La Mediocridad: Apocalipsis 3:16: Pero por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca.

He oído padres de familia que dicen: A mí no me gusta exigir tanto a mis hijos, me conformo con que aprueben, aunque sea con la menor nota valida o copiando. No les pido que hagan maravillas. Ni yo ni ellos somos perfectos. Somos humanos. Y no quiero amargarles la existencia.

Ese dicho: "Somos humanos..." generalmente se usa como justificativo a la mediocridad. Me pregunto, ¿por qué igualar el amargarse la existencia con el tener ideales más altos? ¿Por qué ante cualquier fallo nuestro o ajeno enseguida lo justificamos diciendo que es algo muy humano?

No confundamos los términos: Somos humanos, es una excusa que tiene apariencia de humildad y sin embargo, oculta habitualmente una cómoda aceptación de la mediocridad.

Hay que inculcar en los hijos un rechazo a lo mediocre. Son muchos los que llenaron su juventud de grandes sueños, de grandes metas; pero que en cuanto vieron que la cuesta de la vida era empinada, en cuanto descubrieron que todo lo valioso resultaba difícil de alcanzar y que, mirando a su alrededor, la inmensa mayoría de la gente estaba tranquila en su mediocridad, entonces decidieron ser mediocres ellos también.

La mediocridad es un mal sin síntomas visibles. Los mediocres parecen, si no felices, al menos tranquilos. Suelen presumir de la sencilla filosofía con que se toman la vida y les resulta difícil darse cuenta de que consumen tonta y vanamente su existencia.

Los cristianos tenemos la obligación de hacer un esfuerzo para salir de la mediocridad y no regresar a ella de nuevo.

Una de las mayores pruebas de mediocridad es no aceptar o reconocer la superioridad de otros. Sé de instituciones en donde se les estimula la excelencia, pero también conozco de otras instituciones donde la mediocridad anula la excelencia a punto que la niegan.

¿Es lo anterior raro? No, los espíritus mediocres condenan, por lo general, todo lo que rebasa su pequeña estatura. En estas instituciones mediocres, no existe nada que odien más los mediocres que la superioridad de talento: ésta es, en nuestros días, la verdadera fuente del atraso en el desarrollo de nuestras sociedades.

En esas instituciones, en donde sé que hay cristianos involucrados, la envidia es la religión de los mediocres. La envidia los reconforta, responde a las inquietudes que los roen por dentro y en último término, les pudre el alma y les permite justificar su mezquindad y su codicia hasta creer que son virtudes y que las puertas del cielo sólo se abrirán para sus pobres almas infelices, que pasan por la vida sin dejar más huella que sus intentos de hacer de menos a los demás, de excluir y de ser posible destruir, a quienes, intentan servir, superarse y como cristianos verdaderos sobresalir, para poner en alto el nombre de Jesucristo.

Lo mediocre es poco importante, poco interesante, poco abundante o de calidad media. Se dice que el mediocre es de poca inteligencia o de poco mérito, cada uno sepa ubicarse si es o no es mediocre o en que grado estamos y si podemos superar esta mezquina forma de ser, por no saber o no querer aprovechar los talentos que nos han sido dado.

Le consulte a una psicóloga las características del mediocre y me dio este perfil: Es una persona que vive según las conveniencias, no acepta las opiniones de los demás y busca apoyo para desacreditarlas, no es un animoso para nuevas tareas, por lo cual se le diagnostica como poco inteligente, carente de personalidad y sufre de envidia. Le fastidia la perfección, por tanto los que tienen estas características no han sido considerados como genios ni como héroes y no hay ningún santo entre ellos, lo más triste, es su incapacidad para amar, razón suficiente, para no concordar con el vivir cristiano.

En lo personal, agradezco a las personas que me enseñaron a evitar la mediocridad, porque pueden atacar muchas cosas de mí, pero no pueden decir que soy mediocre, ni que no sé asumir mis errores, ni de cobardía porque he enfrentado siempre mis consecuencias, asumo lo que soy y lo que he sido, con mi frente en alto camino sin insultar ni desmeritar a nadie, sin inventarme chismes, sin envidiar a nadie, sencillamente aceptando lo que Dios dice que soy, un alma dispuesta a aprender, dispuesta a vivir con plenitud, porque no podemos esconder nuestras miserias detrás de un acto de venganza, es mejor siempre ver con la frente en alto, me siento satisfecho de ser sincero conmigo mismo, siento paz al aceptar lo malo que fui sin sentir vergüenza, porque al fin y al cabo la mediocridad ya no forma parte de mí.

