Cada Día Más Viejo

Y hasta la vejez yo mismo, y hasta las canas os soportaré yo; yo
hice, yo llevaré, yo soportaré y guardaré. Isaías 46:4

En el ultimo y penúltimo viaje de visita a los hermanos de la Iglesia La Pirraya, a la entrada de la Bahía de Jiquilisco, en el Departamento de Usulutan, aquí en la Republica de El Salvador, he sufrido dos accidentes uno mayor que el otro, pero por la protección de Dios, ninguno de gravedad. En este ultimo, el mover de las olas movió el bote en el momento que lo abordaba, me enrede en mis propios pies y fui a caer casi con la cara al fondo, le vi tan cerca, que he llegado a entender que solo Dios puso su mano entre el fondo del bote y mi rostro. Gracias Señor.

Los que ya estaban en el bote se limitaron a ver y el mas compungido atino preguntarme ¿Se cayo?... Amados hermanos a punto estuve de contestarle: No, ese es mi estilo de subirme a los botes.

Ya sentado y en plena marcha y con un hombro muy adolorido del golpe reflexione: Cada Día Más Viejo. Descansando en la Isla empecé a reflexionar sobre la vejes, cumpliré sesenta y dos años en estos días y poco he reflexionado en el tema.

La vejez es una etapa de vida peculiar. Un anciano no está ansioso acerca de muchas cosas, como nosotros; pues no tiene muchas cosas por las que preocuparse. No tiene los cuidados de empezar en los negocios, como los tuvo una vez. No tiene hijos pequeños a quienes cuidar.. No tiene que volver sus ojos ansiosos sobre su familia en tiempo de crisis.

Su preocupación se incrementa un poco en otra dirección. Tiene más cuidado por su estructura corporal de la que tuvo anteriormente. Ahora no puede correr como solía hacerlo, sino que debe caminar con un paso sobrio. Ya no tiene más aquella potencia de deseo que una vez poseyó; su cuerpo comienza a vacilar, a flaquear y a temblar. Su vieja vivienda, templo y morada del Espíritu Santo ha soportado mas de medio siglo, ¿y quién espera que una casa dure para siempre? Un poco de cemento se ha desprendido de algún lugar y un listón ha caído de otro lugar dando paso a la calvicie; y parece entonces estar listo para gritar: “mi morada terrestre, este tabernáculo, está a punto de deshacerse.”

Pero la principal preocupación de la vejez es la muerte. Los jóvenes podrían morir pronto. Los ancianos deben morir.

Es entonces que valoramos y empezamos a entender cosas como las que un viejo pecador canoso es un canoso viejo necio; pero un viejo cristiano es un anciano sabio.

Pero aun el cristiano anciano tiene preocupaciones peculiares acerca de la muerte. Él sabe que no está a gran distancia de su fin. Siente que, incluso en el curso de la naturaleza, aparte de la que es llamada una muerte accidental, no hay duda alguna de que en unos cuantos años más ha de presentarse ante su Dios. Piensa que podría estar en el cielo en diez o veinte años más. ¡Pero cuán breves parecen ser esos diez o veinte años!

No se actúa como el hombre que ve la meta todavía muy lejos y que puede tomarse su tiempo; si no que es como alguien que está a punto de salir de viaje. Su única preocupación ahora es examinarse para ver si está en la fe. Teme que si está equivocado ahora, sería terrible haber pasado toda su vida como el necio y descubrir al final que no tiene nada, excepto un mero nombre vacío, que ha de ser barrido por la muerte.

Él siente ahora qué cosa tan solemne es el Evangelio; siente que el mundo es como nada; siente que está cerca el momento de la comparecencia ante Cristo.

Pero todavía, amados, observen que la fidelidad de Dios es la misma; pues si estuviere más cerca de la muerte, tiene la dulce satisfacción que está más cerca del cielo; y si tiene más necesidad que nunca de examinarse, también tiene más evidencia con la cual examinarse, pues puede decir: “Bien, yo sé que en tal y tal ocasión el Señor oyó mi oración; en tal y tal momento se manifestó a mí, como no se manifestó al mundo,” y, aunque el examen pone más presión sobre los ancianos, tienen más materiales para él.

