"Tú,
Dios mío, eres mi pastor; contigo nada me falta. Me haces descansar
en verdes pastos, y para calmar mi sed me llevas a tranquilas aguas.
Me das nuevas fuerzas y me guías por el mejor camino, porque así
eres tú. Puedo cruzar lugares peligrosos y no tener miedo de nada,
porque tú eres mi pastor y siempre estás a mi lado; me guías por
el buen camino y me llenas de confianza" Parafraseado de Salmo
23: 1..4
Por
años y en repetidas ocasiones he recibido de diferentes hermanos y
no hermanos, una sarta de quejas, amarguras e inconformidades; el que
tiene tanto como el que no tiene se quejan, tal a sido la expresión
de la inconformidad que quiero ahora compartir con Usted dos
lecturas, tratando que al terminarlas la sintamos como una sola.
- El inconforme (Por José Joaquín López / Septiembre 29, 2009)
Un
día de lluvia Gabriel mira desde el segundo piso, por la ventana de
su dormitorio, hacia la calle. Un par de muchachas pasan presurosas
mientras se tapan la cabeza con sus bolsas y ríen, un perro soporta
estoicamente la lluvia y un carro salpica la puerta de enfrente al
pasar por un charco. Enfermo de gripe, Gabriel no fue al trabajo y
está solo en casa. Alicia, su mujer, salió muy temprano con los
niños y no volverá con ellos sino hasta el final de la tarde. Antes
de asomarse a la ventana y ver llover, Gabriel sintonizó la tele, la
radio, intentó leer el periódico y un libro, pero nada le logró
quitar la angustia que siente, esa sensación de no estar viviendo la
vida que quisiera vivir.
Gabriel,
de 30 años, trabajador y buena gente, tiene serias dudas de si su
vida es realmente lo que él quiere y no lo que quieren los demás
que sea. Por fuera todo parece muy bueno: una buena mujer, dos hijos
hermosos y un buen empleo. Los amigos y familia que lo conocen
admiran sus logros y no pocos envidian la felicidad que aparenta
junto a su mujer. Pero a él le siguen asaltando las dudas sobre si
las decisiones que tomó realmente eran las correctas, si de haber
seguido otro camino sería realmente feliz.
Cuando
tiene esos episodios de depresión, lo asaltan dos eventos que
marcaron su vida. El primero fue cuando a pesar de querer con locura
a su novia de la universidad, decidió dejarla e ir a estudiar a
Japón. No creyó en el amor de lejos, y haciéndose el fuerte, le
anunció que la dejaba una tarde de agosto, en un restaurante
McDonald's, cuando afuera había una terrible tempestad. Ella lloró
mucho, y le dijo algo que nunca se le olvidará: "si vos
quisieras, siempre habría una manera de que resultara".
Al
regresar del Japón, la vino a encontrar casada y aparentemente,
feliz. El se había ido con la idea de que era todavía muy joven y
conseguiría de nuevo a alguien que realmente lo volviera loco.
Cada
vez que regresaba de los paseos dominicales, al llegar a la casa,
tenía una pequeña depresión. Y cuando se quedaba solo, así como
ahora por la gripe, la depresión lo visitaba. A veces era angustia,
angustia de haberse metido a vivir una vida que no era lo que
realmente quería, de haber hecho todo racionalmente, casarse con una
mujer tranquila, pero sin gracia, tener un buen empleo estable, pero
rutinario. A veces la depresión se atenuaba con películas del
cable, con resúmenes deportivos. Otras veces, le ayudaba tomar
algunos whiskys.
El
segundo evento fue cuando decidió dejar la música. De adolescente
había sido violinista en una orquesta juvenil. Sus profesores decían
que tenía talento. Ensayaba muy duro todos los días y disfrutaba
como nadie los días en que tenía concierto. Ah, esos años, esas
visitas al interior del país y a otros países, las aventuras que se
vivían, sonríe al recordar. Por momentos, durante sus depresiones,
le entraba la angustia de saber que esos años nunca volverán.
Cuando entró a la universidad, su papá le dio a escoger: la carrera
o la música, pero no las dos. Con dolor decidió lo que le daría un
buen futuro económico. Era bueno en matemáticas y gracias a las
conexiones de su papá y sus estudios en Japón, había conseguido un
puesto muy importante en una transnacional. Lo que parecía indicar
que había escogido bien.
A
veces estaba contento, se alegraba de sus logros y pensaba que su
mujer no era la octava maravilla, pero era preciosa. Que muchos
quisieran tener la soltura económica que tenía. Pero siempre el
demonio de la inconformidad lo atrapaba y lo terminaba por amargar.
De
las amistades de adolescente había conservado la de Andrés,
violinista de la Sinfónica Nacional y hombre de buena charla y gran
humor. Llegaba a su casa de visita con su mujer y pasaban grandes
momentos. Andrés se ganaba la vida de músico y siempre dijo que
había sido su mejor elección, que no se miraba haciendo nada más.
