Una
fábula de La Fontaine llamada Los Dos Gallos, habla sobre lo que ocurre cuando
alguien tiene una actitud de prepotencia y de arrogancia. Enseña que lo mejor
es que sean modestos. Y cita así:
“En
un gallinero vivían dos gallos, que nunca tuvieron un conflicto, compartían el
lugar en paz y en armonía. Un cierto día el granjero, trajo al corral una
gallina hermosa y altanera, de la cual se enamoraron los gallos a primera
vista. Así que pasaron de ser amigos, a ser rivales, a competir por el amor de
la bella gallinita.
Decidieron
enfrentarse en combate y el vencedor se haría acreedor del amor de la dama.
Pelearon largo rato, hasta que el más fuerte, se fue del brazo de la gallina y
el otro se retiró a los fondos del corral a llorar su pena.
El
vencedor, se subió al tejado para hacer alarde de su triunfo y comenzó a gritar
para que los vecinos se enteraran de ello. Con tan mala suerte que un buitre lo
escucho, y sin dudarlo se abalanzo sobre él, terminando con su vida y su
soberbia.”
Moraleja:
Es preciso ser modesto cuando se gana una acción.
La
nueva vida se funda en la premisa de que, habiendo sido adoptados como hijos e
hijas de Dios, somos llamados a “Sed, pues, imitadores de Dios como hijos
amados” (Efesios 5:1). Por esta razón
nuestro carácter, criterio, conducta, forma de vestir y
acciones deben mantenerse dentro de esta divina relación y la
voluntad de nuestro Padre no debe ser nunca ignorada en nuestros pensamientos y
decisiones sobre estos asuntos.
Aquí,
la palabra clave es modestia, la cual significa tener una humilde estimación de
nuestros propios méritos, preservar el buen
gusto, tener dignidad y decencia en conducta y moral.
Es
importante que, con la ayuda del Padre, nos dediquemos a disciplinar nuestras
inclinaciones naturales de tal manera que gradualmente nos volvamos modestos o
humildes en carácter y conducta.
Modestia
de carácter
Todos
diferimos en carácter y personalidad. Algunos
son enérgicos,
confiados y listos a sonar la trompeta para atraer la atención
sobre sus méritos, mientras que otros son tímidos,
reservados, y enfatizan lo que ellos consideran su falta de habilidad. Como
fieles hijos de Dios, tenemos la tarea de quitar de nuestro carácter
el insistente "yo"; esto significa la negación y la
afirmación de
la mente de Cristo lo cual no es una tarea fácil.
Pero puede lograrse.
Pedro,
el discípulo enérgico,
impulsivo y descuidado, quien no solo negó
con juramento que conociera a Jesús,
sino que bajo presión maldijo y juró para
salvar su propia vida (Mateo 26:69…75), aprendió tanto
de Jesús que
pudo escribir: "Humillaos, pues, bajo la poderosa mano de Dios, para que
él os exalte cuando fuere tiempo; echando toda vuestra ansiedad sobre él,
porque él tiene cuidado de vosotros" (1 Pedro 5:6…7).
Humildad
de criterio
Este
amor divino, debe cambiar gradualmente nuestra actitud hacia la vida y nuestros
semejantes. Las personas con criterio divino son compasivas: demuestran amor
para el pecador mientras odian el pecado; son tolerantes con el esfuerzo de los
demás
mientras rechazan sus creencias; ayudan a confortar, y si es posible suplen las
necesidades de otros.
Pablo
se dio cuenta de que era necesario un cambio radical de criterio si auténticamente
íbamos a ser fieles hijos de Dios y lo escribió a la iglesia, ahora es tan
importante como lo era entonces: "No os conforméis a
este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de
vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea
la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta" (Romanos 12:2). Esta es
la única clase de criterio que nos ayudará en nuestro rol espiritual en el
mundo y nos capacita para ver con compasión la
debilidad e insensatez de los hombres a fin de que podamos estar aptos para
ayudarlos cuando lo necesiten.
Modestia
en el vestir
Aquellos
que tienen corazón compasivo no necesitan estar
descuidadamente vestidos. El joven y a veces los más
viejos, tratan de estar "a la moda," como ellos mismos dicen. Les
gusta sentir que están en la corriente de la moda,
ya sea en el vestido, cabello, o apariencia general. Esto es comprensible hasta
cierto punto, aunque no siempre encomiable.
La
moda ejerce cierta influencia sobre los hábitos
de las personas. En cada época hay un consenso sobre lo que es decoroso y
apropiado; pero es obvio que un pueblo que ha sido "comprado por
precio" y que es "templo de Dios," no es tan libre para desafiar
las convenciones de su linaje espiritual como lo es el resto del mundo. No podríamos
imaginarnos a Jesús descuidadamente vestido.
Vivimos
en una época
en la que, en la mayoría de cosas, la gente encuentra
muy poca razón para refrenarse. ¿Por qué
tendrán que
hacerlo? Ellos no pertenecen al "linaje escogido".
Los
hermanos y hermanas, jóvenes o viejos, deben siempre
vestirse en forma decorosa y aseada; lucirán
encantadores a pesar de no rendirse a los extremos de la moda prevaleciente; lucirán lo
que son: "hijos amados" de Dios.
Humildad
de conducta
Creyendo
como niños, mientras trabajamos y andamos en el mundo deberíamos
recordar siempre que somos portadores del nombre y honor de uno que manifestó
amor y si tenemos algún orgullo debe ser por la
forma de comportarnos hacia los demás:
"Porque nuestra gloria es esta: el testimonio de nuestra conciencia, que,
con sencillez y sinceridad de Dios, no con sabiduría
humana, sino con la gracia de Dios, nos hemos conducido en el mundo y mucho más con
vosotros" (2 Corintios 1:12).
Es
a través de
este amor de Dios y del prójimo como nosotros nos
transformamos en lámparas brillantes y cálidas,
atrayendo a los hombres para que glorifiquen a Dios. Esta es la transformación en
nosotros que la nueva vida debe revelar; este es el nuevo hombre manifestado al
mundo, para que los hombres puedan ver y conocer que somos de Dios.
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