Leí una ilustración de la que no he encontrado autor o autora, pero que me parece un buen ejemplo de cómo un mismo hecho, en manos de personas diferentes, puede ser algo mediocre o excelente. Permítame compartírselo:

Ocurrió en París, en una calle céntrica aunque secundaria. Un hombre, sucio y maloliente, tocaba un viejo violín. Frente a él y sobre el suelo estaba su boina, con la esperanza de que los transeúntes se apiadaran de su condición y le arrojaran algunas monedas para llevar a casa. El pobre hombre trataba de sacar una melodía, pero era del todo imposible identificarla, debido a lo desafinado del instrumento y a la forma displicente y aburrida con que tocaba ese violín.

Un famoso concertista, que junto con su esposa y unos amigos salía de un teatro cercano y pasaron frente al mendigo musical. Todos arrugaron la cara al oír aquellos sonidos tan discordantes. Y no pudieron menos que reír de buena gana. La esposa le pidió, al concertista, que tocara algo. El hombre echó una mirada a las pocas monedas en el interior de la boina del mendigo, y decidió hacer algo.

Le solicitó el violín. Y el mendigo musical se lo prestó con cierto recelo.

Lo primero que hizo el concertista fue afinar sus cuerdas. Y entonces, vigorosamente y con gran maestría arrancó una melodía fascinante del viejo instrumento. Los amigos comenzaron a aplaudir y los transeúntes comenzaron a arremolinarse para ver el improvisado espectáculo.

Al escuchar la música, la gente de la cercana calle principal acudió también y pronto había una pequeña multitud escuchando fascinada el improvisado concierto. La boina se llenó no solamente de monedas, sino de muchos billetes de todas las denominaciones. Mientras el maestro sacaba una melodía tras otra, con gran alegría y primor.

El mendigo musical estaba aún más feliz de ver lo que ocurría y no cesaba de dar saltos de contento y repetir orgulloso a todos: "Ese es mi violín, ese es mi violín". Lo cual, por supuesto, era rigurosamente cierto.

La vida nos da a todos "un violín", son nuestros conocimientos, nuestras habilidades y nuestras actitudes. Y tenemos libertad absoluta de tocar "ese violín" como nos plazca.

Se nos ha dicho que Dios nos concede libre albedrío, es decir, la facultad de decidir lo que haremos de nuestra vida. Y esto, es un maravilloso derecho como una formidable responsabilidad.

Algunos por pereza ni siquiera afinan ese violín. No perciben que en el mundo actual hay que prepararse, aprender, desarrollar habilidades y mejorar constantemente actitudes si hemos de ejecutar un buen concierto. No importa la edad.

Pretenden una boina llena de dinero y lo que entregan es una discordante melodía que no gusta a nadie. Esa es la gente que hace su trabajo pensado que vale de cualquier forma, que se conforma con hacerlo sin buscar el hacerlo lo mejor posible y que creen que la humanidad tiene la obligación de retribuirle su pésima ejecución, cubriendo sus necesidades.

Es la gente que piensa solamente en sus derechos, pero no siente ninguna obligación de ganárselos. La verdad, por dura que pueda parecernos, es otra. Tenemos que aprender tarde o temprano, que los mejores lugares son para aquellos que no solamente afinan bien ese violín, sino que aprenden con el tiempo también a tocarlo con maestría.

Por eso debemos de estar dispuestos a hacer bien nuestro trabajo diario, sea cual sea y aspirar siempre a prepararnos para ser capaces de realizar otras cosas que nos gustarían. La historia está llena de ejemplos de gente que aún con dificultades iniciales llegó a ser un concertista con ese violín que es la vida. Y también, por desgracia, registra los casos de muchos otros, que teniendo grandes oportunidades, decidieron con ese violín, ser mendigos musicales.

¡Tú puedes hacer algo grande de tu vida, tú tienes el control y decides!

Tú puedes elegir pasar por la vida sin dejar huella, dejándote llevar y haciendo sólo lo imprescindible o en cambio, puedes prepararte y conseguir destacar en todo aquello que te propongas. La diferencia es la predisposición, el entusiasmo y la pasión que pongas en prepararte para lograrlo, solo con este esfuerzo serás verdadero hijo de Dios. Amen.

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