Estoy acostumbrado a hacer cambios lentamente y más ahora que creo lograr ver desde el punto de un afectado directo por las muertes de este coronavirus. La iglesia que Dios me ha puesto a pastorear aquí en El Salvador, es una de las poquísimas que aún no ha abierto. Lo íbamos hacer y el día llegado Dios obro en mí, deteniéndome, las razones la iglesia lo saben y aún persisten.
Nuestra iglesia es interdenominacional, con expresiones pentecostés, hemos ya por veintidós años luchado en su mantenimiento y en caminar en la sana doctrina y no en doctrina de hombres. Hasta ahora, este lento cambio considero ha sido sabio.
A pesar que el Covid-19 ha cambiado drásticamente nuestra forma de vida, cada cual ha tenido que adaptarse y hacer cambios drásticos y repentinos cada semana. Aun cuando, podemos decir persisten aquellos que en una forma atrevida se exponen saliendo a fiestas o reuniones familiares que aumentan el riesgo de contagio.
Para todos, los cambios de última hora han sido a la vez atemorizantes y emocionantes al mismo tiempo.
Mientras nuestra iglesia se está adaptando al cambio, también hemos visto cómo Dios ha usado esta temporada inquietante para siempre. Como iglesia, queremos cuidar con cariño a nuestros vecinos que también luchan con mucho miedo.
En muchas ciudades del mundo llegamos a este fin de año con un repunte o remontaje de infecciones de este virus, nuevamente se anuncia que cerrarían temporalmente todos los restaurantes, se anuncian y restringen las reuniones sociales, en fin nuevamente el estado tiene que intervenir drásticamente, tan solo porque no entendemos la gravedad del momento y nos exponemos tontamente.
Se de hermanos que han hecho hasta lo imposible por guardarse y han encontrado en Jesucristo el dulce refugio que provoca momentos como estos, el diablo ha apretado y tratado de ahogar, pero en el momento indicado el auxilio de lo alto ha llegado. “No teníamos nada, ni para comer por la mañana, mi esposo se fue con lo único para poder abordar el autobús que lo llevaría al trabajo, pocas horas después llego con alegría, alimentos y dinero, Dios movió el corazón de sus patrones” … así como ese testimonio conozco de varios.
Esta situación es muy común en nuestros países víctimas de una sociedad de consumo devoradora, nuestra iglesia se encuentra en un vecindario de bajos ingresos en un municipio conocido históricamente por las pandillas y el crimen. Pero todos vamos saliendo y la seguridad social poco a poco es realidad, aun cuando siguen existiendo un porcentaje alto de familias, que luchan para llegar a fin de mes.
Entonces, ¿qué debemos hacer como cristianos en tal situación? La respuesta bíblica, histórica y centrada en el evangelio sería no temer, sino ir a servir con amor. Ahora es el momento de dejar de hablar y demostrar ese amor que decimos y confesamos en nuestras reuniones eclesiástica, recordemos que el perfecto amor hecha fuera el temor.
Mentiría si dijera que esa fue mi reacción inicial. Mi impulso inicial fue pensar primero en mi propia seguridad y de los cercanos, prepararnos para lo que venía.
Pero, como pastores, Dios tiene una forma divertida de convencer a nuestros corazones, a través de nuestros propios sermones. La premisa principal de mi sermón escrito de esta mañana es que la iglesia “se levante a la ocasión” a través de Jesús, en lugar de ceder a nuestros temores.
1 Juan 4:18 seguía viniendo a la mente: “No hay temor en el amor, pero el amor perfecto echa fuera el temor “.
El coronavirus indudablemente ha provocado tanto miedo y pánico, pero también nos ha brindado la oportunidad de acercarnos a nuestro propio corazón, examinarlo con amor y creatividad, para encontrarnos con la necesidad que cada día ese corazón sea más de carne.
Animo a mis compañeros líderes de la iglesia y plantadores a estar a la altura de las circunstancias, porque “En el amor no hay temor, sino el perfecto amor echa fuera el temor” (1 Juan 4:18).
S.A.G. 21 - DIC – 2020
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