En complacencia y ante variadas peticiones de un estudio un poco mas extenso y reflexivo por parte de muchos lideres cristianos, amigos y lectores, me permito incluir este estudio dividido en dos partes, como mi posición personal ante una realidad que no podemos tapar, a igual como no se puede tapar el sol con un dedo. No es intensión crear polémica por lo que recomiendo aplique 1 Tesalonicenses 5:21…23 RV: Examinadlo todo; retened lo bueno. Absteneos de toda especie de mal. Y el mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo.
Observaba en la televisión un retiro en la que
estaban presentes unas mil mujeres y una reconocida conferencista, hablando
sobre el abuso que sufrieron y sufren las mujeres en su hogar. Por nuestra
moral cristiana quizá uno podría pensar en lo inadecuado de ese mensaje en un público
cristiano, sin embargo, imagínese el asombro de todos los que estaban allí y me
imagino que televidentes también, cuando en el llamamiento al frente para orar
por aquellas que padecían ese abuso, pasaron decenas y decenas de ellas,
buscando en Dios el consuelo que no encontraron en los hombres y mujeres que
formamos la iglesia del Señor.
Muchos asumen ligeramente que este tipo de
problemas sólo ocurre en hogares aislados donde hay alcohólicos y gente de mal
vivir, por lo que no vale la pena hablar sobre el mismo y menos en una
actividad así, de gente normal y la mayoría cristiana.
¿Es la violencia contra las esposas un problema
generalizado? la respuesta es sí; sin embargo, es difícil de determinar cuán persistente
es aun en los hogares llamados cristianos y las mujeres cristianas no se
inclinan a hablar de ello. Muchas de las mujeres que buscan su ayuda son
esposas que han sufrido palizas y maltrato. Y las estadísticas realizadas por
fuentes seculares se aplican en igualdad para las familias cristianas.
Más de la mitad de las mujeres abusadas son
religiosas o profundamente religiosas, un alto porcentaje de quienes concurren
a los consultorios son mujeres de formación cristiana que tratan de hacer
frente a un inflexible abuso. Porque lo he visto, sospecho que muchas mujeres
cristianas infelices no consultan a sus pastores ni a consejeros profesionales,
saben por experiencia que, la mayoría de las veces, lo único que consiguen es
un impotente encogimiento de hombros y una exhortación a orar con más fervor, a
tratar de ser alegres y calladamente sumisas, de esta manera, se les dice,
ganarán a sus esposos y entonces el abuso terminará.
Después de diez o más años de sufrimiento, las
esposas abusadas no son fácilmente alentadas por una predicación sobre las
virtudes de la sumisión, podrá servir para algunas mujeres, pero no para ellas;
sus esposos siguen siendo tan crueles como siempre. Muchas esposas que han
sufrido por mucho tiempo no quieren consultar a un consejero matrimonial,
sienten que todo el consejo del mundo no puede cambiar sus circunstancias o
hacerles más fácil el encarar a sus violentos e insensibles esposos. ¿Por qué
ir a un consejero?, piensan. Y se guardan sus problemas. así las cosas, el
abuso en ellas es privadamente administrado y privadamente soportado.
Es muy duro mantener un secreto tan doloroso,
tarde o temprano, todo se sabe. Recientemente vi los resultados de un
cuestionario realizado por un consejero matrimonial cristiano a cuarenta
mujeres que tenían entre veinticinco y sesenta y cinco años de edad, todas eran
miembros de alguna iglesia, no necesariamente de la misma iglesia y casadas con
hombres que se decían cristianos, las mujeres respondieron sobre el matrimonio
y la pregunta más fuerte era si habían considerado alguna vez el suicidio. Casi
la mitad contesto que sí. ¿por qué? entre las varias razones, la mayoría era
por el abuso y el maltrato que recibían en su casa, sus esposos las golpeaban o
insultaban continuamente o las trataban como si fueran sirvientas. Son
infelices porque sus esposos abusan de ellas.
El abuso verbal y emocional es el más común,
especialmente en la comunidad cristiana, los hombres cristianos que no pueden
pensar en golpear a sus esposas porque la religión se lo prohíbe, entonces las
insultan y maltratan de palabra. Muchas veces estos golpes verbales son tan o
más dolorosos que los de puño. Hay una dura indiferencia y a veces un estudiado
desprecio, acompañado de un horrible abuso verbal.
Otro problema es que se intenta reducir el
problema a la intimidad. Que muchas mujeres sean golpeadas en la intimidad de
sus hogares, nosotros, como cristianos, no podemos permanecer indiferentes a
estas realidades. El resto de la sociedad ya no deja pasar todas esas cosas y
nuestros preceptos conductuales son más elevados que los del mundo. La iglesia
debe enseñar a los esposos cómo amar a sus esposas. los sermones sobre el amor
no son suficientes se necesitan métodos más directos para con los hombres. Cuando
las mujeres son abusadas físicamente se necesita más que un sermón, ellas
necesitan protección.
