1
Corintios 10:11 "Y estas cosas les acontecieron como ejemplo, y están
escritas para amonestarnos a nosotros, a quienes han alcanzado los fines de los
siglos"
Los
humanos somos personas de hábito. Dios nos hizo así; ponte a pensar ¿cuántas
decisiones tomas cada día? Y haces la
mayoría de ellas sin darte cuenta. Desde la manera en que atas los cordones de los
zapatos hasta la ruta que tomas al trabajo, los hábitos ayudan a que tu cerebro
descanse y se ocupe de las cosas más importantes. Si tuviéramos que tomar cada
decisión de manera consciente, nuestro cerebro quedaría frito en muy poco
tiempo. De ahí, que desarrollar buenos hábitos nos puede ayudar a cumplir con
efectividad nuestra misión aquí en la tierra.
Aun
cuando nos encantaría que Dios nos transformara a la imagen de Jesucristo en un
chasquido, su obra en nosotros no funciona así. El Espíritu nos cambia
gradualmente a través de disciplinas ordinarias en las que debemos perseverar
continuamente. Una de esas disciplinas ordinarias es la lectura.
Los
cambios de hábitos del cristiano fluyen de un deseo por agradar al Señor sobre
todas las cosas.
¿Cuál
es la diferencia entre un no creyente que intenta cambiar sus hábitos y el que
busca hacer lo mismo por el Espíritu? Los esfuerzos humanos nunca pueden
cambiar el corazón, es decir, nuestros afectos. Aunque por fuera los hábitos
luzcan iguales, solo el corazón del creyente estará adorando al Dios verdadero.
Los cambios de hábitos del cristiano fluyen de un deseo por agradar al Señor
sobre todas las cosas (1 Corintios 10:31).
El que
sabe leer y no lee, no tiene ninguna ventaja sobre aquellos que no saben leer,
dijo Mark Twain. Ninguno de los dos lee, pero por razones completamente
distintas. Uno no tiene el privilegio de saber leer. El otro lo tiene, pero lo
desperdicia.
Es
evidente que nuestro Dios se esmeró en formar al hombre; piensa en los ojos.
Los hombres han tratado de replicar su funcionamiento en el diseño de las
cámaras, pero ninguna se puede comparar con el ojo humano. Los animales también
tienen ojos, pero no es lo mismo. La combinación de la inteligencia humana con
los ojos provee al hombre de un privilegio sin igual. Nuestro cerebro puede
procesar lo que ve y utilizar la información de manera única.
El
problema es cuando no aprovechamos esa capacidad.
Pareciera
que el sueño también es la competencia de la lectura, pero porque a muchos leer
le parece aburrido. Pero el cristiano sabe que los buenos libros tienen un
enorme potencial de hacer bien. Para ello, no obstante, hay que leerlos.
¿Cómo
funcionan los hábitos?
Muchos
explican que un hábito consiste, en esencia, de tres partes: señal, rutina, y
recompensa.
La
señal es aquello que te impulsa automáticamente a realizar cierta actividad.
Por ejemplo, una notificación en el teléfono móvil. La rutina es aquello que
haces sin pensar como respuesta a la señal, en nuestro ejemplo sería revisar tu
red social favorita. Finalmente, la recompensa es el beneficio que resulta de
hacer la rutina: un “me gusta” o alguna novedad en Internet. Esta recompensa
refuerza el hábito y así el ciclo vuelve a empezar.
Quizá
te parezca extraño analizar tu comportamiento de esta manera, pero si lo
pensamos nos daremos cuenta de que mucha de nuestra falta de disciplina es
resultado de malos hábitos que se han formado sin que nos demos cuenta: estamos
aburridos (señal), abrimos Facebook y empezamos a deslizar hacia abajo
(rutina), nos encontramos con un montón de entretenimiento absurdo que nos
satisface temporalmente (recompensa). Y antes de darnos cuenta, pasaron dos
horas y no hemos cumplido con nuestras responsabilidades del día.
¿Cómo
cultivamos buenos hábitos?
Conocer de los hábitos la secuencia mental en que los practicamos, nos
permite ser más conscientes de por qué hacemos las cosas que hacemos cada.
Existen muchas maneras crear buenos y romper malos hábitos.
Dios
nos ha regalado un nuevo día con nuevas oportunidades para usar nuestro tiempo
y energía de la mejor manera.
La
manera más obvia de arrancar los malos hábitos es deshacernos de las señales
que nos arrastran hacia rutinas destructivas: desactivar notificaciones o
eliminar aplicaciones, por ejemplo. Pero hay una manera de evitar los malos
hábitos y cultivar los buenos: mantener la señal y la recompensa, cambiando la
rutina.
Por
ejemplo, digamos que quieres desarrollar el hábito de la lectura. En
preparación a esto descargas una aplicación de lectura (como Kindle) y la pones
en el lugar que solías tener Facebook o Instagram. Puedes poner las
aplicaciones de redes sociales en un lugar escondido de tu teléfono o, mejor
aún, eliminarlas. Ahora puedes cambiar la rutina: estamos aburridos (señal),
abrimos Kindle y empezamos a leer (rutina), descubrimos nuevo conocimiento
edificante para aplicar a nuestra vida y crecer (recompensa).
Otra
manera de cultivar buenos hábitos es identificar un hábito que ya tienes y
“apilar” el nuevo hábito encima. Por ejemplo, todos los días y en cada noche te
lavas los dientes y vas a la cama a la misma hora. Añade (o “apila”) unas
cuantas hojas de lectura antes de apagar la luz y duérmete.
Finalmente,
está lo que me gusta llamar el “hábito mediocre”. Cuando queremos empezar a
cultivar una buena práctica, como leer o hacer ejercicio, solemos soñar con
alcanzar las estrellas: “¡Voy a leer 50 libros este año!”, o “¡Iré al gimnasio
dos horas al día, cinco días a la semana!”. No hace falta decir que después de
un par de semanas la emoción se evapora y seguimos haciendo las mismas cosas
que siempre hemos hecho: ver televisión en vez de leer o comer chatarra en
lugar de ejercitarnos. Pero la constancia les gana a los deseos de grandeza. Es
mejor hacer poco durante mucho tiempo que hacer mucho solo una vez. Así que
cómprate un calendario de pared y marca con una X cada vez que cumplas con un
hábito mediocre de lectura. Y me refiero a algo realmente mediocre: leer una
página o leer durante cinco minutos. Verás que con el tiempo leerás mucho más
de lo que has leído hasta hoy.
Los
cristianos podemos disciplinarnos con gozo y sin afán porque sabemos que Cristo
ya vivió perfectamente en nuestro lugar.
Con
los hábitos, la clave está en la repetición. De nada nos sirve lamentarnos por
lo poco diligentes que hemos sido hasta hoy. Dios nos ha regalado un nuevo día,
con nuevas oportunidades para usar nuestro tiempo y energía de la mejor manera,
para su gloria y para el bien de los demás.
Leer
es una manera asombrosa de crecer en nuestro entendimiento de Dios, el mundo en
que vivimos, y la gente que nos rodea. No se trata de leer más libros que el
vecino. No se trata de cultivar hábitos espirituales por orgullo o por miedo a
“fallarle a Dios”. Los cristianos podemos disciplinarnos con gozo y sin afán
porque sabemos que Cristo ya vivió perfectamente en nuestro lugar. El Espíritu
Santo nos motiva y fortalece para avanzar hacia la meta con los ojos puestos en
Jesús, un paso y un hábito a la vez.
S.A.G.
– 20 – NOV – 2023
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