Lideres Con Hijos Defectuosos


Tendido de un costado en la cantera de Aswam en el Sur de Egipto está un obelisco que nunca fue terminado. Allí ha permanecido por varios miles de años. Se cree ser el trabajo del Faraón Thothmes III y hubiera sido el obelisco más alto jamás construido. Mide 4.27 x 4.27 metros en la base y su peso estimado es de 1170 toneladas o sea 2,579,408.29 libras. ¿Por qué nunca alcanzó la gracia de ser parte de un templo egipcio o por qué nunca fue adorno de una ciudad moderna? Porque después que los hombres trabajaron en él por un tiempo y le dieron forma a tres de sus lados, un defecto fue encontrado en él. Por lo tanto, fue abandonado como impropio para la posición que iba a ocupar. Es una hermosa pieza de granito, pero defectuosa y los egipcios no quisieron poner un obelisco defectuoso ante uno de sus templos. De igual manera, nuestro Dios ha decretado que nada inmundo, nada defectuoso, nada pecaminoso, jamás entrará en el cielo: así que todos los hombres en su estado natural quedan excluidos. Mas el sacrificio de Jesucristo y nuestro renacer en Él, nos permiten garantizarnos nuestra entrada en ese cielo. Pero existen hijos de Dios e igualmente hijos de cristianos defectuosos, llegaron a Jesucristo pero el viejo hombre aun vive y rige en ellos y siguen siendo borrachos, drogadictos, ladrones o que sé yo otras tantos defectos del ser humano. 

¿Qué podemos hacer con los hijos que se drogan, abusan del alcohol o tienen otras adicciones igualmente pecaminosas? ¿Qué harías tú, como cristiano o como líder de la iglesia?. Sería maravilloso si cuando ejercemos algún tipo de liderazgo en la obra del Señor, nuestros hijos automáticamente recibieran una vacuna contra el pecado, de tal forma que se convierten en hijos perfectos, modelos de excelencia para siempre. Si eso sucediera, creo que todos anhelaríamos ser líderes para tener así hijos perfectos, pero la vida es muy compleja y llena de situaciones inesperadas.

Tal vacuna no existe y muchos cristianos siguen esperando que los hijos de los líderes sean el modelo perfecto, me consta que muchos lo son y ¿cuando no lo son?... entonces viene el reproche y la acusación de "que no sabe gobernar bien su propia casa". En mas de una ocasión, he oído comentar que Adán y Eva tuvieron un padre perfecto y aun así pecaron. Creo que es necesario enfrentar esas situaciones en las que nuestros líderes están luchando con hijos imperfectos con la misma gracia que Dios nos brinda. Debemos inicialmente tener presente que no hay padres perfectos en esta Tierra. Todos tuvimos padres y madres que cometieron errores con nosotros. A final de cuentas, lo que habla más fuerte es el ejemplo de vida. Aunque nuestros padres nos digan cómo debemos hacer las cosas bien, su vida es lo que imitamos. "Obedecemos" sus acciones mucho más que sus palabras. Sin embargo, tengamos en cuenta que ellos trataron de hacer lo mejor dentro de sus posibilidades.

Por otro lado debemos entender que muchos líderes provienen de hogares disfuncionales. Es un hecho comprobado que un numero grandes de personas que ejercen profesiones de ayuda crecieron en hogares disfuncionales donde hubo alcoholismo, adulterio, violencia, divorcios, etc. Lo irónico es que si sabemos que Dios nos rescató de allí, ¿por qué pensamos que al transformarnos en líderes la influencia de esos modelos sobre nosotros se terminó?. De no buscar la sanidad activamente, terminaremos repitiendo lo mismo en nuestras nuevas familias, aun cuando no queramos. Dios tiene poder para romper modelos pasados, pero nos toca a nosotros aprender nuevas maneras sanas y sanadoras para tratar con nuestros hijos. Sinceramente, tenemos que reconocer que a todo líder le da vergüenza confesar que sus hijos están en pecado. Reciben a soto voz la crítica de los miembros de la iglesia, su reproche, la acusación de que no han sabido criar a sus hijos.

En algunas ocasiones, aunque hagamos nuestro mejor esfuerzo, nuestros hijos no resultan ser ese modelo esperado. Sucede que Dios les dio también a ellos el don del libre albedrío y ellos pecan porque quieren. A pesar de todo lo que les enseñamos, el tiempo que invertimos en ellos, las oraciones constantes, la verdad es que algunas veces eligen otro camino. Ante esta situación, la primera pregunta que me formulo es: ¿Qué hace nuestro Padre celestial cuando pecamos? ¿Deja de amarnos? ¡Jamás! Sin embargo, tampoco hace de cuenta que no ha pasado nada. Dios nos trata con misericordia y justicia. ¿Qué podemos hacer, entonces? Probablemente la reacción de la mayoría de los padres sea llorar, enojarse o negarse a creer lo que pasa. Quizá algunos intenten esconder la verdad a fin de evitar la dura crítica que suele producirse cuando el pecado se hace público. Sin embargo, ¿es esto lo más conveniente?. Admitir lo que pasa es una de las realidades más duras en la vida de un padre o de una madre, pero es absolutamente necesario. Dios no niega nuestro pecado. Nosotros tampoco debemos hacer de cuenta que no pasa nada con nuestros hijos. Nuestro camino es amar a nuestros hijos sin aprobar su pecado.

Quizá este es el desafío más duro y difícil. Hay que confrontar a los hijos en amor, aunque tengamos ganas de darles una paliza o echarlos de la casa y crear un problema más grande en sus vidas. Tampoco debemos tragar nuestra ira, pero no es adecuado desahogarla sobre ellos. En momentos así, nuestros amigos y familiares constituyen nuestro apoyo más grande. Podemos derramar nuestro corazón en oración delante de Dios y debemos hacerlo, pero necesitamos, además, que aquellos que son sensibles a nuestro dolor estén con nosotros, esos amigos que nos aceptan sin juzgar, son los que brindan más apoyo y no nos hieren con sus opiniones. No nos es posible aprobar sus actos, pero tenemos que aceptar que ellos han tomado sus propias decisiones. Cuando ellos se arrepienten de sus acciones, podemos ocuparnos juntos en la restauración y ayudarles a recuperar sus vidas. Sin embargo, si insisten en seguir en su pecado, nos toca hablar menos y orar más. Finalmente, si los lideres pudieran ser más transparentes y admitir la situación de sus hijos frente a las personas con quienes convivimos, esto contribuiría a que los demás también aprendieran a ser honestos con sus problemas. Muchas veces la vergüenza impide enfrentar esa circunstancia, pero es preciso aclarar que esta no viene de Dios. La vergüenza proviene de nuestro orgullo herido: la noción de que soy incapaz de ser un modelo perfecto por mi propio esfuerzo.

No hace falta mantener las apariencias. Dios hace que el pecado salga a relucir para que pueda ser enfrentado, tanto en nuestra vida como en la de las personas que amamos. Él quiere que aprendamos a odiar el pecado a causa de las consecuencias dañinas que trae, pero sin dejar de amar al pecador. Es en esos momentos tan duros cuando se aprende a amar a los hijos como Dios nos ama, por gracia. Si Usted sabe de un caso de estos, acérquese en amor de Jesús y ayude en consuelo a quien lo necesite y en buscar fuentes regeneradoras a quien esta en el problema y si Usted vive un caso de estos, no lo oculte, enfréntelo con su dignidad puesta en Dios, busque y recurra a ayuda profesional y entréguese en oración a Dios, no estaría mal acercarse a su cobertura y/o un consejero cristiano. Amen.

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