Coronavirus Cómo Necesitamos Pensar Los Creyentes Por Saúl Guevara


Sin lugar a duda, debemos ser prudentes y responsables, tanto para tomar las medidas recomendadas como para tratar de mantener una salud general en buen estado.

La población mundial parece estar en pánico, pero para aquellos que escribimos bajo una perspectiva bíblica es importante recalcar que no hay razón para experimentar tal nivel de ansiedad. Sobre todo, cuando consideramos que el Dios creador de los cielos y la tierra es el mismo que controla cada microbio, átomo o molécula en el universo.

Este es un buen momento para que el cristiano pueda mostrar no solo cordura, sino también paz y esperanza, reconociendo que su vida no depende de la entrada de algún microorganismo a su cuerpo. En cambio, depende del Dios que determina el comienzo y el final de nuestra historia en la tierra.

Pablo, el apóstol, nos llama a no estar ansiosos por nada, Filipenses 4:6, y la razón para llamar al cristiano a permanecer en paz en medio de las peores circunstancias es precisamente el control soberano que Dios ejerce sobre su creación.

La Historia Humana nos relata la respuesta cristiana a una epidemia; esta no fue nueva pero es de los primeros anales que encontramos, nos cuenta que la peste cipriana o de Cipriano, nombre que se da a una pandemia que afligió al Imperio romano desde alrededor del año 249 hasta el 262.​ Se cree que la epidemia causó escasez de mano de obra para la producción de comida y también en el ejército romano, debilitando gravemente al imperio durante la crisis del siglo III. ​ Su nombre moderno conmemora a san Cipriano, obispo de Cartago, un antiguo escritor cristiano que fue testigo y describió la plaga.

De 250 a 262, en el momento álgido del brote, se decía que morían en Roma cinco mil personas al día. El biógrafo de Cipriano, Poncio de Cartago, habló de la plaga en Cartago: “Después hubo un brote de una tremenda peste y excesiva destrucción de una odiosa enfermedad que invadió cada casa en sucesión del temeroso pueblo, siguiendo adelante día tras día con un ataque repentino a personas innumerables, cada uno de su propia casa. Todos temblaban, huían, rehuyendo el contagio, exponiendo impíamente a sus propios amigos, como si con la exclusión de la persona que se iba a morir de todas formas de la peste, pudiera librarse uno mismo de la muerte. Allí yacieron por toda la ciudad lo que ya no eran cuerpos sino los cadáveres de muchos, y, por la contemplación de un destino que podrían a su vez ser el propio, exigía la piedad de quienes pasaban, piedad por ellos mismos. Nadie consideraba nada más que sus crueles ganancias. Nadie temblaba por el recuerdo de un acontecimiento similar. Nadie hizo nada que no fuera lo que uno mismo deseara experimentar” ​

Ahora bien, esta actitud de la mayoría no cristiana a la plaga se caracterizó por la autoprotección, la autopreservación y el evitar a los enfermos a toda costa, la respuesta cristiana fue todo lo opuesto. Según Dionisio, la plaga sirvió a los cristianos como “escolarización y prueba”. En una descripción detallada de cómo los cristianos respondieron a la plaga en Alejandría, escribe cómo “los mejores” entre ellos sirvieron honorablemente a los enfermos hasta que ellos mismos contrajeron la enfermedad y murieron:

“La mayoría de nuestros hermanos cristianos mostraron amor y lealtad ilimitada, nunca escatimándose a sí mismos y solo pensando el uno en el otro. Sin prestar atención al peligro, se hicieron cargo de los enfermos, atendiendo sus necesidades y ministrándolos en Cristo, y con ellos partieron de esta vida serenamente felices; porque fueron infectados con la enfermedad por otros, llevando sobre sí la enfermedad de sus vecinos, y aceptando alegremente sus dolores”.

“No hay nada admirable en mostrar aprecio simplemente a nuestra propia gente con las debidas atenciones de amor, pero quien puede llegar a ser perfecto debe hacer algo más que los hombres paganos o publicanos, alguien que, venciendo el mal con el bien y practicando una bondad misericordiosa como la de Dios, también debe amar a sus enemigos… Así se haría el bien a todos los hombres, no solo a la familia de la fe”.

El impacto de este servicio fue doble:
1.    El sacrificio cristiano por sus hermanos creyentes sorprendió al mundo incrédulo al presenciar el amor comunitario como nunca lo habían visto (Juan. 13:35), y
2.    El sacrificio de los cristianos por los no cristianos resultó en un crecimiento exponencial de la iglesia primitiva a medida que los sobrevivientes no cristianos, que se beneficiaron del cuidado de sus vecinos cristianos, se convirtieron a la fe en masa.

La respuesta cristiana al coronavirus

A medida que continuamos luchando con la forma de responder al coronavirus, observemos cómo los no cristianos en el Imperio Romano enfatizaron la autoconservación, mientras que la iglesia primitiva enfatizó el servicio sacrificado y valiente.

Mientras que los no cristianos huyeron de las epidemias y abandonaron a sus seres queridos enfermos porque temían lo desconocido, los cristianos marcharon a las epidemias y sirvieron tanto a los cristianos como a los no cristianos, viendo su propio sufrimiento como oportunidad para difundir el evangelio y modelar el amor cristiano.

Si la respuesta no cristiana a la plaga se caracterizó por la autoprotección, la autopreservación y el evitar a los enfermos a toda costa, la respuesta cristiana fue todo lo opuesto


¿Cómo podríamos poner en práctica esta postura frente al COVID-19, distinguiéndonos del mundo en la forma en que respondemos a la creciente epidemia? Quizás podemos comenzar resistiendo el miedo que está llevando al pánico en varios sectores de la sociedad; en su lugar podemos modelar la paz y la calma en medio de la creciente ansiedad que nos rodea. Quizás podemos reconocer el valor de los seres humanos que luchan en las primeras filas como médicos, enfermeras, personal de servicio, paramédicos, bomberos, etc. Y apoyarlos evitando discriminarlos debido a los estereotipos basados ​​en el miedo.

También podríamos tratar de servir sacrificialmente a nuestros vecinos al respetar prudentemente los consejos de profesionales médicos para ayudar a frenar la propagación de la enfermedad. Debemos priorizar la salud de la comunidad en general en lugar de solo la nuestra, especialmente la de los ciudadanos más vulnerables, ejerciendo mucha precaución sin perpetuar el miedo, la histeria, o la desinformación. Esto podría significar algún costo para nosotros, pero debemos aceptar estos costos con gozo.

“Otras personas no pensarían que este es un momento para un festival”, dijo el historiador Dionisio sobre la epidemia de su época. “Pero, lejos de ser un momento de angustia, es un momento de alegría inimaginable”.

Para ser claros, Dionisio no estaba celebrando la muerte y el sufrimiento que acompañan a las epidemias. Más bien, se regocijaba por la oportunidad que presentaban tales circunstancias para probar nuestra fe: salir de nuestro camino para amar y servir a nuestros vecinos, difundiendo la esperanza del evangelio, tanto en palabras como en hechos, en tiempos de gran temor.

Amados, necesitamos transformar nuestro entendimiento.

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