La parte más angustiosa es el constante fracaso
de voluntad de la esposa. después de una particular y salvaje paliza, ella
resuelve abandonar a su esposo, pero hasta la próxima vez, entonces esa “próxima
vez” se repite una y otra vez y siguen así incapaces de pasar a la acción.
Hay razones por las que muchas mujeres no hacen
nada: el miedo a ser abandonada por la sociedad, no tener como sobrevivir con
los hijos, el miedo a perder a éstos, la esperanza del que “tal vez cambie”,
etc. pero hay una razón que es más peligrosa y es el temor de que los golpes
sean por su propia culpa; al fin y al cabo, merecidos, muchas de las esposas
golpeadas han sido condicionadas a pensar que merecen los golpes que les
proporcionan.
En la mujer cristiana es determinante la presión
que ejerce el pastor, la poca ayuda de consejeros profesionales además de sus
miedos son secuelas de subsecuentes eventos, después de años de palizas,
cientos de golpes, algunos terriblemente salvajes, finalmente una mujer hizo
algo: le dijo a su pastor que iba a abandonar a su esposo y lo hizo, dos meses
más tarde había regresado. Había sucumbido a la presión, de su pastor.
Atribuyéndole la culpa a ella, su pastor la
persuadió de volver con el hombre que la había tratado como un trapo durante
años, le dijo que su matrimonio era demasiado precioso para que terminara por
cosas que podían ser salvadas. Ya que su esposo había cambiado en los dos meses
que ella se había ido, ¿no le daría otra oportunidad? rápidamente ella sucumbió, volvió
con su marido. para el pastor, esa había sido una victoria fácil... ¡él había
salvado el matrimonio!
¿Por qué el pastor la hizo regresar?, como se
dice esa es la pregunta del millón. La respuesta cae en tres creencias
correctas, no obstante, muy engañosas: la primera, concerniente a la santidad
del matrimonio; la segunda, la importancia de la sumisión en un saludable
matrimonio y la tercera es el perdón cristiano.
Resulta que el pastor se entera de los golpes
después de años que se iniciaron y casi instintivamente determina salvar el
matrimonio, según él razona, el objetivo es la reconciliación con el esposo.
Ese es un error, la reconciliación es el último objetivo en la consejería
matrimonial y no siempre es el objetivo inmediato. cuando una mujer abandona a
su esposo por abuso físico, el objetivo inmediato es el bienestar físico y
emocional de la mujer; la restauración de los daños en su alma.
El pastor o el consejero debe creerle cuando
ella le cuenta que ha sido golpeada repetidas veces y no creer tan rápido al
esposo cuando él le dice que ha cambiado, máxime confiando y actuando en base
de su sola palabra. Creer rápido al esposo es otro error en que se puede
incurrir. ¿Un hombre cambiado después de dos meses es insuficiente?… con Dios
nada es imposible, pero ese hombre era un cristiano profesante durante todos
los años que golpeó a su esposa, él es quien debe, ahora, probar que es un
hombre cambiado y probarlo toma tiempo, mucho tiempo.
La experiencia ha demostrado que es común que
crónicos enamorados y sufridos maridos que golpean a sus esposas, decidan
acercarse a un consejero o al pastor de la iglesia buscando ayuda,
especialmente cuando sus sufrientes esposas han decidido no sufrir más y los
dejan.
Es un error muy común el creer cuando un hombre
confiesa en su iglesia o a su pastor: “He cambiado! ¡soy una nueva criatura en
cristo!”, y la iglesia, que cree en conversiones milagrosas, inmediatamente
cree en él y luego se realiza la presión sobre la esposa para que vuelva con él.
“Esta es su obligación como cristiana”, dicen.
Ella necesita tiempo, mucho tiempo, pero no se
le da ese tiempo. el pastor vuelve con el marido y juntos presionan a la mujer.
Súbitamente, la mujer que ha sido abusada al punto de llegar a ser insoportable
para ella, ahora es tratada en el rol inverso. Es ahora la pecadora del drama,
no la víctima contra quien se ha pecado.
La presión suele ser abrumadora y la mayoría de
las mujeres eventualmente sucumben ante ella, vuelven al hogar y para los de
afuera se ha conseguido una aparente reconciliación, ante esa presión, la mujer
generalmente vuelve, vencida y quebrantada, no tiene alternativa.
Se proclama: el matrimonio ahora está bien; ha
sido reconstruido. Pero en la mujer que ha sido gravemente tratada y
presionada, sólo Dios sabe lo que sucede en el alma de esa mujer que desesperada
y buscando ayuda pidió pan y se le dio una piedra. Y aun cuando ella tome la
piedra y diga: ¡Qué bueno esta esté pan!, debemos preguntarnos si no tan solo lo
dice por sucumbir a la presión socio-religiosa de quienes la rodean. Recordemos
que una persona que ha sido largamente maltratada puede llegar a decir
cualquier cosa que sus oyentes quieran escuchar, con tal de conseguir algo de
aceptación.
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