¿Debemos Prepararnos Para La Muerte?

Evidentemente debemos prepararnos para morir, sin dejar de reconocer que es legítimo que hagamos todo lo que nos resulte posible para continuar viviendo, evitando peligros y situaciones de riesgo para nuestra salud.

Si al realizar un viaje importante nos preocupamos por cuidar de todos lo detalles, ¿cómo no habremos de prepararnos para el viaje más importante de nuestra vida?

Siendo la muerte el final de nuestra existencia, cuando nos llegue, estaremos en el punto sin retorno. Así como la vida que nace constituye un hecho que no podemos explorar, pues no tiene dimensión en el tiempo, tampoco sabemos cuándo nos llegará la hora de la muerte y cuando ocurra, en el mismo instante todo desaparecerá, para ese momento, la muerte es muerte y no importan las circunstancias.

Toda vida que nace (en la concepción), habrá de transcurrir hasta el instante de la muerte. Y ambos momentos, el de la concepción y el de la muerte, no transcurren en el tiempo, simplemente ocurren. Y así la vida transcurrirá desde el punto inicial de la concepción, hasta el instante final de la muerte.

Aquí debemos decir que el presupuesto de una vida más allá de la muerte, es un presupuesto religioso, que para nosotros los cristianos tiene su fundamento en la revelación que hallamos en las Sagradas Escrituras, pero que además es una convicción interior de toda la humanidad a través de los tiempos.

Debemos observar que desde tiempos remotos hallamos al hombre profesando alguna forma de religión, tal como lo muestra el culto a los muertos en las culturas primitivas. La muerte le obsesiona y el sentimiento religioso se manifiesta en su incapacidad de aceptar que con la muerte todo lo que con el hombre convive, para él, llega a su fin.

Hay una rebeldía innata en contra de la muerte.

En el Antiguo Testamento hallamos en Eclesiastés 3.11 un pasaje que dice: "Todo lo hizo hermoso en su tiempo; y ha puesto eternidad en el corazón de ellos, sin que alcance el hombre a entender la obra que ha hecho Dios desde el principio hasta el fin". Es decir, que aunque el hombre no alcance a entender el misterio del más allá, hay una convicción interior, "un sentido de eternidad" que Dios ha puesto en su corazón, que confirma su trascendencia.

En el libro de Daniel (12.2..3,12) también hallamos promesas de resurrección: "2 Y muchos de los que duermen en el polvo de la tierra serán despertados, unos para vida eterna, y otros para vergüenza y confusión perpetua. 3 Los entendidos resplandecerán como el resplandor del firmamento; y los que enseñan la justicia a la multitud, como las estrellas a perpetua eternidad”... “Y tú irás hasta el fin, y reposarás, y te levantarás para recibir tu heredad al fin de los días".

En el Nuevo Testamento, el concepto de resurrección está expresado en los términos de "vida eterna" y "resurrección".

En 2 Timoteo 1.10 hallamos esta declaración: "...el cual quitó la muerte y sacó a luz la vida y la inmortalidad por el evangelio".

El evangelio de Jesucristo es mensaje de vida, una calidad de vida sobrenatural de la que son investidos los que reciben a Jesucristo como su Señor y Salvador: "20 Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo; 21 el cual transformará el cuerpo de la humillación nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya, por el poder con el cual puede también sujetar a sí mismo todas las cosas" Filipenses 3.20..21.

En cuánto a los momentos previos a la muerte, hay una provisión divina. Escribe el director de la revista medica, Dr. Félix Martí Ibáñez lo siguiente: "En contra de lo que la gente cree, la muerte, al parecer -salvo casos excepcionales o accidentes- no va en general acompañada de dolores físicos, antes bien, va matizada de serenidad y aún de cierto bienestar y exaltación de espíritu, causada por la acción anestésica del anhídrido carbónico sobre el sistema nervioso central y por el efecto de la intoxicación originada por sustancias tóxicas”.

Por regla general el tema de la muerte aflige al hombre en todas las edades y no solamente en la vejez. Es que desde niños ya nos sentimos sacudidos por la muerte de parientes y amigos de todas las edades y comprendemos que no existe edad para la muerte, ya que todos, en cualquier tiempo, podemos morir. A veces, muy pronto en la vida la muerte de seres queridos nos hicieron sufrir.

Debemos prepararnos para morir, sin dejar de reconocer que es legítimo que hagamos todo lo que nos resulte posible para continuar viviendo, evitando peligros y situaciones de riesgo para nuestra salud. De todas maneras cuando nos llegue el momento en que debamos abandonar nuestra vida, nada de lo que hiciéramos podría evitarlo.

Ahora después de caminar varios años en los senderos del Señor, pensar en la muerte no me asusta, pues la siento distante, no inminente. Por otra parte, no sé si en los planes de Dios me será concedido o no, vivir concientemente la inminencia de mi muerte. Todo pertenece al Señor de la vida. Si habré de enfrentar la muerte con conciencia, seguramente que viviré la emoción indescriptible de hallarme en el umbral. Seguramente que la experiencia será impredecible, suprema, conmovedora. Es probable que lo desconocido me produzca miedo, inquietud y angustia. Pero estoy preparado; la fe que tengo no es mía, es un don de Dios que me capacitó para creer y recibir la vida eterna. Mientras tanto como decía Pablo, prosigo hacia la meta.

Deseo volver a hacerle la reflexión: si al realizar un viaje importante nos preocupamos en cuidar todos los detalles ¿cómo no habremos de prepararnos con tiempo para emprender el viaje supremo de la vida?...

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