digas: No tengo en
ellos contentamiento; 7 y el polvo vuelva a la tierra, como era, y el espíritu
vuelva a Dios que lo dio.
Lo
que un padre quiere oír al final de su vida es que su hijo está ahí como narró
con las palabras exactas el poeta, periodista y profesor brasileño Fabrício
Caspinejar
“Hay
una ruptura en la historia de la familia, donde las edades se acumulan y se
superponen y el orden natural no tiene sentido: es cuando el hijo se convierte
en el padre de su padre.
Es
cuando el padre se hace mayor y comienza a trotar como si estuviera dentro de
la niebla. Lento, lento, impreciso.
Es
cuando uno de los padres que te tomó con fuerza de la mano cuando eras pequeño
ya no quiere estar solo. Es cuando el padre, una vez firme e insuperable, se
debilita y toma aliento dos veces antes de levantarse de su lugar.
Es
cuando el padre, que en otro tiempo había mandado y ordenado, hoy solo suspira,
solo gime, y busca dónde está la puerta y la ventana – todo corredor ahora está
lejos.
Es
cuando uno de los padres antes dispuesto y trabajador fracasa en ponerse su
propia ropa y no recuerda sus medicamentos.
Y
nosotros, como hijos, no haremos otra cosa sino aceptar que somos responsables
de esa vida. Aquella vida que nos engendró depende de nuestra vida para morir
en paz.
Todo
hijo es el padre de la muerte de su padre.
Tal
vez la vejez del padre y de la madre es curiosamente el último embarazo.
Nuestra última enseñanza. Una oportunidad para devolver los cuidados y el amor
que nos han dado por décadas.
Y
así como adaptamos nuestra casa para cuidar de nuestros bebés, bloqueando tomas
de luz y poniendo corralitos, ahora vamos a cambiar la distribución de los
muebles para nuestros padres.
La
primera transformación ocurre en el cuarto de baño.
Seremos
los padres de nuestros padres los que ahora pondremos una barra en la regadera.
La
barra es emblemática. La barra es simbólica. La barra es inaugurar el
“destemplamiento de las aguas”.
Porque
la ducha, simple y refrescante, ahora es una tempestad para los viejos pies de
nuestros protectores. No podemos dejarlos ningún momento.
La
casa de quien cuida de sus padres tendrá abrazaderas por las paredes. Y
nuestros brazos se extenderán en forma de barandillas.
Envejecer
es caminar sosteniéndose de los objetos, envejecer es incluso subir escaleras
sin escalones.
Seremos
extraños en nuestra propia casa. Observaremos cada detalle con miedo y
desconocimiento, con duda y preocupación. Seremos arquitectos, diseñadores,
ingenieros frustrados. ¿Cómo no previmos que nuestros padres se enfermarían y
necesitarían de nosotros?
Nos
lamentaremos de los sofás, las estatuas y la escalera de caracol. Lamentaremos
todos los obstáculos y la alfombra.
Feliz
el hijo que es el padre de su padre antes de su muerte, y pobre del hijo que
aparece sólo en el funeral y no se despide un poco cada día.
Un
amigo, Joseph Klein, acompañó a su padre hasta sus últimos minutos.
En
el hospital, la enfermera hacía la maniobra para moverlo de la cama a la
camilla, tratando de cambiar las sábanas cuando Joe gritó desde su asiento:
–
Deja que te ayude.
Reunió
fuerzas y tomó por primera vez a su padre en su regazo.
Colocó
la cara de su padre contra su pecho.
Acomodó
en sus hombros a su padre consumido por el cáncer: pequeño, arrugado, frágil,
tembloroso.
Se
quedó abrazándolo por un buen tiempo, el tiempo equivalente a su infancia, el
tiempo equivalente a su adolescencia, un buen tiempo, un tiempo interminable.
Meciendo
a su padre de un lado al otro.
Acariciando
a su padre.
Calmado
el su padre.
Y
decía en voz baja:
–
Estoy aquí, estoy aquí, ¡papá!
Lo
que un padre quiere oír al final de su vida es que su hijo está ahí.”
Reflexiono
y escribo: Y todo para que al final… Eclesiastés 12:7 "y el polvo vuelva a
la tierra, como era, y el espíritu vuelva a Dios que lo dio"
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