Como lo hablábamos en su inicio, esta crisis a pesar de su peligro, también es de oportunidad, nos abre a nuevas búsquedas, relaciones, estilos de vida, interpretaciones, espiritualidades… en sí, a nuevas exigencias y desafíos. Mientras intentamos reconocer a Dios en toda esta realidad que ha afectado a gran parte del mundo, también brotan muchos pensamientos, sentimientos y actitudes esperanzadoras.
Por momentos reflexiono sobre el qué pasaría por la mente de Moisés, cuando frente al Mar Rojo con sus aguas y un pueblo atrás de él, recibe la orden de marchar… solo había agua y de seguro con su oleaje… y oía… marcha.
Así me siento ahora, mirando el presente y hacia adelante, seguimos interrogándonos ¿hacia dónde se dirigen nuestros pies, nuestra mente y nuestro corazón?
Nos damos cuenta que todo nuestro ser está clamando humanización en el modo de vivir, de creer, de amar, de organizar nuestra vida, de relacionarnos, de caminar como pueblo… Este clamor no acaba con el fin de la cuarentena, porque es el grito de los pobres que esperan liberación: Isaías 61:1 “El Espíritu de Jehová el Señor está sobre mí, porque me ungió Jehová; me ha enviado a predicar buenas nuevas a los abatidos, a vendar a los quebrantados de corazón, a publicar libertad a los cautivos, y a los presos apertura de la cárcel”; es el grito que continuará hasta que consigamos un “buen vivir”; hasta que logremos ser una humanidad interconectada, interrelacionada, armonizada con todos. Esto es posible con la voluntad, responsabilidad y compromiso de todos.
Lo bueno sería hacerlo por convicción. Pues vemos que en este tiempo ha mejorado el aire, los animales tiene más libertad para moverse, nuestro consumo es menos compulsivo, estamos más dentro de casa y de nosotros mismos, podemos contemplar la existencia nuestra con toda su pequeñez y toda su grandeza.
La pandemia ha evidenciado cuán débil es la importancia y el sentido que tiene la vida en nuestras sociedades; si ésta siempre hubiese sido valorada, respetada y protegida desde todas las instancias, la reacción hubiese sido distinta. Sin embargo, es esta misma fragilidad, impotencia y escasez de recursos, junto a un debilitado sistema de salud… lo que nos posibilita creer que es posible ser otra persona, otra familia, otra sociedad, junto a otro universo, constituidos en base a valores fundamentales como: la solidaridad, el respeto mutuo, el sentido común, procurar el bienestar del otro y, sobre todo: colocar la vida por encima de todo Juan 10:10 “El ladrón no viene sino para hurtar y matar y destruir; yo he venido para que tengan vida y para que la tengan en abundancia”. Una vida que no solo es humana, sino también universal, interrelacionada, integrada, armónica… conscientes de convivir y de comulgar con un mundo sagrado y divino.
Si el Covid-19 llegó para quedarse por bastante tiempo, también el teletrabajo y otras nuevas formas que ya utilizamos en el desarrollo de nuestro vivir cotidiano, eso indica que, estar más tiempo juntos (en casa), nos ofrece la posibilidad de construir juntos un sueño diferente, posible gracias al esfuerzo de cada persona, de cada familia y de cada sociedad.
Esto supone vivir pasando de … a …:
· Del tiempo de la experiencia, al tiempo de concretar nuevos modos de vivir el día a día.
· Del cuerpo que experimenta ansiedad, al cuerpo que ha aprendido a esperar, a no quererlo todo ahora.
· Del corazón endurecido por momentos, indiferente y silenciado, a un corazón amante, solidario y fraterno.
· Del ser que siente miedo ante la incertidumbre de un virus, a un ser confiado en el Dios cercano, presente y que está con nosotras/os; confiando en Él desde la fragilidad experimentada.
· Del ser egoísta y calculador, a un ser agradecido y cuidadoso con todo lo creado, por la posibilidad de ofrecer más vida.
· De la sorpresa que nos paralizó hasta la mente, a continuar la vida al ritmo de nuevas danzas, nuevos modos de organizarnos.
· De un vernos entre nosotros en casa por tiempos largos, que han generado agresividad, violencia, a reconocernos en el respeto y el cuidado mutuo.
· De espacios cerrados, a espacios abiertos para el encuentro, para abrazar, para bendecir, para celebrar.
· De vínculos necesitados y alimentados a través de las redes sociales, a repensar las relaciones, los modos cotidianos, laborales, familiares, eclesiales, vecinales.
· De liturgias con ritos rígidos unidireccionales trasmitidos por la TV, Facebook y otras redes, a otras más existenciales e interactivas como las que se hacen posible a través de plataformas que permiten mayor participación y que se complementan con los gestos de la fracción del pan cotidiano que se vive en los hogares, desarrollando así actitudes de amor en la vida, que nos ayuden a celebrar creativamente y asumir las nuevas circunstancias, los nuevos aprendizajes.
· De personas que teníamos todo claro y definido, a ser personas más humildes y sencillas, necesitadas del otro.
· De entender el evangelio y el reino como adoctrinamiento, a contemplar los gestos de Jesús que humanizan.
Esta experiencia de elaborar un nuevo contexto de la vida ha sido y es, muy enriquecedor para nosotros, de ahí la necesidad de compartir este ejercicio de escucha, de reflexión y de búsqueda juntos en un tiempo, como hemos dicho ya: tiempo de oportunidades para nuevas relaciones, de cambios para recrear la vida, de opciones concretas para humanizarnos; no es solo tiempo de un virus sino tiempo de Dios, “de restablecer el rumbo de la vida hacia ti, Señor, y hacia los demás descubrimos que no podemos seguir cada uno por nuestra cuenta, sino sólo juntos.
Ha tenido que llegar un invisible (a simple vista) virus, para unirnos y poder apreciar lo bueno y agradable que es, que vivamos los hermanos juntos, en armonía.
No queremos perecer pues hagamos vida a Lucas 11:17 entendiendo “Todo reino dividido contra sí mismo, es asolado; y una casa dividida contra sí misma, cae.”
S.A.G. 15 – NOV – 2020
No hay comentarios:
Publicar un comentario