Los encargados del diablo para tergiversar la Palabra
de Dios, generalmente buscan los pasajes bíblicos del Antiguo Testamento para
predicar o dar consejería en cuanto a la sumisión y lo que debe soportar una
mujer, olvidando que la Palabra de Dios es un todo y tiene su nutrición y fruto
en el amor.
El descubrimiento de los manuscritos de Nag
Hammadi y los rollos del Mar Muerto ha permitido una comprensión más profunda
de los inicios del cristianismo y del judaísmo en los días de Jesús. Abren una
nueva perspectiva en el mundo de las mujeres, tanto en la Palestina del primer
siglo de la era cristiana como en el mundo griego, el cual terminó por adoptar
también el cristianismo. Dentro del contexto palestino, las costumbres de Jesús
hacia las mujeres se consideran radicalmente inclusivas. Esta experiencia de
igualdad condujo a las primeras discípulas de Jesús a considerar absolutamente
natural sus papeles de líderes en las Iglesias Cristianas de los primeros
tiempos. Esto queda reflejado en las cartas de San Pablo, en los Hechos de los
Apóstoles y en otros documentos cristianos de esa época.
Analicemos este problema a la luz del Mesías y
Pablo para tratar de hallar una luz en cuanto a la problemática del abuso a la
mujer.
La vida social y la legislación de los judíos
en el Antiguo Testamento fueron claramente discriminatorias para la mujer,
siendo el marido literalmente “señor” o “dueño” de su esposa.
Pero esta situación cambió radicalmente con la
llegada del mesías, fue entonces cuando empezó la dignificación femenina que se
recoge en las páginas del Nuevo Testamento.
La predicación de Jesús está llena de mensajes
que pretenden otorgar a la mujer su verdadera dimensión. Tan solo el hecho de
que un rabino judío entablara conversación con una mujer en plena vía pública,
rompía escandalosamente todos los esquemas hebreos de la corrección y el
civismo (Lucas 7:36…39; Juan 4:27; 8:2…11).
Jesús, abrió un diálogo formal, maduro,
personal, igualitario y digno con las mujeres marginadas de su tiempo. Atacó
mediante palabras y gestos todos los prejuicios de género con que los hombres
habían arrinconado a las mujeres y estableció con ellas una relación nueva y
diferente.
Cuando de una manera capciosa los fariseos le
preguntaron acerca del divorcio, Jesus respondió que “al principio no fue así”
(Mateo 19:1…8). La igualdad sexual entre
varón y hembra que Dios estableció al principio de la creación, se había
pervertido mediante la caída del hombre. De ahí que los hombres empezaran a
abusar injustamente de las mujeres sometiéndolas a sus pasiones y caprichos o
repudiándolas por motivos insignificantes.
Pero, con la venida de Jesús, la redención
restablecía aquella creación original así como la absoluta igualdad de valor
entre el hombre y la mujer delante del creador. De manera que en la iglesia
cristiana ya no debía aceptarse la discriminación femenina, ni las estructuras
jerárquicas derivadas de la caída, sino el modelo original de la creación al
que se remitió Jesucristo.
Durante los primeros tiempos del cristianismo,
la mujer tuvo un protagonismo inesperado en medio de aquellas culturas
patriarcales. Junto a los discípulos que
seguían a Jesús, viajaban también algunas mujeres que habían sido sanadas, como
María Magdalena, Juana, que era la esposa de un intendente de Herodes llamado Chuza,
Susana y otras muchas que colaboraban económicamente con el grupo de Jesús (Lucas
8:1…3).
El evangelio presenta a María Magdalena, como
la mujer de la que habían salido siete demonios, igualmente como la primera
persona que descubrió la resurrección de Jesús y la anunció a los apóstoles.
Lo anterior resulta sorprendente, sobre todo si
se tiene en cuenta que en la cultura judía una mujer no podía ser testigo ya
que, según los religiosos de la época, de pasajes como Génesis 18:15 podía
deducirse que todas las hembras eran mentirosas por naturaleza.
Pero Jesús contradijo todos estos prejuicios
contra la mujer y utilizó la función femenina
como ejemplo positivo en sus parábolas.
Jesús presento desde una mujer quien amasaba la
levadura o barría su casa hasta encontrar la moneda perdida, como hace Dios con
el pecador. Desde las diez vírgenes hasta la viuda y el juez injusto, pasando
por el símil de la mujer que da a luz, el rol femenino es usado para expresar
diligencia, perseverancia, tristeza por la despedida, conversión y otras
conductas dignas de seguir.
Jesus entabló una amistad especial con dos
hermanas, Marta y María, en cuya casa solía alojarse frecuentemente. a una de
ellas, a María, le manifestó el más grande de todos los misterios: “Yo soy la
resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto vivirá” (Juan
11:25).
También a la mujer samaritana le reveló que él
era el Mesías prometido. Se dejó ungir por mujeres, las sanó y llegó a
llamarlas “hijas de Abraham”, concepto que estaba reservado exclusivamente a
los varones judíos.
Incluso hasta el mismo apóstol Pablo, a quien
algunos consideran como el principal opositor del Nuevo Testamento al
ministerio femenino, en realidad se rodeó de numerosas mujeres cristianas que
colaboraron con él en la predicación del evangelio.
La Escritura habla de Evodia y Síntique, dos
mujeres que eran líderes en la iglesia de Filipos (Filipenses 4:2…3); de Priscila,
esposa de Aquila, quien
generalmente aparece mencionada antes
que su marido, algo extraño en aquella época, lo cual indicaría probablemente
la importancia de su ministerio en la iglesia (Romanos 16:3…4); también de María,
Trifena, Trifosa y Pérsida, el apóstol afirma que “trabajaron en el Señor”, es
decir, se dedicaron al ministerio cristiano, presidiendo y amonestando a los
creyentes (rRomanos 16: 6,12).
Es curioso el caso de Junia (Romanos 16:7) a
quien Pablo considera “apóstol”, demostrando con ello que la condición de
apóstol no fue exclusiva de los varones. Durante siglos los comentaristas
pretendieron que se trataba de un hombre, pero, en la actualidad, resulta
difícil mantener este punto de vista. De la misma manera, se presenta el caso
de Febe, mujer que tuvo un importante cargo en la iglesia de Cencrea (Romanos
16:1).
De todo esto, es posible deducir que Pablo no
fue machista, como en ocasiones se sugiere, ni se opuso al ministerio de la
enseñanza realizado por mujeres consagradas.
Por otro lado, tampoco la iglesia primitiva
marginó al sexo femenino porque, como muy bien expresó el apóstol, habían
comprendido que en la iglesia de cristo “ya no hay judío ni griego; no hay
esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en
cristo Jesús” (Gálatas3:28).
Estos pasajes permiten comprobar
que Jesús trajo también una "buena nueva" para las mujeres,
aunque luego, la iglesia universal, la de los primeros tiempos, volvió en buena
medida a la misoginia de la época y por siglos sólo los hombres están
autorizados a interpretar y comentar los textos bíblicos, lo que explica el
silencio que cubrió estos mensajes de Jesús que sorprenden por el trato
igualitario dado a la mujer.
Amados
Pastores y consejeros, Hay que volver a las fuentes...
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