Y en estas y otras reflexiones en la silenciosa madrugada de una isla, mis lagrimas alegres vertían a Dios, pues en ese examen daba gracias por mis pastores que me formaron, por Silvia, la maravillosa compañera idónea que Dios me acepto como esposa y madre de mis tres maravillosas hijas: Silvia María, Tanya Alejandrina y Nadia Sahilly, ellas ahora son después de Dios, nuestro soporte y garantía a nuestro bienestar en la vejes... de pronto... pasaron por mi mente ancianos mayores a mí y entre ellos una hermana maltratada en su casa por los hijos, ella halla gozo y contentura en Dios, en la alabanza en a lectura bíblica, pero... sus hijos la maltratan.

Pensando en ella encontré ya en nuestra casa, una bella ilustración que quiero compartir a Usted, para que reflexione. Lo invito a leerla:

El día que este viejo y ya no sea el mismo, ten paciencia y compréndeme. Cuando derrame comida sobre mi camisa y olvide como atarme mis zapatos, recuerda las horas que pase enseñándote a hacer las mismas cosas. Si cuando conversas conmigo, repito y repito las mismas palabras que sabes de sobra como terminan, no me interrumpas y escúchame. Cuando eras pequeño para que te durmieras tuve que contarte miles de veces el mismo cuento hasta que cerrabas los ojitos.

Cuando estemos reunidos y sin querer haga mis necesidades, no te avergüences y compréndeme que no tengo la culpa de ello, pues ya no puedo controlarlas. Piensa cuantas veces cuando niño te ayude y estuve paciente a tu lado esperando a que terminaras lo que estabas haciendo. No me reproches porque no quiera bañarme; no me regañes por ello. Recuerda los momentos que te perseguí y los mil pretextos que te inventaba para hacerte más agradable tu aseo. Acéptame y perdóname. Ya que soy el Niño ahora.

Cuando me veas inútil e ignorante frente a todas las cosas tecnológicas que ya no podré entender, te suplico que me des todo el tiempo que sea necesario para no lastimarme con tu sonrisa burlona. Acuérdate que yo fui quien te enseño tantas cosas. Comer, vestirte y tu educación para enfrentar la vida tan bien como lo haces, son producto de mi esfuerzo y perseverancia por ti.

Cuando en algún tiempo mientras conversamos me llegue a olvidar de que estamos hablando, dame todo el tiempo que sea necesario hasta que yo recuerde y si no puedo hacerlo no te burles de mí; tal vez no era importante lo que hablaba y me conforme con que me escuches en ese momento. Si alguna vez ya no quiero comer, no me insistas.

Sé cuanto puedo y cuanto no debo. También comprende que con el tiempo ya no tengo dientes para morder ni gusto para sentir.

Cuando me fallen mis piernas por estar cansadas para andar, dame tu mano tierna para apoyarme como lo hice yo cuando comenzaste a caminar con tus débiles piernas.

Por ultimo, cuando algún día me oigas decir que ya no quiero vivir, no te enfades. Algún día entenderás que esto no tiene que ver con tu cariño o cuanto te ame. Siempre quise lo mejor para ti y he preparado los caminos que has debido recorrer. Piensa entonces que con el paso que me adelanto a dar estaré construyendo para ti otra ruta en otro tiempo, pero siempre contigo.

No te sientas triste o impotente por verme como me ves. Dame tu corazón, compréndeme y apóyame como lo hice cuando empezaste a vivir. De la misma manera como te he acompañado en tu sendero te ruego me acompañes a terminar el mío. Dame amor y paciencia, que te devolveré gratitud y sonrisas con el inmenso amor que tengo por ti. "Ten fe en el infinito Amor de Dios y vive amando" El día que esté viejo y ya no sea el mismo, ten paciencia y compréndeme.

Amados hermanos, la vejes es época de cosecha, es época en la que lo que sembramos con lagrimas, con regocijo recogemos la buena cosecha, si tu aun no has llegado a esta edad... siembra... siembra. Amados hermanos, aquella hermana anciana, la maltratada por sus hijos, sembró en Dios y ahora toda la congregación es su cosecha, tan solo siembra, porque Dios es así e Isaías 46:4 ha de cumplirse. Amen.

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