Los Que Se Aíslan



Martin Niemöller (*) escribió:

Cuando los nazis vinieron a llevarse a los comunistas,
guardé silencio,
porque yo no era comunista,

Cuando encarcelaron a los socialdemócratas,
guardé silencio,
porque yo no era socialdemócrata,

Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas,
no protesté,
porque yo no era sindicalista,

Cuando vinieron a llevarse a los judíos,
no protesté,
porque yo no era judío,

Cuando vinieron a buscarme,
no había nadie más que pudiera protestar.

En Génesis 2:18 leemos “2:18 Y dijo Jehová Dios: No es bueno que el hombre esté solo…” aun cuando para algunos vivir solos les es más fácil que convivir.

No es bueno que el hombre esté solo… ¿Quién no conoce esta frase del Génesis? es una afirmación que se ha paseado por el discurso de multitud de personas, creyentes o no, apelando a la realidad de la que tantas veces se habla: somos animales sociales, gregarios, tendientes a agruparnos, está en nuestra naturaleza, forma parte de nuestras necesidades… aunque algunas personas no lo sienten así. La tendencia en algunas personas al aislamiento parece contradecir todo lo que sabemos de nosotros mismos. Buena parte de nuestro disfrute, de nuestro apoyo emocional, de nuestras satisfacciones a todos los niveles, provienen de compartir la existencia con otras personas. Lo anterior en toda actividad humana: familia, escuela, negocios, comunidad, país, etc.

Pero, sin embargo, ¿por qué algunas personas deciden que están mejor solos?

No todas las personas tienen la misma facilidad para socializar, para entablar conversación, para mostrarse tal cual son con otros. Poder relacionarse implica muchas habilidades que, a muchos, les resultan un verdadero desafío.

Nada nos da más miedo cuando somos pequeños que quedarnos solos. Es algo defensivo, funcional. Sirve para algo, nos protege. Sólo cuando existe alguna problemática (como es el caso del autista) o cuando la persona se ha visto sometida a situaciones adversas que le condicionan negativamente contra lo social es que se establece ese rechazo y se convierte en hábito, en huida permanente, en necesidad y disfrute general de la soledad, pero en realidad no estamos diseñados para eso.

Relacionarnos con los demás, da un efecto curativo en nosotros. Nada mejor que la compañía en un momento de dolor, de inestabilidad emocional, para tener ese punto de equilibrio que a veces necesitamos.

También es cierto que en instantes puntuales buscamos y necesitamos la soledad para recolocarnos o reponernos de momentos ocasionados por palabras dichas por determinadas bocas y momentos que pudieron ser más hiel que miel.

Pero, ¿quién nos levanta sino un buen amigo? ¿Qué mejor que tener a alguien que nos escucha y que nos dice “Estoy contigo, vamos a intentar nuevamente que todo salga bien”

No es bueno que el hombre esté solo. Dios puso en nuestro corazón la habilidad y posibilidad real de relacionarnos, no únicamente con otros semejantes, sino con Dios mismo, lo cual nos hace maravillosamente diferentes. Vivimos la satisfacción, la llenura y la felicidad de sabernos amados por un Dios que quiere relacionarse con nosotros porque Él lo ha querido así. No es bueno cuando nos aislamos. Tampoco cuando atravesamos los valles de sombra de muerte sin nadie que nos consuele dándonos una mano. Menos cuando pasamos por esta vida rehuyendo del contacto con los que más felices y completos podrían hacernos.

Rechazar a los demás, su compañía, su apoyo, su ánimo, es rechazar algo que está en lo muy íntimo de nosotros. Es cerrarnos la puerta a crecer, a madurar, a tener que aprender a adaptarse.

Vivir solo siempre es más fácil que convivir. Al fin y al cabo, uno sólo tiene que satisfacerse a sí mismo, ¿verdad?

Pero Dios, que es amor, ha puesto Su amor en nosotros, nos manda a sacrificarnos por quienes nos rodean, dando de nuestra comodidad, siendo algo más que receptores de lo que el otro nos proporciona para empezar a ser fuente, aunque cueste. Nada nos llena tanto como ser generosos, como amar tal y como fuimos amados.

Aceptar la compañía de otros para recibir, para obtener el oportuno socorro, que Dios tantas veces nos proporciona a través de manos humanas, pero también para dar, para suplir, para acompañar, para sostener.

No es fácil… a veces erramos, nos equivocamos, el miedo, el temor, la desesperación o la incertidumbre hablan por nosotros y lo hacen mal, igual nos pasa con el egoísmo, ese “yo y solo yo” que a muchos les acompaña y no los deja compartir la felicidad y bendición que otros le pueden dar.

No es bueno que estemos solos, el Señor ha decidido servirse de otros para obrar, para bendecir, para prosperarnos… te has puesto a pensar ¿Cuánto has dejado de crecer o has perdido por tu necedad de ser tú y solo tú?

Dios podría hacer todo con un chasquido de dedos, pero decide usarnos a nosotros, criaturas, para hacer lo que Él quiere hacer. El grupo, los demás, el prójimo, tienen todo el valor para Dios.

Según Sus mandamientos merecen ser amados como nos amamos a nosotros mismos. La mitad de esos mandamientos están dedicados al amor que hemos de tener hacia los demás. Igual es respecto a los otros: son llamados a amarnos como se aman a ellos mismos.

Los otros nos necesitan y les necesitamos. Son parte del legado que Dios ha querido que tengamos cerca, son fuente de bendición, de crecimiento (incluso los que nos molestan, los que nos retan, los que consideramos ajenos a nosotros y a nuestros intereses, gusto y objetivos). No menospreciemos lo que Dios quiere hacer en nosotros mediante ellos, ni la obra que Él quiera hacer en ellos mediante nosotros. Un día Dios contempló toda la obra de Sus manos… y vio Dios que era buena, incluyendo a “esos otros”.

 (*) Friedrich Gustav Emil Martin Niemöller: Se graduó como oficial naval durante la Primera Guerra Mundial estuvo al mando de un submarino. Después de esa guerra mandó un batallón en la Región del Ruhr. Entre 1919 y 1923 estudió Teología en Münster. Al inicio de su actividad religiosa apoyó la política anticomunista antisemita1 y nacionalista, sin embargo, en 1933, reaccionó contra dichas ideas luego de que Hitler desarrollara una política totalitaria de homogeneización (Gleichschaltung) que pretendía imponer sobre las iglesias protestantes el "párrafo ario" (Arierparagraph), que excluiría a todos los creyentes con antepasados judíos. A raíz de esta medida, Niemöller fundó junto a Dietrich Bonhoeffer el movimiento de la Iglesia Confesante (Bekennende Kirche), un grupo protestante que se opuso tajantemente a la nazificación de las iglesias alemanas.

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