Cuando su amigo cruzaba la puerta, Gabriel se sentía mal, nunca
había pensado que realmente se pudiera vivir de lo que más le
gustara hacer.
Cualquier
decepción pequeña o grande desembocaba para Gabriel en uno de estos
dos pensamientos.
Cuando
estaba con sus hijos, cuando iba a pasear con ellos y reían, cuando
hacían las tareas juntos, los pensamientos negativos parecían
desvanecerse y se asomaba algo parecido a la felicidad. Pero cuando
los niños dormían o estaban en el colegio, no había con quien
jugar, con quien entretenerse para no pensar en las cosas que lo
amargaban.
Muchas
veces había decidido que tenía que ser feliz con lo que tenía, que
no era poco, si miraba bien. Que debía dejar atrás el pasado y
concentrarse en vivir el presente y programar el futuro, que no había
por qué tener dudas. Sus elecciones estaban hechas, quién sabe si
hubiera sido peor de otra forma.
Dándole
vueltas a estos y a muchos otros pensamientos, después del almuerzo
se duerme, acurrucado por lluvia de septiembre. La gripe parece ir
cediendo. Se despierta de mejor ánimo y escucha llegar a su familia
aún en la cama. Su hijo menor le trae una tarjeta hecha por él a
mano, que le desea que se ponga mejor, su mujer le trajo antigripales
y su mamá llamó para saber cómo había seguido. Durante la cena
aparecen las risas y el buen ambiente, cesa la lluvia y queda fresca
la noche. Los niños se van a acostar. Y como muchas otras veces, al
verse querido y apreciado, volvió a proponerse ser feliz, enamorarse
al fin de su trabajo y de su mujer y olvidarse de decisiones que no
se tomaron, de riesgos que no se quisieron correr
Personas
como Gabriel, simbolizan a miles y miles de inconformes en este
mundo, cristianos y no cristianos, quizás a igual que él, de forma
u otra este pasando algo parecido en su vida, pero al inicio les
hable de dos historias, déjeme contarle la otra:
- Vive como las flores (Anónimo)
Un
hermano preguntaba a su pastor; - Pastor, ¿qué debo hacer para no
irritarme? Algunas personas hablan demasiado, otras son ignorantes,
otros indiferentes, en fin pocas me caen bien. Siento odio por
aquéllas que son mentirosas y sufro con aquéllas que calumnian.
-
¡Pues, vive como las flores! Advirtió el Pastor.
-
¿Qué es eso de vivir como las flores? - preguntó el discípulo.
-
Mira esas flores, continuó el maestro, señalando unos lirios que
crecían en el jardín. Ellas nacen en el estiércol, sin embargo son
puras y perfumadas. Extraen del abono maloliente todo aquello que les
es útil y saludable, pero no permiten que lo agrio de la tierra
manche la frescura de sus pétalos. Es justo angustiarse con las
propias culpas, pero no es sabio permitir que los problemas de los
demás te incomoden. Los defectos de ellos son de ellos y no tuyos. Y
si no son tuyos, no hay motivo para molestarse.
Ejercita pues, la virtud de rechazar
todo el mal que viene desde afuera. Esto, es vivir como las
flores.
"Alégrate
de haber nacido flor"
La
flor no nace para ser hermosa, nace para ser flor. Su belleza es obra
de Dios, para deleite de nuestra vista. Pero es necesario que alguien
la descubra y aprecie la obra maestra. Podrán pasar a su lado
cientos, miles; algunos ni siquiera se percatarán de su existencia,
otros no encontrarán en ella nada singular. Habrá quienes pensarán
que sólo es una flor más, entre los millones de flores. Otros, las
miraran atraídos por sus colores, pero no se detendrán a pensar,
quien fue el autor de tan bella obra.
Muchos
pasarán, pero en algún momento, alguien se detendrá y comenzará a
deleitarse, como si estuviera viendo una obra de Miguel Ángel. Se
tomará todo el tiempo necesario para observarla y descubrir nuevas
sensaciones al acariciar sus pétalos. Es fácil en esta situación,
que desee tenerla en su casa, que quiera tenerla en su jardín, para
poder cuidarla, observarla y dejarse cautivar por ella.
Así también, tu vida puede ser como esa flor.
Tal vez pasen cientos o miles a tu lado sin percatarse de tus
valores, de tus sentimientos o de tu propia existencia. Hasta que un
día, descubres que Jesús, está observando su maravillosa creación
en tu persona, admirándote, queriendo depositar todo Su amor en tu
vida. En ese momento, te sentirás cómo la flor más hermosa,
apreciada y valiosa. Si se lo permites, Él te llevará a su jardín,
para cuidarte, guiarte, bendecirte, para que cada paso que des lo
hagas con firmeza y sobre un suelo firme.
De
ti depende, solo tu dispuesto a Dios cambiaras tu vida.
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