(EN MEMORIA)
Debo de reconocer a unos cuantos días de
finalizar el año (2012), que este año a sido de mucha reflexión en
mi vida ministerial. Dios dio a nuestra iglesia dos gemas y Dios
quitó a nuestra iglesia dos gemas.
¿Qué
joyas eran esas?.
Eran
unas joyas como no volverán a hacerse otras. Estaban talladas en un
puñado de barro de la vida y habían sido hechas en el taller del
alfarero con mucha inversión de amor y tiempo. Adornábanlas sus
dones alrededor de los cuales se agrupaban sus familias y sus
hermanos en Cristo. Como veis tengo razón al decir que joyas iguales
a ellas no podrán producirse jamás.
Estas
joyas aparte de ser preciosas eran por todos apreciadas. Ni con mucho
o todo el dinero del más acaudalado puede hacerse otras análogas.
Las
joyas perdidas son dos hermosas hermanas de nuestra congregación y
cuando una hermana de esta talla se pierde no vuelve a encontrarse
jamás.
Cuando
nos enfrentamos con la muerte, cuando nos toca de cerca la persona de
un familiar o amigo, muchas veces parece que nos hallamos ante una
puerta cerrada o que nos encontramos con un muro que no podemos
traspasar. Y ello hace que nos preguntemos qué sentido tiene la
vida, para qué estamos en este mundo.
Dios
nos llama hijos suyos y lo somos en realidad, como tales estamos
llamados a crecer continuamente. El día de nuestro bautismo nacimos
como hijos de Dios y en nuestra existencia debemos ir aprendiendo a
reconocer en Dios al Padre que nos ama, el Padre que quiere nuestro
bien, el Padre que quiere darnos la vida para siempre y toda suerte
de bienes.
No
podemos dormirnos jamás pensando que lo tenemos todo hecho, ni
debemos creer que no podemos ya avanzar en nuestra madurez humana y
cristiana. Nuestras hermanas han llegado ya ante Dios y todos
nosotros caminamos hacia él. Conocemos la hora del nacimiento, pero
el momento de su llamada final nos resulta totalmente desconocido. El
momento de presentarnos ante el Padre puede llegarnos después de una
larga y fecunda vida o puede venirnos también de improviso, como el
ladrón que se nos mete en casa sin llamar a la puerta y cuando menos
lo esperaríamos.
Estas
palabras de Jesús no son para meternos miedo. Al contrario, son para
movernos a vivir más intensamente nuestra vida presente, la vida de
cada día. Siguiendo el estilo de estas gemas que se nos adelantaron,
haciendo de nuestra vida un servicio a los demás, sepamos llevar
paz, gozo, comprensión a nuestras relaciones humanas, sepamos estar
atentos a las necesidades de nuestros hermanos y a todo lo que la
palabra de Dios pide de nosotros: esta debe ser nuestra actitud
vigilante, como fue en ellas.
El
amor que Dios nos tiene supera con creces todos nuestros cálculos.
¿Cómo iban a pensar los apóstoles que esperaban la cena con su
Señor que los haría sentar a la mesa y les iría lavando los pies?
Tampoco
nosotros podemos imaginar cuál va a ser nuestra condición cuando
seamos hijos de Dios en plenitud. Ni cuál es la condición de
nuestras hermanas, después de que el Padre lo ha llamado a
contemplarle cara a cara. Pero sí sabemos que el Padre les concedió
todo su amor, les reconoció totalmente como hijas; para que, libres
de cualquier mancha de egoísmo o de pecado que siempre existen en la
vida de los hombres, ellas puedan ahora contemplar a Dios tal cual es
sin ningún temor.
De
esta tierra y en este año una y otra hermana se han ido... una y
otras de mis amigas están ya adelante. Elsi y Mercedes se nos
adelantaron. La memoria regresa vertiginosamente, saltando de ellas
los mejores momentos y el recuerdo imperecedero, de su ejemplo en
nuestra congregación.
El
que escribe menciona esto porque estuvo ligado también como Pastor
en ese trabajo de ellas, porque las cosas de Dios no son ser
deliberadas, así se selló una amistad que ni la diversidad de
caminos ni las largas ausencias lograran nunca borrar.
Elsi,
partió el doce de abril,
fue la hermana motor de los ayunos, la que callada la boca visitaba a
los que se empezaban a ausentar, la hermana ejemplo de seriedad y
compromiso con sus diezmos y con sus ofrendas, la hermana que muchos
la encontraron oportunamente puesta por Dios para un consejo y porque
no dejar constancia, para una ayuda material.
Merceditas,
partió el veintitrés de noviembre, mujer de mas de ochenta años de
edad el usar una silla de ruedas no fue impedimento para servirle
siempre a su esposo, le cocinaba, le servia; prácticamente se volvió
nuestra abuelita, guardaba en un bote todos los vueltos de sus
compras en el año y cuando llegaba el ultimo domingo del año, daba
frutas y dulces no solo a nuestros niños, sino que ha nosotros
también.
He querido en este estudio testificar estas vidas
para una reflexión, ¿qué no son las únicas?... claro que no son
las únicas, de seguro en su congregación existen y más, pero ¿las
ha visualizado? ¿las esta honrando?
Estemos
conscientes que ellas a igual que Usted y yo, debemos hacernos
conscientes de que estamos llamados a vivir con el Padre y de que
esto no se improvisa en un momento, sino que debemos comenzar a
vivirlo ahora en nuestras relaciones de cada día, en la vida
familiar, en el trabajo y sobre todo en la congregación, nuestra
iglesia.
Podemos
derramar lágrimas porque se han ido, pero mejor sonriamos porque
sabemos que ahora viven mejor.
Podemos
cerrar los ojos y orar por siempre por la memoria de ellas, pero
mejor hagámoslos para apreciar y caminar por ese sendero que nos
dejaron.
Nuestro
corazón puede estar vacío porque no podemos verles, o puede estar
lleno por todo el amor que con que nos enseñaron a compartir.
Podemos
volver la espalda al mañana y vivir en el ayer, pero mejor seamos
felices por un mañana debido al ayer.
Podemos
recordarlas pensando sólo en que se han ido, o podemos conservar su
memoria y mantenerlas vivas.
Podemos
llorar, cerrar nuestra mente, sentirnos vacíos y dar la espalda a la
vida, o podemos hacer lo que a ellas les hubiera hecho feliz,
sonreír, abrir los ojos, amar y continuar.
Nosotros,
los que tuvimos el privilegio en cada una de su afecto y amistad,
también les decimos hasta luego, nos reuniremos pronto y por ahora
les rendimos como homenaje, la rosa blanca del recuerdo imperecedero.
Padre
bendito y gran Señor, tu distes y tu quitaste, todo ello a su tiempo
oportuno, gracias te damos al estar cerrando las paginas del 2012,
por los años que nos permitiste estar a sus lados, trabajar con
ellas, aprender de ellas... gracias Señor, porque aun caminas con
nosotros.
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